LA CONJURA CONTRA LOS NEGROS DE AMÉRICA
DAVID TORRES
Decía Monterroso
que los enanos disponen de una especie de sexto sentido que les permite
reconocerse al primer golpe de vista. Algo similar sucede con los negros en los
Estados Unidos, con el agravante de que, además de ellos mismos, los reconocen
todos los demás. Los judíos o los armenios, por citar dos grupos étnicos de los
muchos que proliferan en la tierra de las oportunidades, pueden confundirse más
o menos en medio de la gran masa blanca dominante, mientras que los negros
tienen el inconveniente de que, por culpa del color oscuro de su piel, no hay
manera de verlos. Por algo Ralph Ellison, uno de los grandes novelistas
estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX, tituló así la tragedia del
afroamericano en un país hecho exclusivamente para blancos: El hombre
invisible.
En un país que, en
sintonía con la Revolución Francesa, enarbolaba la igualdad como una de sus
señas de identidad al tiempo que establecía su hegemonía desde la esclavitud y
el genocidio de pueblos enteros, el racismo siempre ha sido un tema candente.
Todos los seres humanos nacen libres e iguales salvo negros, indios y demás
ralea, por no hablar de las mujeres, que ésas nunca han importado un pimiento.
Estos días he visto unos cuantos capítulos de La conjura contra América, la teleserie
de David Simon basada en la novela homónima de Philip Roth, una ucronía que
narra lo que habría podido suceder si el famoso aviador Charles Lindbergh
hubiera llegado a la Casa Blanca, destronando al presidente Roosevelt. Según el
mundo alternativo imaginado por Roth, las simpatías nazis de Lindbergh habrían
provocado que Estados Unidos permaneciera neutral en la Segunda Guerra Mundial
y la aprobación de leyes de segregación racial en todo el territorio.
De este modo, la
familia judía de la ficción contempla impotente cómo la tratan a patadas en los
restaurantes o la expulsan sin miramientos de un hotel en Washington. Lo que
resulta verdaderamente ridículo en la ucronía de Roth, y también en la
adaptación de Simon, es que la segregación racial funcionaba a toda máquina
desde hacía décadas en los Estados Unidos gracias a las llamadas "leyes
Jim Craw", las cuales se aplicaban con toda severidad a los ciudadanos de
raza negra en los estados sureños. Más aun, fueron los legisladores nazis
quienes se inspiraron en las leyes de segregación norteamericanas, como ha
demostrado el historiador James Q. Whitman en Hitler’s American Model, the
United States and the Making of Nazi Race Law. Ni la policía ni la justicia ni
la sociedad estadounidense necesitaba la coartada de Charles Lindbergh para
actuar al estilo de la Gestapo: lo que ocurre es que lo hacían exclusivamente
con los negros, no con los judíos. Cómo es que un escritor tan perspicaz como
Roth pasó por alto este desliz no puede achacarse sólo a un exceso de militancia
sionista. Cuando Ralph Ellison hablaba del "hombre invisible", sabía
bien lo que estaba diciendo.
Mucho más
imaginativa, aterradora y compleja que La conjura contra América es la ucronía
imaginada por Philip K. Dick en El hombre en el castillo, que acaba de conocer
una adaptación televisiva bastante curiosa, aunque no alcanza ni de lejos la
profundidad abisal del libro. En la novela de Dick, las potencias del Eje han
ganado la Segunda Guerra Mundial y los Estados Unidos han sido divididos en dos
grandes zonas de influencia: la Costa Este, bajo el dominio del Tercer Reich, y
la costa Oeste, una provincia del imperio del Sol Naciente. En medio hay una
especie de tierra de nadie donde, entre los grupos de resistencia de las
Montañas Rocosas, descuella un movimiento negro de ideología comunista.
Lo más inquietante
de todo es que, en ese mundo donde el fascismo ha triunfado, circula un libro
clandestino, La langosta se ha posado, que narra una historia alternativa en la
que los aliados ganaron la guerra, aunque no exactamente del modo que
conocemos. Un día un anciano japonés sufre un mareo en un banco del parque y ve
alzarse el puente el Golden Gate en una escalofriante realidad alternativa
donde Japón ha sido derrotado. Con Dick nunca se sabe dónde la realidad pierde
pie y dónde el sueño cambia a pesadilla.
En su visión de un mundo dominado por la cruz gamada, África aparece
devastada por la explotación colonial, los nazis se han lanzado a la carrera
espacial y la sociedad vive hechizada por la televisión, el consumismo masivo y
la proliferación del plástico. ¿Da miedo, verdad?
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