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domingo, 19 de julio de 2020

CASADO Y LAS MINAS DEL REY SALOMÓN


CASADO Y LAS MINAS DEL REY SALOMÓN
JUAN CARLOS ESCUDIER
Como lo que no puede ser es, por definición, imposible, la ola que exige moderación a la actual dirección del PP morirá mansamente en la playa en una nube de espuma. Esto de la moderación de los populares es una vieja cantinela que ha tenido que cambiar de letra para que no resultara cansina. Hace años se llamaba viaje al centro, una expedición interminable en la que se han embarcado todos los líderes del partido, empezando por el mismísimo Fraga, que era un señor tan sedentario que nunca dejó de tener un pie en el franquismo del que procedía y el otro a la distancia que le permitía la zancada. Desde entonces, el cuaderno de notas de la interminable migración ha estado plagado de enmiendas y tachaduras, de idas y venidas, sin que ninguno de los Moisés de turno lograra divisar la tierra prometida pese a que todo indicara que la habían hollado y bebido de su vino.



No deja de ser curioso que el centro sea el santo grial de una derecha que quiere estar en misa como siempre estuvo y además repicar las campanas. De hecho, es altamente probable que el lugar sea un leyenda donde se dice que un día habitó el mítico Suárez que lo descubrió casi por necesidad y luego le cogió el gusto a sus praderas. A partir de ahí, se perdió la pista de esta comarca de la Tierra Media y empezaron a circular mapas del emplazamiento tan falsos como el de las minas del rey Salomón. Hasta se reclutó a su hijo Adolfo para que ofreciera algún dato fiable del paradero, pero la criatura no ha sido capaz de dar razón de la ubicación exacta porque nunca prestó atención a otra cosa que no fueran los toros o vivir de las rentas de su apellido, que es a los que sigue dedicado ahora desde el Congreso con gran éxito de crítica y público.

La última cartografía en la que se han depositado esperanzas sitúa el centro en Galicia, donde Alberto Núñez Feijóo presume de haber puesto la bandera del charrán y colonizar el territorio como si fuera su finca particular. El suyo, dice, es el "centro galleguista, reformista, nuestro centro derecha liberal y también socialdemócrata", aunque basta con conocer algo del paño para saber que se trata de la derecha de siempre algo menos asilvestrada por eso de que el birrete viste mucho más que la boina tradicional. Si resulta que al centro se llega por la senda del caciquismo inmemorial, sobran todas las alforjas y las ristras de mulas correspondientes.

Los convencidos de que el centro está en Galicia ofrecen como prueba irrefutable que Vox sigue sin dar allí señales de vida, pero bien podría ser la demostración de todo lo contrario. La función crea el órgano y, por el momento, es evidente que la necesidad de ultraderecha en esa esquina del Cantábrico está bien cubierta. Para todo lo demás, MasterCard, es decir, las redes clientelares por las que no pasan los años y siguen funcionando como relojes suizos de alta precisión.

Este es el dilema en el que se encuentra Pablo Casado. Si el PP arrasa cuando es más de derechas que Don Pelayo, que es justamente el rumbo que ha marcado con Cayetana Álvarez de Toledo como grumete y con Teodoro García Egea marcando el camino con huesos de aceituna, ¿por qué se empeñan en pedirle moderación y centrismo? ¿Acaso se puede recuperar el voto de la extrema derecha sin demostrar que ese territorio les fue legado en herencia y que los de Abascal lo han inmatriculado al descuido en el Registro de la Propiedad?

No es sencillo encontrar la puerta de salida a este laberinto y menos aún con el hilo de Ariadna que Aznar le ha prestado, más corto que el cordón de un zapato. ¿Qué demonios es eso de confrontar con el Gobierno como si Vox no existiera y con Vox como si quien no existiera fuera el Gobierno? ¿Hay alguien en la sala que hable en cristiano y no con retruécanos incomprensibles? ¿Hay algún master por correspondencia de Harvard en el que den la solución del crucigrama?

Hay quien ya ha empezado a contar los telediarios que le quedan a Casado antes que Feijóo se atreva a instalarse en la meseta en medio de grandes aclamaciones, y puede que le llegue la jubilación forzosa sin haber descubierto el secreto que siempre ha estado a la vista. El centro o la moderación, que es su nuevo nombre, no es un lugar, ni una actitud. Ni siquiera es un camino, sino alta bisutería, un artificio, cuentas de colores. Es un adorno que lucen quienes no tienen que demostrar lo que son porque es evidente para todo el mundo. Se lo permitió Suárez, que lo interiorizó sin disimular su pasado falangista, y Aznar por un tiempo, cuando mentía sobre su don de lenguas siendo evidente que nunca habló catalán en la intimidad. El propio Rajoy no necesitó hacer ostentación de lo que era, un señor de derechas de toda la vida, igual que Feijóo que es su discípulo más aventajado. Empeñado en demostrar que es el más de derechas de la clase, el disfraz del centro y sus vistosos collares le tiran a Casado del cuello y  por la sisa. Y así, claro, no se puede ir a ninguna fiesta y menos aún encontrar las minas del rey Salomón y sus tesoros electorales.

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