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sábado, 13 de junio de 2020

EL EXTRAÑO CASO DE “EL ARRANQUE”


EL EXTRAÑO CASO DE 
“EL ARRANQUE”
FRANCISO J. QUEVEDO GARCÍA
En “El arranque”, uno de los relatos cortos de Víctor Ramírez, se aprecia cómo el erotismo se utiliza para motivar en el lector una situación anómala, por tanto transgresora, que se inscribe en un marco de reminiscencias surrealistas, donde el humor y el tratamiento ácido de la realidad tienen una especial cabida.

        En “Contrapeso”, especie de poética que el autor escribe en el volumen antológico “AISLADA ÓRBITA” –realizado por Rafael Franquelo-, VR expone las razones de su acercamiento a la escritura:
Escribo por venganza, por profundo sentimiento de frustración, por punzante rencor ante tanto mal, porque me da la gana, por distraer el rato, por sádicos deseos de crear seres que sufran como sufren los que de veras existen por ahí, por jugar a darme alguna explicación que me engañe algo, por esto y seguro que por muchos motivos más que no alcanzo ni me preocupo en alcanzar a ver. Y siempre sabiéndome cómplice del lector: lector que busca corroboración en el autor, corroboración insana a sus insanas perspectivas de la vida (Ramírez, 1973).

La actitud de rebeldía personal y social de este autor se decanta en él desde su primera confesión: “Escribo por venganza”. Su trabajo como escritor consiste en “crear seres que sufran como los que de veras existen por ahí”.
        Uno de los rasgos que caracterizan a la Narrativa Canaria de los 70 es su carácter de compromiso social, de abierto enfrentamiento a la norma. De ahí su peculiar empeño en renunciar a los tópicos surgidos en una cultura epidérmica, superficial, para centrarse sobre todo en una realidad de mayor alcance, más profunda, mucho más creíble en suma.
        Ese compromiso crítico llevó aparejado un afán de ruptura que supuso una creación abierta al juego expresivo y a la transgresión textual; una manera de expresión literaria que hizo muy necesaria la complicidad del lector, un lector participativo del mundo narrativo que se le ofrecía como una prueba de libertad creativa y social: “Y siempre sabiéndome cómplice del lector; lector que busca corroboración insana a sus insanas perspectivas de la vida”.
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De hecho, en “EL ARRANQUE” el lector se ha de hacer cómplice con la situación de extrañamiento de la realidad que Víctor desarrolla a partir de insólito caso de su protagonista:
¡Ah!, no olvido aquel especialísimo problema concerniente a mi postura frente al sexo bonito. Ni le pase por la cabeza que esta situación haría de mi persona un apagado, un espectro de hombre que arrastra su existencia sin visos de vitalidad; no piense eso, que se equivocaría. Hombre, es claro que no recibí con regocijo mi extraña disposición ante las mujeres. Pero el embotamiento consecuente a tanto trabajo me distraía; y si alguna vez tomaba conciencia de ello, me hacía repetir, como de soslayo, que hay cosas muchísimo peores, además de que nunca perdí las esperanzas. Fui, incluso, más optimista que los propios médicos que me atendieron. Y como uno acaba siempre acostumbrándose, usted dirá (…). Esto no puede continuar así: no cesaba de martillearme en toda la tarde, delante del escritorio, a la salida, en la oficina del supermercado, mientras cenaba. Por otra parte, y soterradamente, me aguijoneaba una especie de resquemor, de punzante duda contra mí mismo. ¿Y si en verdad fuera yo marica, sólo en teoría porque en la práctica no había surgido ocasión? Esta inquisición me turbaba hasta el más completo abandono. No puede ser, imposible; los médicos dictaminaron, todos, lo mismo, que lo mío era cuestión olfativa y el mal radicaba en el cerebro, no operable, que tal vez con el tiempo y la pérdida de facultades podría normalizarse mi olfato, olería normal y no tan agudísimamente el nauseabundo olor femenino. Pero no, no lo creo, no creo que todos fueran a mentirme por caridad y dictaminando idénticamente. Sin embargo: ¿y si el rechazo experimentado ante las mujeres me impeliera a buscar cobijo y placer en los hombres? Me horrorizaba, sí: horrorizaba nada más pensar en esto. Por tanto, hay que intentarlo de nuevo, probar otra vez. Esta noche mismo voy y, no: mejor dejarlo para el sábado y, de paso, celebro la inauguración del piso. Es que, al sábado siguiente, me mudaba definitivamente al piso que, después de año y medio ahorrando, por fin había comprado. (Ramírez, 1988: pgs 62-63)
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Ya hemos comentado la influencia que el surrealismo aporta en general a la cultura de las islas. En literatura, la impronta surrealista se advierte en buena parte de la producción contemporánea, como se puede comprobar en la Narrativa Canaria de los 70, que se hace partícipe del espíritu surrealista empeñado en un reconocimiento creativo de la realidad insular.
        El espíritu surrealista estuvo marcado por la valoración del compromiso literario, como nos recuerda Domingo Pérez Minik al evocar uno de los fragmentos de la conferencia de André Bretón, “Arte y política”, que se celebró el 16 de mayo de 1935 en Santa Cruz de Tenerife con motivo de la II Exposición Internacional Surrealista:
“Los hombres de todas condiciones, de todas clases, que encuentran en sus obras una justificación brillante, y que de ella sacan una conciencia pasajeramente triunfante del sentido de sus dolores y sus alegrías, no pierden de vista que un privilegio único permite, de tarde en tarde, a la subjetividad artística el identificarse con la verdadera objetividad; ellos saben rendir homenaje a la facultad individual que hace pasar un fulgor por la ignorancia, por la gran oscuridad colectiva” (D. Pérez Minik, 1996: pgs 95-96)
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En la Narrativa Canaria de los 70 se entrevé una postura literaria que tiene bastante que ver con esa idea de Bretón de hacer “pasar un fulgor por la ignorancia, por la gran oscuridad colectiva”. Si sus obras subvierten, lo hacen en la medida en que simbolizan un aporte revisor de los miembros de su identidad.
        En “El arranque” la subversión se manifiesta a través de la anormalidad que representa el personaje protagonista incapaz de mantener relaciones con las mujeres porque no soporta su olor corporal. Los intentos que a partir de esa anormalidad se generan son dignos de la mejor tradición de la línea humorística del absurdo de la literatura española.
        El último de sus intentos antes de refugiarse definitivamente en la resignación es el de poner un anuncio en el periódico para cubrir una plaza de asistenta, con la finalidad de encontrar de modo casual a la mujer, a la única que despidiera un olor compatible con su hipersensible olfato. El caso es que la encuentra:

“Pasaron los días y ya era el último de la publicación del anuncio: rayitas anotadas había sesentaitantas, que las hube contado y recontado, ya ida la esperanza de encontrar a la inodora y con cierto regodeo masoquista. Faltaban minutos, pocos, para las nueve y me distraía viendo la televisión. El timbre que sonó fue el ronco, el de la cocina. Me levanté desganado, molesto por la interrupción; el programa me estaba agradando. Llevando por la costumbre adquirida, ensayé el olisqueo, tres veces, profundo. Abrí la puerta; apenas faltó para que yo perdiera el aliento ante tal contemplación. Ni me acordé de oler. Cuando tomé respiro, me vinieron a la memoria las revistas del furgonero. En alguna película de agentes secretos yo había visto algo parecido, alta, tanto como yo, esplendorosa, de cabello como el millo rubio y brillante, la piel tostada contrastando con unos enormes ojos que ni verdes ni azules, sino azules y verdes con, cómo le diré, iridaciones doradas, algo deslumbrante, quimérico, la sonrisa blanquísima, destellona. Entre tal zarandeo emocional, caí en la cuenta de que no olía como las demás, como todas, de que no me provocaba náuseas su cercanía.
        No hablaba, limitándose a sonreír abiertamente y como diciendo aquí estoy yo, ¿qué, gusto o no gusto? El espasmo me había impedido invitarla a pasar. Abochornado al notarlo: pase, pase, señorita: y me aparté a un lado para dejarla entrar. Su gracias fue extranjero, radiante, con cierta altivez mimosa. Cerré la puerta, ella, con disimulo evidenciado, ojeaba su alrededor, agarrando con los dedos estirados de ambas manos la cartera roja contra el pubis. Tuve tiempo, al darme la espalda, de contemplarla concienzudamente: mayor perfección no podría encontrarse, era un sueño hecho realidad. Con un sofoco que me hacía tartamudear le señalé el sofá: puede sentarse. Puso el visaje de no entender al principio y de entender enseguida: ¿eh?, ¡oh yes! Gracias: y, sentada, su faldita apenas sí tapaba un par de centímetros más acá de las ingles, eso sí: los muslos muy apretados y la carterita sobre ellos. No cesaba de mirarme y sonreír. Yo tenía que apartarle la mirada; no sabía cómo preguntarle, cómo decirle si venía por lo del anuncio de la prensa. Me senté en el sillón, justo enfrente de ella, separados ambos por la mesita de mármol. Forcé una sonrisa franca: ¿y bien?, aleteando los brazos a guisa de pregunta, removiéndome continuamente en el sillón, desazonado. Tranquilamente abrió la carterita, se me caldeaba el rostro cuando veía aquellos músculos tan delicados de sus piernas lisas, titilantes; y sacó un recorte del periódico, que me alargó negligentemente, sin moverse lo más mímino. (Ramírez, 1988: pgs 73-74)

El tratamiento humorístico y subversivo que hace del erotismo VR en “EL ARRANQUE” llega a su culminación cuando nuestro personaje, enardecido por el ansia de poder poseer por primera vez a una mujer que no le huele mal como las demás, que no le causa la extraña aversión que padece, casi vuela hasta su casa tras terminar el trabajo y se encuentra con ésta desvalijada. La mujer que no olía no era tal, era un ladrón travestido.
        El ánimo transgresor de la Narrativa Canaria de los 70 se perfila en esta narración de VR, sobre todo, a través de la experiencia traumática sufrida por el protagonista. Recordemos de nuevo aquellas palabras del autor citadas anteriormente: “Escribo por sádicos deseos de crear seres que sufran como los que de veras existen por ahí”.
        El erotismo que transgrede la normalidad, pues, en “EL ARRANQUE” está al servicio de la introspección en los conflictos personales que alienta la creación de Víctor.
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NOTA: Este texto ha sido extraído del libro editado por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria en el 2002 “LA PALABRA Y EL DESEO” – Estudios de la Literatura Erótica-, con GERMÁN SANTANA HENRÍQUEZ como responsable de la edición 

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