COMO UN PROMETEO
JUAN MANUEL TORRES VERA
Víctor Ramírez, como un Prometeo, ha encendido la palabra liberadora
de nuestra realidad. Blandiendo la rebeldía con
una pasión tal, que la oscuridad huye
de la caverna de la memoria.
Para
ello hay que echar raíces con unas
convicciones profundas de amor a la
tierra y de vibrar por romper los cercos del miedo que acogotan al pueblo
canario. Los enemigos quieren hacerse invisibles a punta de pistola disfrazada de ley. Pero
ahí está Víctor arriesgando la vida para que el fuego de su obra literaria
despierte más temprano que tarde al pie de las mareas.
Los dos allá sentados, una isla
nuestra, con las espaldas estribadas a la lava de los latidos pasados: es el
mediodía. Miramos al cielo con la señal de los roques y la felicidad de los momentos junto a los
amigos que comparten la sedienta crónica de empuñar la indomable cultura contra
todo lo que huela a servidumbre.
Un
sueño solar nos va liberando con una sonrisa
hasta abrir los ojos con la esperanza en el aire. Y es así en realidad
cuando la razón nos hace invisibles, porque tenemos el territorio intemporal liberado.
¿Quién
puede venir a apresarnos? Ya nosotros iremos cabalgando con el viento y una
lengua de mar nos refrescará la memoria
del archipiélago.
Como la soledad es el precio de los clarividentes, me estribo aquí a este ventorrillo de
pencas de palma a escuchar en el viejo tocadisco un corrido de José Alfredo Jiménez. Empujo la historia pa tras;
veo las volteretas de las habilidosas trabajadoras alrededor de la plaza, el
olor al sacrificio de incubar agravios por el precio de estar vivos.
Las
mismas andanzas del dominio repetidas en todos sitios. Corre una llama de rabia
por el pecho con un titiriteo de dientes,
contenido en una emoción reprimida. Miro a las montañas para evadir un
posible grito a nuestros antepasados, que rondan también con los labios apretados, no es el
miedo al eterno retorno sino a ser sometido, a perder la condición de asaltar
los horizontes.
Y los niños miran aquella goda maestra, recién llegada con la muestre
del caudillo, que les obliga con amenazas
a quitar los carros de caña del
camino de tierra para pasar su coche, en la isla otra vez. Con aquel zezeo
repugnante de dominadora del que nunca hicimos apuesta de olvido, un rostro de
aguileña mirada. Isaura la costurera canaria, desde la altura de la cañada, es
testigo en el juicio de las razones, hasta las sabinas se rebelaron a nuestro
favor.
Nos
lanzaba el dardo del paralís invasor. Desde la cuna heredamos los malditos
temores. Los venenos que siempre vinieron por el mar y que ahora hospedan nuestras costas disfrazados
de tolerantes y universalistas.
El
dolor es mayor cuando nuestros hermanos de raíces caen en esa ingenuidad
impuesta. No es que vayamos a jugar con
las mismas cartas, ningún humano es
digno de inquisición, pero si el derecho al odio invencible a quien oprime.
La filosofía de Víctor Ramírez fluye en su obra literaria como un dulce
manantial de los tiempos difíciles. En
los relatos de las crónicas apátridas aparecidas en el número titulado “OJO
DE PULGA” (*) escritos en
momentos alrededor de los años ochenta
del pasado siglo XX, entre una
convulsión socio-política en el Estado español
de asentamiento de la monarquía borbónica, mantienen una contención de
admirable genio.
La
matienen, pues es fiel a su palabra de compromiso de alumbrar el que tiene la
facultad de miras más altas para toda la
humanidad.
Apostemos
porque esas invisible energías de su palabra,
como una cuerda en su justo punto, nos contagien a todos los canarios en la
voluntad de liberación.
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(*)
Editado por Editorial BENCHOMO
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