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miércoles, 27 de mayo de 2020

OPERACIÓN BANDERA


OPERACIÓN BANDERA
GERARDO TECÉ
Entre la imagen de los dirigentes de Vox de celebración en lo alto de un autobús descapotable, “esto es parecido a cuando ganamos la Copa del Mundo, gente por las calles con alegría”, y la escena de Isabel Díaz Ayuso abandonando una reunión de gestión de la crisis sanitaria para irse a llorar vestida de luto a un acto televisado en la catedral de la Almudena, han pasado 28 días. El dato es anecdótico. Si ambas escenas se hubieran dado en el mismo fin de semana, tampoco nos hubiéramos debido sorprender demasiado.



Mientras el mundo constataba la importancia de encarar con unidad y políticas coherentes los empujones de la pandemia, aquí, en España, constatábamos que ni en mitad de un desastre como este lo nuestro tenía arreglo. Si las grandes carencias emergen en los momentos más delicados, la gran carencia española, una derecha incapaz de demostrar un mínimo patriotismo en los momentos más delicados por mucho que se envuelva en banderas, emergía con fuerza para luchar, no contra el virus, sino contra el rival político. Esta vez lo hacía de un modo novedoso: prescindiendo de narrativa, de apego a la realidad. Dejando escapar a base de esperpento un relato de los hechos que en unos primeros días de la crisis sanitaria supieron colocar en la sociedad española con éxito: la gestión del Gobierno había sido desastrosa por no haber tomado medidas sanitarias con diligencia. La pregunta es: ¿por qué quien consigue colocar su relato –primer mandamiento de la política– a la hora de explicar una crisis sanitaria, decide abandonarlo para dedicarse a apoyar concentraciones desaconsejadas por los expertos, pedir el fin del confinamiento en las zonas más afectadas por el virus, llamar dictadura al mismo estado de alarma que semanas atrás exigían? ¿Por qué quien consiguió imponer un relato que funcionaba acabó subido en un autobús de celebración en el que sólo faltaban unas vuvuzelas y Manolo el del bombo?

La derecha española decidió, con acierto, que no había relato más seguro para sus intereses futuros que sacar a pasear una buena bandera

Aunque beneficioso en un principio para los intereses de la derecha, este relato que ponía en primera línea la defensa de la salud ante todo era una bomba de relojería. Con el Gobierno haciendo los deberes y la pandemia entrando en fase de control, era cuestión de tiempo que algunas preguntas empezaran a surgir en esa sociedad que había comprado el relato de la derecha, ese de la salud es lo primero: ¿En qué estado se encontraba la sanidad pública en Madrid después de años de privatizaciones? ¿Cómo se ejercía el control de las residencias, responsabilidad del ejecutivo de Díaz Ayuso? La derecha española decidió, con acierto, que no había relato más seguro para sus intereses futuros que sacar a pasear una buena bandera. Una bandera que obviase el contexto internacional de esta pandemia, que tapase el hecho de que las competencias sanitarias habían estado, antes y durante la pandemia, en manos de las mismas comunidades autónomas golpeadas por la covid-19 cuyos dirigentes jaleaban ahora el desprecio a las recomendaciones de los expertos sanitarios. Cuando se tiene poco que decir, la única estrategia viable es gritar.

Además de al propio sistema, esta estrategia sin relato ni apego a la realidad, pone a prueba al propio votante de derechas. Convertido en conejillo de indias de sus líderes en un experimento único: una huida hacia adelante consistente en anteponer el caos y la histeria a un debate público en el que deberíamos haber aprendido qué ha pasado. Dispuestos PP y Vox a usar políticamente las muertes durante la pandemia, al votante de derechas se le pidió que tragase con demasiadas cosas al mismo tiempo. Por un lado, el votante de derechas debía comprar el argumento de que el Gobierno central, al asumir la coordinación entre Comunidades Autónomas, era el responsable único de lo ocurrido. Por otro lado, que, a pesar de los datos de fallecidos, de la falta de medios y personal, aceptara como excelente la gestión de una Isabel Díaz Ayuso que, respetando el argumento anterior, no podía de ningún modo haber gestionado nada de manera excelente porque la gestión sería exclusiva del Gobierno.



Al votante de derechas se le pidió que se indignase por la tardanza del Gobierno central a la hora de aplicar el estado de alarma y se le pidió también que, en contra de las recomendaciones sanitarias, saliese a manifestarse porque ese mismo estado de alarma era ahora sinónimo de dictadura. El votante de derechas, perfil mayoritario en esas franjas de edad en las que un contagio del coronavirus se convierte en crítico, sufre los bandazos argumentales y sanitarios de sus líderes ideológicos. Y, lo que es más preocupante, parece que lo hace encantado. Si el paciente responde a estímulos ante una buena bandera, quítale de en medio la realidad. Con un público así, da gusto tocar la canción de siempre.

No me hablen de salud, aquí estamos para otra cosa. La decisión estratégica de la derecha de prescindir del relato en torno a la crisis sanitaria responde a una estrategia de nivel superior. Esto no va de crisis sanitaria, esto va de derribar a un Gobierno al que no se le puede permitir que dirija la reconstrucción de un país que necesita ser reconstruido. Cuando se establezca en la sociedad el ingreso mínimo vital, cuando se suban los impuestos de las grandes fortunas, cuando se diseñe una reforma laboral que equilibre las relaciones trabajadores-empresa, será demasiado tarde para deshacer lo construido. El momento de la derecha es ahora y es sin relato. El momento es ondeando la bandera en nombre de la España marca registrada, la España SL de siempre, la que se ha puesto en marcha en un ataque coordinado que incluye todos los ámbitos: mediático, empresarial, social, político y judicial. Los frikis de las banderas en los descapotables son solo teloneros en esta historia llamada operación bandera. Los cabezas de cartel están al llegar, como indica el caso Pérez de los Cobos.

Si la derecha ha decidido eliminar el relato sanitario, la izquierda sigue dándole vueltas a cuál será el suyo a la hora de la reconstrucción económica. El desastre comunicativo de la pasada semana en torno a la derogación de la reforma laboral del PP deja en evidencia un problema estructural en un Gobierno que sienta en el mismo consejo de ministros a Yolanda Díaz y a Nadia Calviño. Si el Gobierno de coalición quiere tener opciones durante la tormenta perfecta que le espera, debe ir aclarándose hacia dónde va a llevar el barco, quiénes están para remar y quiénes para frenar el viaje.

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