INVESTIGACIONES AYUSO SA
JUAN CARLOS ESCUDIER
De no tener toda la
apariencia de ser una gigantesca pantomima, el anuncio de la presidenta de la
suites de lujo y de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, de que ha iniciado una
investigación interna para esclarecer lo ocurrido en las residencias durante la
pandemia sería encomiable. Tan interna debe de ser la investigación que sus
socios de Ciudadanos se enteraron ayer mismo de su existencia, mientras Ayuso
desplegaba teatralmente un listado de papel continuo tipo pergamino con las
supuestas medidas adoptadas para evitar que los ancianos cayeran como moscas.
Sufre esta mujer una maldición parecida a la del rey Midas: a falta de oro,
todo lo que toca lo convierte en surrealista.
Todo suena a farsa,
empezando por el objeto mismo de la supuesta investigación, ya que lo ocurrido
con estos centros es de dominio público. ¿Por qué no se les prestó atención
médica suficiente? Pues porque el colapso hospitalario, que las autoridades
madrileñas siempre negaron, lo hizo imposible, y ello obligó a seleccionar a
quienes se consideró que tenían mayores posibilidades de supervivencia. A la
cola de esta lista estaban ancianos y dependientes con distintas patologías,
sobre los que se ensañaron los protocolos de triaje. No se encontraron
soluciones sanitarias sino paliativas: a falta de respiradores y UCI, solo
disponibles para 921 mayores de 70 años desde el inicio de la crisis, lo que se
les dispensó fue morfina.
Fue lo que la
propia Ayuso vino ayer a reconocer cuando dijo que se había hecho "lo
humanamente y técnicamente posible con lo que se tenía, con lo que se conocía
en esas noches de altísima tensión, donde en los hospitales, donde las
urgencias también estaban colapsadas", cuando el virus "entró como
una ola, como una exhalación". Sin duda, hay motivos para cuestionar
éticamente estas decisiones, pero quienes se rasgan las vestiduras deberían
atreverse también a responder a otras preguntas terribles: ¿Habría cambiado
algo si miles de estos ancianos hubieran sido derivados a los hospitales en
plena catástrofe asistencial? ¿Se habrían podido salvar más vidas o se hubiera
producido justamente lo contrario?
No se trata, por
tanto, de investigar el qué sino el por qué, y eso es lo que no se hará porque
las responsabilidades políticas de quienes han gestionado la Sanidad y la
atención asistencial de mayores y dependientes son mayúsculas. Esa
investigación pondría al descubierto los recortes en atención primaria, que han
sido la causa principal del desastre, y la especulación insoportable con las
residencias, que se entregaron al capital privado como si fueran terrenos
urbanizables. En resumen, pondría de manifiesto que la liberalización de un
derecho básico como es la salud ha causado una debacle humana con la pérdida de
miles de vidas.
Es urgente
investigar el por qué y también el cómo, más allá de la espantosa criba a la
que el sistema se vio obligado para no entrar él mismo en coma. Tan ofensivos
como los intentos de sacudirse la responsabilidad de lo acontecido con la
mentira de que las competencias habían sido asumidas por el Gobierno, han sido
los intentos de convertir la tragedia en un trampolín propagandístico de la
señora presidenta, en cuyo vértice está el hospital de campaña de Ifema, un
éxito clamoroso porque sólo atendió a los pacientes más leves del virus y en el
que se volcaron los escasos recursos que no existían para medicalizar los
geriátricos.
En todo momento la
Comunidad ha mantenido las atribuciones sanitarias, entre las que, a mayores,
se encontraba la gestión con un mando único de los recursos de la sanidad
pública y privada. De ahí que sea intolerable la confirmación de que la
atención hospitalaria que se negaba a la mayoría fuera posible para aquellos
ancianos que disponían de un seguro médico privado. Ese triaje por renta sí que
es inmoral por no decir delictivo. Sobre todo esto debería centrarse la
investigación-farsa que anuncia la presidenta de unos madrileños que siguen
preguntándose qué han hecho para merecer este castigo.
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