EL SECRETO DE ESTADO QUE PAGAS
EN TU FACTURA DE LA LUZ
ANÍBAL MALVAR
Una ley no escrita
impide conocer adónde van 800 millones de euros anuales que pagamos todos los
españoles con el recibo de la luz. Es dinero que se destina al denominado “pago
por capacidad”, un crisol de incentivos a la industria privada (productores y
grandes consumidores) que la Comisión Europea investiga desde 2016 por
considerarlos ayudas encubiertas del Estado. Un año después, abría un
expediente de infracción contra nuestro país por alterar de esta manera la
competencia energética.
Algunas de las
industrias a las que el Estado apoya con esta subvención encubierta son
altamente contaminantes, pero el ciudadano no tiene derecho a saber cuáles son.
Es confidencial. Secreto de Estado.
En estos tiempos de
pandemia, quizá revisar esos pagos podría servir para abaratar el recibo de la
luz. Pero, sobre todo, demostrarían la voluntad política para frenar el cambio
climático. Una de las causas, según algunos epidemiólogos, de que algunas
amenazas latentes como la de la covid-19 tengan la capacidad de salir de sus
ecosistemas naturales y asolar el planeta. Habrá más y peores pandemias como
esta si no echamos el freno, nos advierten.
Tatiana Nuño es
responsable de Energía y Cambio Climático de Greenpeace, y formó parte de un
equipo investigador de la organización ecologista que durante meses intentó
desvelar el misterio y poner nombre a las industrias beneficiadas con estos
incentivos de dudosa transparencia. “La Comisión Nacional de los Mercados y la
Competencia (CNMC) nos dijo en reunión que eran datos confidenciales, sin
explicación. El Operador del Mercado Ibérico de Energía (OMIE), lo mismo: ‘Las
liquidaciones son confidenciales, no hay acceso a datos por empresa o unidad’.
También Red Eléctrica Española (REE): ‘La liquidación individual de los pagos
de capacidad de cada instalación es confidencial; solo la información agregada
es pública y está disponible’. No te puedo reenviar los correos porque están
dirigidos exclusivamente al destinatario y la información contenida es
confidencial". La palabra confidencial ha dejado de ser patrimonio del
thriller para instalarse en tu recibo de la luz. CTXT se puso en contacto con
el Ministerio de Transición Energética en busca de una razón para semejante
secretismo. Sin éxito. Hush-hush.
Lo que sí consiguió
el equipo investigador de Greenpeace es desglosar el destino general de esas
ayudas entre 1998 y 2017. Alcanzaron en esa década los 18.000 millones de
euros, y en la actualidad siguen sumando a razón de 800 millones anuales. Esa
cantidad va comprendida en el concepto “potencia” de nuestra factura, es decir,
el que se engloba dentro de los costes regulados. Estos suponen el 60% de lo
que cada uno paga de luz. El otro 40%, sí está vinculado al precio de la
electricidad consumida.
El “pago por
disponibilidad”, con un coste en el recibo de 11.000 millones de euros entre
1998 y 2017, es una aportación a las generadoras solo por el hecho de existir
Uno de los
conceptos más controvertidos de esta maraña de ayudas opacas es el denominado
“pago por disponibilidad”. Con un coste en el recibo de 11.000 millones de
euros entre 1998 y 2017, se trata de una aportación a las generadoras solo por
el hecho de existir. Por estar disponibles, produzcan en la actualidad o no,
para casos de emergencia en picos de consumo inesperados. Por poner un ejemplo
acorde con estos tiempos catastrofistas de DANAs y pandemias: en caso de
colapso o cierre imperativo de las centrales nucleares su producción sería
aportada, sobre todo, por centrales de ciclo combinado que en la actualidad
están funcionando al 20 o 30%. Por eso cobran. ¿Tiene lógica? Neoliberalmente
hablando, sí.
Alguien tenía que
pagar los excesos y especulaciones de la industria eléctrica desde que cayera
en manos privadas con la liberalización dictada por el gobierno de José María
Aznar en 1997 (Ley del Sector Eléctrico 54/1997, reformulada por la Ley
24/2013, ya con Mariano Rajoy). La propaganda institucional y mediática de
aquellos tiempos nos convencía de que privatizando lo público crecería la
competencia, y los nuevos actores del sector reducirían a mordiscos sus
facturas para atraer más clientes. Un relato que casi se ha cumplido punto por
punto, como todo el mundo sabe (léase la frase con ironía). Una nueva prueba de
la infalibilidad casi papal del liberalismo ultra.
El recibo no bajó,
por supuesto, y con ceguera especulativa las nuevas firmas empezaron a invertir
en centrales no planificadas. Por lo que demuestra su ansia inversora, no
habían previsto ni siquiera el incipiente nuevo escenario que se abría en el
sector con la irrupción de las renovables. “Y realizaron previsiones de demanda
tan elevadas como irreales”, las califica Greenpeace. Hoy tenemos un sistema
eléctrico con un 30% de sobrecapacidad. Con los datos en la mano, en 2017 las
centrales de ciclo combinado (gas) trabajaron en conjunto a un 16,7% de su
potencial. El equivalente a dos meses por año. El resto de tiempo que no
producen incrementa el recibo de la luz.
En 2017 las
centrales de ciclo combinado (gas) trabajaron en conjunto a un 16,7% de su
potencial. El equivalente a dos meses por año
“Estamos pagando el
rescate de centrales a las que nadie había dado su visto bueno. Se han
construido a riesgo y aventura de los promotores privados. Pusieron tantas
centrales como quisieron: si se adecuaban a la legislación vigente, se abrían
instalaciones de gas como puedes abrir una panadería. Y ahora hay que pagar esa
falta de previsión del sector con otro rescate, como el de la banca”, resume
Rodrigo Irurzun, coordinador del área de energía de Ecologistas en Acción. Si
se asume, como explica Irurzun, que estos conceptos constituyen un rescate
encubierto al sector, se puede decir que hemos pagado ya en el recibo eléctrico
lo mismo que constó rescatar Bankia.
En el mismo verano
de 2007 en que sobre EE.UU. y Europa ya se cernía el vampiro de la crisis de
las hipotecas subprime (hipotecas basura), y era evidente que el consumo de
electricidad iba a bajar un pico en medio mundo, el Gobierno de José Luis Rodríguez
Zapatero introdujo en el BOE un nuevo concepto para resarcir a la industria de
sus inversiones poco rentables y sin previsiones realistas: “el pago por nuevas
instalaciones”, que también ha sido incluido en el recibo de la luz y con él se
han recaudado 3.600 millones de euros más entre su promulgación y 2017. Bajo el
concepto “restricciones por garantía de suministro” se potenció la quema de
carbón autóctono con 2.800 millones de euros entre 2011 y 2014. Y 490 millones
fueron destinados a reducir la contaminación de nuestras plantas de carbón
entre 2007 y 2017, ayudas que han merecido el citado expediente en Bruselas por
considerarlas inyecciones de capital estatal encubiertas que atentan contra el
libre mercado. “Por los pagos a las propietarias de térmicas de carbón
(Incentivos a la inversión medioambiental) hasta 2020, la CE abrió un
expediente. Creemos que en principio podrían dejar de cobrarlo e incluso tener
que devolverlo si el gobierno así lo quisiera”, aseguran desde Greenpeace.
Las grandes
consumidoras, por ejemplo acerías y cementeras, también se llevan parte del
pastel a través del “pago por interrumpibilidad”, un sistema de subastas que
permite que las empresas que consumen más electricidad reciban una retribución
a cambio de su disponibilidad para desconectarse de la red eléctrica en casos
de emergencia para el suministro de una determinada zona.
Paradójicamente,
gracias al citado expediente abierto en 2017 por la Unión Europea contra
España, se levantó parcial y momentáneamente el velo del top-secretsobre las
industrias beneficiarias. “Lo único que se ha podido saber de esta lista fueron
los millones que fueron expedientados por Bruselas, los 490 millones que se
dieron a la centrales térmicas de carbón para instalar filtros y poder seguir
operando”, reconoce Tatiana Nuño. Y plantea una duda sobre si será o no muy
constitucional negar una información de interés público tan evidente: entre
otras cosas, nos impide saber hasta qué punto nuestro dinero está sirviendo
para financiar instalaciones altamente contaminantes. Es confidencial. Y es el
mercado, amigo. Por mucho que los expertos nos estén advirtiendo que el cambio
climático también puede contribuir a desastres sanitarios como el que estamos
sufriendo ahora.
Esta
confidencialidad puede entorpecer el ejercicio de uno de nuestros derechos y,
sobre todo, deberes constitucionales.
Artículo 45 de la
Constitución española
1. Todos tienen el
derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado para el desarrollo de la
persona, así como el deber de conservarlo.
2. Los poderes
públicos velarán por la utilización racional de todos los recursos naturales,
con el fin de proteger y mejorar la calidad de la vida y defender y restaurar
el medio ambiente, apoyándose en la indispensable solidaridad colectiva.
Esta disposición
legislativa de apariencia tan moderna entró en nuestra Constitución en su
redacción original de 1978 a propuesta del Partido Comunista. El PCE consiguió
colarles a los padres de la Transición una versión de la muy progresista ley aprobada
en 1976 en Portugal. El 25 de abril, en el segundo cumpleaños de la Revolución
de los Claveles, el pueblo luso votó en su Constitución diez disposiciones
medioambientales enormemente ambiciosas para aquel tiempo. Recogían desde
educación ambiental hasta políticas fiscales; apelaban “al principio de
solidaridad entre generaciones”; aludían a la necesidad de transversalizar la
ecología en todas las áreas ministeriales... El PCE de Santiago Carrillo
negoció para los españoles un artículo constitucional inspirado en aquel,
aunque mucho más timorato e inconcreto. Pero ya fue una hazaña, en aquella
España de desarrollismo asalvajado y cementador, la inclusión en la Carta Magna
de una norma medioambiental. Greenpeace ni siquiera existía en nuestro país, y tardaría
todavía unos cuantos años en afianzar su prestigio internacional.
Pero aquel timorato
artículo 45 de la Constitución sigue vigente. Y permite cuestionar si,
subvencionando de forma opaca a la industria del carbón –por ejemplo–, “los
poderes públicos” están velando realmente “por la utilización racional de todos
los recursos naturales”. Sobre todo si
se tiene en cuenta que el carbón y las centrales nucleares podrían ser
prácticamente prescindibles en nuestro esquema energético a muy corto plazo.
En julio de 2018,
el Instituto de Investigación Tecnológica (IIT) de la Escuela Técnica Superior
de Ingeniería de la Universidad de Comillas presentó su Estudio técnico de
viabilidad de escenarios de generación eléctrica en el medio plazo en España.
El trabajo, encargado por Greenpeace, constataba que era posible establecer un
calendario de cierre de carboneras y nucleares en 2025 sin poner en peligro el
suministro aún en los escenarios más adversos. Para sus cálculos, utilizaron la
peor serie histórica de producción hidráulica y eólica. También tuvieron en
cuenta todos los protocolos de seguridad. De aplicarse, el plan preveía una
reducción de dos megatones de emisiones de CO2, que al precio actual de 24
euros la tonelada tendrían un valor de 480 millones de euros. Incluso preveía
un menor coste total anualizado: 7.632 millones frente a 8.157.
De momento, el Plan
Nacional Integrado de Energía y Clima 2021-2030 que ha puesto Pedro Sánchez
encima de la mesa se da un poco más de plazo que las ambiciosas propuestas de
Greenpeace en su estudio. Y, según Tatiana Nuño, deja algunas lagunas
inquietantes en su redacción: “Es verdad que el gobierno anterior, ya con
Teresa Ribera y Pedro Sánchez, sí se posicionó ante Europa para que no se
diesen pagos por capacidad a las centrales más contaminantes. Y también
defendió la necesidad de una evaluación para justificar que se concediesen esos
pagos por capacidad. Pero, por otro lado, vemos el borrador de nuestra Ley del
Clima, y no hay una garantía. Pasa lo mismo con el borrador europeo, que acaba
de salir. No ofrecen ninguna garantía de que se vayan a abandonar las
subvenciones a los combustibles fósiles y a las energías sucias. Tampoco se
aborda prácticamente el problema del transporte. Y calcula unas emisiones por
transporte en 2030 que aún son muy grandes”, concluye.
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