A SOLEDAD Y ANA MARÍA
POR MAITÉ CAMPILLO
(Con tales
referencias la mujer que quiera parecerse al “hombre” por el simple hecho de
serlo es poco ambiciosa. De nuestra Historia Internacional Revolucionaria como
homenaje). Soledad y Anita fueron dos mujeres revolucionarias entusiastas y
combativas, que vivieron sin ambages como vanguardia antifascista, militantes
viscerales en intensidad atrapadas en espacios donde todo está prohibido, menos
el crimen de Estado, delincuencia gubernamental y más etc. en leyes de
corrupción. Prohibido reír mirando el futuro, mucho menos interpretarlo; acoso,
persecución, redadas, detenciones, secuestros, violaciones, tortura, asesinato.
Militancia en clandestinidad absoluta, ventanas cerradas a cal y canto como
supervivencia donde la oscuridad reina sobre la luz del día entre el silencio y
mínimo movimiento, como una danza cautiva contra la muerte macabra. Burlaron la
represión enfrentándose a sus garras desenvolviéndose en un espacio en que
apenas existe la más mínima libertad de movimiento, y menos para mostrar la dignidad
prohibida. Soledad fue asesinada en enero del 1973 en Brasil, coincide el mismo
mes -que al igual que en el Estado español ha sido uno de los más siniestros en
los años críticos de lucha- con Ana María, asesinada en una emboscada en
Argentina cuatro años más tarde (1977) ¡Que crezca la luz en densidad humana,
capaz de desmoronar la penumbra y el silencio sobre sus vidas!! Que brille la
magia de su pasado revolucionario, sobre el misterio de los sencillos pegadito
a nuestra sombra andante, como mujeres que caminan, poder evidenciarlo al mirar
la vista atrás, asentando la senda al frente que en trinchera la lucha espera
porque de supervivencia se sabe demasiado. Se trata de vivir junto a ellas por
todo lo que un día transmitieron burlando lo prohibido, de dar la cara al
frente mirada y pensamiento, no bajar la mirada y muchos menos la cabeza,
nuestro saludo es el puño no el codo, con y sin pandemia, apostando por un
futuro rojo en don de dignidad, la que el fascismo y sus democracias
desconocen.
Si te dijera, amor
mío,
Que temo a la
madrugada,
No sé qué estrellas
son estas
Que hieren como
amenazas,
Ni sé qué sangra la
luna
Al filo de su
guadaña.
Soledad y Anita,
dos mujeres contra el glacial del mes de enero combatiendo el insomnio contra
amaneceres sobre tinieblas tenebrosas, dos rubís de cinco estrellas. Parte de
la familia de Soledad, y ella misma eran de Paraguay, saltando de una dictadura
a otra, pues ya por esos años los hijos descendientes de la gran chingada
tenían buen ganado atrapado entre manos por todo el sur de América sembrando el
despotismo a forma de crimen y colonialismo. Gringos, amos del mundo y las
guerras, juntó títeres como Videla en Argentina, Alfredo Stroessner en
Paraguay, Bordaberry en Uruguay, Castelo Blanco en Brasil… Soledad desde la
adolescencia entró a engrosar el campo comunista, hereda una fuerte conciencia
social del abuelo Rafael Barrett, anarquista catalán, periodista y escritor;
conocido por su militancia y por sus libros donde retrataba el dolor de los
oprimidos, en particular de los trabajadores de los yerbatales paraguayos;
emigró, y exilió, en diferentes ocasiones asentando familia en Paraguay. Uno de
sus hijos, Alejandro, padre de Soledad, otro activo militante que participó en
los movimientos contra las dictaduras de Iginio Morinigo y Alfredo Stroessner,
lo que le llevó a la cárcel y exilio. Soledad era pequeña cuando su familia
dada la persecución policial se refugia en Argentina. Marcada desde la infancia
por el abuelo Rafael Barrett, empapada de él tanto como de su cariño e
historias narradas, se convierte el mentado en el héroe de sus sueños, el que
plasmara con indignación, maestría, sensibilidad y admiración ‘El dolor
paraguayo’. De vuelta a la raíz en la adolescencia, al llegar al país donde
había nacido, Soledad entra de lleno a militar en el grupo los “gorriones”
vinculados al Frente Juvenil-Estudiantil de Asunción y al Frente Unido de
Liberación Nacional (Fulna), organización orientada por el Partido Comunista
Paraguayo. Años después vuelve a huir con la familia esta vez a Montevideo
-Uruguay- donde se vinculó a la Juventud Comunista.
Presiento que tras
la noche
Vendrá la noche más
larga,
Quiero que no me
abandones
Amor mío, al alba.
En Uruguay, vivió
años de formación ideológica y militancia política juvenil inquieta y rebelde,
además de una profunda conciencia de clase. Al parecer, además de, Soledad
poseía la magia del canto y la danza que mostró ante familiares y amigos. Pero
a Soledad por encima de sus propios encantos y talento le hervía la sangre de
ver tanta injusticia y explotación, al igual que le pasó al abuelo cuando llegó
en 1902 a Paraguay. Su adelantado padre la educó en cuanto a ideología y las
artes, y sobre todo, en ser mujer libre y fuerte para que pudiera enfrentarse
altiva a los acontecimientos sociales y políticos que se daban en aquellos años
en Paraguay y países vecinos. Ocurrió un día de 1962. Soledad tenía 17 años, el
país se encontraba a las vísperas de la toma del poder por los militares,
cuando unos esbirros nazis secuestran a la destacada estudiante hija de un gran
revolucionario, y abuelo, maestro de maestros en educación y conciencia de
clase, escritor y periodista que destaca ya en Catalunya echando raíz en
Paraguay. Tras los golpes recibidos en derroche de tortura y violación la conminaron
a que gritara viva Hitler, y muera Fidel, ella gritó sin titubeos dando vuelta
la tortilla intercambiando los nombres; la reacción de los nazis no se hizo
esperar, rajan sus muslos y graban –como Fuerza Nueva y Cristo Rey en el Estado
español, a navaja, dos enormes cruces gamadas.
Los hijos que no
tuvimos
Se esconden en las
cloacas,
Comen las últimas
flores,
Parece que
adivinaran
Que el día que se
avecina
Viene con hambre
atrasada.
Se había conocido
la noticia de la ejecución de Adolf Eichmann en Israel, y los fascistas
neo-nazis uruguayos toman las calles saliendo como buitres en máscara humana,
atacaron librerías y sedes de los partidos políticos de ideología de izquierda,
absolutamente todo lo que les sonaba a rojo y estaba bajo sospecha. Soledad
tuvo la mala suerte de caer en sus garras ‘la mala suerte de tantos miles de
guerrilleros por el mundo’, no sería la única vez. Tras el mentado atentado.
Soledad viajó a la Unión Soviética para realizar cursos en la escuela del
Komsomol, y de ahí, pasa a Cuba, donde siguió preparándose como militante
comunista. País donde conocería a quien sería su compañero, el brasilero José
María Ferreira de Araujo. Con él tendría una hija, Ñasaindy (inconsciente de
las losas ya abiertas, en ese momento comienza uno de los momentos más trágicos
de su vida). En 1970 su compañero regresó desde Cuba junto a otros militantes a
Brasil, para integrarse a la lucha contra la dictadura militar, fue capturado y
asesinado. Según la historia escrita, muy poca desgraciadamente, ante la falta
de noticias de su compañero decide a la desesperada viajar a dicho país. Por lo
que ha de dejar momentáneamente a su querida hija a manos de una estimada
camarada en el país caribeño. Al llegar a Brasil se une a la lucha armada en el
(VPR) Vanguardia Popular Revolucionaria, organización guerrillera liderada por
el capitán Carlos Lamarca. Se instala en Recife, donde consigue encontrar
trabajo en la boutique ‘Chica Boa’, lugar donde conoce a quien la llevaría a
una muerte segura puramente macabra de tragedia griega.
Se presenta ante
ella el que debería ser su “contacto”, un tal llamado ‘José Anselmo dos Santos’
(doble agente dedicado a “marcar” a los militantes opositores). Soledad, tan
confiada como inconsciente de aquél enlace, informada de la tragedia del
compañero, llega durante los meses de contacto a enamorarse del “cabo Anselmo”
-el que se presentara a nivel orgánico como camarada de militancia del
asesinado José María Ferreira de Araujo compañero de Soledad y padre de su
hija. Contacto decididamente encaminado a herir y ganar su sensibilidad, y
confianza, a demoler su nostalgia con la familiaridad de haber sido “veterano”
camarada de su compañero, el que había sido su primer gran amor.
Miles de buitres
callados
Van extendiendo sus
alas,
No te destroza,
amor mío,
Esta silenciosa
danza,
Maldito baile de
muertos,
Pólvora de la
mañana.
Soledad se
encuentra (pienso) en una compleja y arriesgada misión que la supera en unos
momentos difíciles, asumir el asesinato del compañero dentro de un país de
alguna manera “extraño”, que desconocía, además del aislamiento de la
clandestinidad impuesta. La soledad, o dureza de los acontecimientos, le hizo
bajar la guardia “agarrándose al enlace contra el aislamiento”. Enlace que
resultó ser el cabo Anselmo, un militar criminal más que siniestro, que había
participado en la denominada revuelta de los marineros en 1964, en la que
consigue (como obra de Birlibirloque, en acción mediática de esas que
proliferan en democracia) cierta popularidad entre la militancia revolucionaria
(¿?). Tras una detención en la que participa -de tantas que se han dado en el
Estado español desde los últimos años de la dictadura moldeando el horno de la
Transición, a la Democracia, Constitución, Monarquía, y mismos cuerpos
represivos, leyes y jueces, ministros y ex-ministros rehabilitados panza arriba
como gatos en su feudo, con el beneplácito del PCE y la iglesia unidos, en
aluvión de santos, de base y jerarquías falangistas- reposando satisfecho su
macabra villanía en condición de cabo del crimen, a sus anchas; desde el trono
carcelario entra en contacto con los servicios de inteligencia como doble espía
y para no despertar sospechas, el mentado “cabo Anselmo”, necesita según sus
superiores acercarse a alguien, lo suficientemente respetable, con un historial
de militancia, conciencia, e ideología impecable, y ese contacto es
precisamente Soledad Barrett Viedma, víctima incondicional elegida.
Había vuelto a
quedar embarazada, cuando se cumplía el cuarto mes de ello, fue detenida por cinco
hombres de civil “sorpresivamente”, uno de ellos era el hombre del que se había
enamorado “amigo y camarada de su anterior compañero, y padre, del que hubiera
sido su segundo hijx”. Era el 8 de enero de 1973, fue la última vez que la
vieron con vida. Su cuerpo nunca fue entregado. Junto a ella fueron
secuestrados Pauline Reichstul, Eudaldo Gómez da Silva, Jarbas Pereira Márquez,
José Manoel da Silva y Evaldo Luiz Ferreira. Todos los cuerpos presentaban
enormes torturas, el de Soledad, se encontraba desnudo lleno de sangre y con el
feto entre las piernas. Sonja María Cavalcanti, testificó ante la Comisión que
«Soledad y Pauline estaban en la boutique trabajando, cuando cinco hombres
entran golpeando salvajemente diciendo ser policías e invadiendo el local
trasladando a Soledad y Pauline en diferentes autos . El mismo que se encargó personalmente de asesinar a su “viejo
amigo de militancia”, José María Ferreira de Araujo. Como una tragedia griega,
siegan la vida de Soledad Barrett, nieta de un destacado anarquista catalán,
que llegó a ser artista de la narrativa contra la explotación de los pueblos.
Soledad pudiendo por igual llegar a artista se inclina a corta edad por la
guerrilla, segándole la vida el cabo Anselmo, en su proceso camino a la cima en
bandera de revolución.
No somos nada, como
mirándonos sin entendernos, y lo somos todo, arriba de la bola sobre las lunas
enormes donde la vida alcanza, hoy siglo veintiuno, cristales rotos. Ana María
tenía 20 años cuando “levantó” de la cama al General Cardozo estampándolo
contra el techo, recién nombrado tras el golpe militar de Videla, jefe de la
Policía Federal de Argentina. Fue un 18 de junio de 1976. Anita pertenecía al
movimiento guerrillero Montoneros [tuve un gran amigo montonero con el que
compartí vida de supervivencia a mi llegada a la “normalidad” se llamaba
“Miguel” (Oswaldo), exiliado en el Estado español con tres hijos pequeños “los
tres pingüinos» cuyo pequeño rincón entre bebida y encuentro le pusimos el
mismo nombre, cooperé en su apertura y “Edu”, o Ángel Campillo, le dio forma al
local entre herramientas y carpintería, pues siempre fue lo que popularmente se
llama además de un militante intelectual de dirección “un manitas”. “Miguel”, o
su nombre de pila Oswaldo, se se había unido a una nueva compañera argentina
tras su separación al llegar al exilio; logramos en clan en familia política,
una auténtica célula de supervivencia, lucha y liberación
anti-represiva-antifascista. Salió del país con la que fue madre de los tres
“pingüinos”, tras el atentado al General. La represión se ceba, uno de los que
cayó directamente, fue su hermano, conocido militante además de gran
intelectual. Ana María estaba estudiando magisterio cuando descubre que entre
el profesorado de nivel inicial tiene por compañera a Chela, hija de Cesáreo
Cardozo, aquel General con cara de ogro como Carrero Blanco. Asesorada por sus
compañeros de la Columna Norte, en la estructura montonera, se lanza de lleno a
la acción que traería serias consecuencias, entre ellas su propia muerte. Es
consciente de los riesgos que corre en la misión, decidida, consigue hacerse
“amiga de Chela” para poder entrar a la casa donde vive con su familia. Tras
dos meses de meticulosa planificación logra ejecutar con éxito el atentado
(días antes había sido detenida junto a su compañero, al ver que la situación
se complica, se salvan de ser torturados gracias a la audacia de Anita, que
dijo al oficial que era amiga de la hija del General Cardozo). Una tarde queda
en casa de la supuesta “amiga”, para estudiar; le cuenta más o menos que tiene
problemas con su novio, que no sabe cómo resolver… cuando Anita le pide por
favor, si puede hacer una llamada a su novio para hacer las paces “el único
teléfono que había en la casa estaba en el dormitorio de los padres (cosa que
ya sabía) aprovecha para sacar del bolso el artefacto, lo prepara en el baño
para que explote tras la media noche, después se dirige al dormitorio para
colocarlo debajo de la cama… y ¡¡Bunm!! De pronto, la estudiante de magisterio,
“amiga de la hija del General”, es la persona más buscada. Autora del
ajusticiamiento del jefe de la Policía Federal de la Argentina de Videla. Pasa
a la más estricta clandestinidad como enemiga número uno del régimen golpista
militar; se llama Ana María González. Seis meses después del atentado, aislada,
y acorralada, como tantos de sus compañeros militantes por la cacería en que se
había convertido la dictadura, Anita y su compañero Roberto Beto Santi se
enfrentan a tiros en una emboscada contra un retén policial en San Justo. Anita
quedó gravemente herida en el enfrentamiento; sabiendo el destino que le tocaba
si caía en manos de los militares, y dada su gravedad, según algunos escritos,
se niega a que la lleven a un hospital. Anita muere a consecuencia de las
heridas el 5 de enero de 1977, en una casa clandestina. Dos mujeres desgarrando
el vacío del silencio, como un fantasma estrafalario interpuesto entre ellas y
nosotros se rompe, hay hechos inmutables. Dos mujeres en este mismo espacio y
tiempo entre nosotros recorriendo los mismos campos de lucha, las mismas
pesadillas al acecho de calles sin salida sufriendo en sus propias carnes los
riesgos que implica el avance de nuestro futuro en la vida. Dos mujeres, dos
compañeras viviendo en diferentes países los años de plomo de las dictaduras
del imperio más sangrientas impuestas en América del Sur. A ellas mi recuerdo.
A tantas otras que fueron por igual asesinadas y desaparecidas hasta de la
propia historia escrita. Vivas para siempre, a ellas, sobre las que vuelco todo
mi amor.
Lento pero viene
el futuro se acerca
despacio
pero viene.
Maité Campillo
(actriz y directora d` Teatro Indoamericano Hatuey)
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