DE CÓMO DÍAZ AYUSO SE DEJÓ ENGAÑAR
POR LA IZQUIERDA
JUAN CARLOS ESCUDIER
Finalmente, la
verdad ha resplandecido gracias a las luces de Isabel Díaz Ayuso, de las que,
como es sabido, la presidenta de Madrid va sobrada. Lo hubiera hecho antes,
pero las circunstancias lo han impedido, entre ellas el cierre a cal y canto
de la Asamblea regional decidido por la
propia Ayuso. Ha sido ahora cuando se ha podido conocer su titánica lucha
contra el coronavirus torpedeada por el Gobierno, su anticipación a la pandemia,
y los bulos lanzados contra su persona. En Madrid han muerto 14.000 personas,
la mitad prácticamente en las residencias de ancianos que eran competencia de
la Comunidad. ¿Su único error? Fiarse de la izquierda.
El relato de Díaz
Ayuso estremece por su desfachatez. Ella vio venir antes que nadie el peligro
porque las gomas del pelo chinas le habían puesto en guardia y era inevitable
que el virus habitara entre nosotros sin que lo hubiéramos detectado. Trató de
advertirnos pero de nuevo la izquierda, en este caso el Ministerio de Sanidad,
le obligó a enviar comunicaciones "eclipsando el problema". Ayuso
despertó a España y lo hubiera hecho antes de no haber sido por esa mano
siniestra que evitaba que sonara la alarma. Por eso nos quedamos dormidos y llegamos
tarde.
Será misión de los
historiadores desentrañar cómo la izquierda pudo engañar a esta mujer
apasionada de los atascos y de cuya perspicacia hay sobrados ejemplos,
empezando por su revelación de que la contaminación de Madrid nunca había matado
a nadie. Posiblemente, la maldita izquierda estaba ya infiltrada en el comité
de expertos del coronavirus que la presidenta regional reunió en la última
semana de enero, y ello explicaría que, días después, el 9 de febrero,
destacara en una entrevista la colaboración con el Gobierno "con todos los
temas del coronavirus" o que el día 26 de ese mismo mes sentenciara que lo
peligroso era el miedo por el virus "normalmente lo que deja como secuelas
son síntomas menores incluso a los de una gripe".
Ayuso debía estar
dormida porque el día 2 de marzo, tras asistir a una conferencia en el Fórum
Europa, nos dejó dicho que el trabajo del Ministerio de Sanidad y las
consejerías autonómicas en respuesta al coronavirus era "muy bueno",
se declaraba "tranquila" por cómo se estaba afrontando la epidemia en
España y no veía preciso adoptar en ese momento medidas adicionales. "Es
fundamental no generar más que tranquilidad, y no provocar daños a la
economía", agregó la bella durmiente. "Estamos dando lo mejor de
nosotros mismos para que el coronavirus en España pase lo antes posible".
En el mismo estado
de somnolencia debía de encontrarse cuando al día siguiente el ministro Illa
anunció que los partidos de fútbol y baloncesto que iban a enfrentar a equipos
españoles con otros procedentes de
‘zonas de riesgo’ se celebrarían a puerta cerrada. Había ya más de 50
infectados conocidos en Madrid y Ayuso resaltaba que "la Consejería y el
Ministerio están trabajando mano a mano y con transparencia" y que las
medidas de Sanidad sobre las competiciones deportivas "son por ahora
suficientes".
En los días
siguientes Ayuso empezó a desperezarse. El día 6 se dispuso a realizar una
ronda de consultas con los portavoces de la oposición para explicarles que iba
cerrar temporalmente los centros de mayores y tres días después, ya con cerca
de 470 casos confirmados y 16 fallecidos en Madrid, convocó un consejo de
Gobierno extraordinario para explicar cómo se iba a abordar la crisis. Fue
cuando se recomendó el teletrabajo y decidió el cierre de colegios pero sólo
para la actividad docente, porque los centros, así se dijo, permanecerían
abiertos para aquellas familias que desearan utilizarlos. El transporte público
continuó con sus horas puntas masivas, aunque con "medidas adicionales"
de higiene. "Veo improbable que veamos comandos de desinfección como en
Asia", apuntó con tino el consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero.
En eso consistió el
despertar de Ayuso, aunque la presidenta siguió bostezando un rato. De hecho,
el día 11 salió al paso de los rumores como una hidra para desmentir
categóricamente que Madrid fuera a cerrarse, o por lo menos no por decisión del
Ejecutivo regional. "Si el Gobierno de España quiere o sopesa hacerlo, que
lo explique, pero no podemos dejar correr esas informaciones que están
perjudicando gravemente a la economía y que también causan estupor a los
ciudadanos que no saben a que atenerse", subrayó. La salud, por lo visto,
era lo primero. Al poco cambió de idea sin atinar con el pestillo. "No sé
cómo se hace; no sé como se cierra Madrid", reconocía.
Con más de 4.200
infectados y 122 muertos, el 13 de marzo era el Gobierno central el que
decretaba el estado de alarma. La pérfida izquierda seguía engañando a Ayuso,
que al día siguiente calificaba de "muy acertadas" estas medidas.
"Tenemos que estar todos a una sin distinción de colores", explicaba,
al tiempo que trasladaba la necesidad que tenía Madrid de monitores,
respiradores y equipos de protección para los sanitarios, material del que la
Comunidad debía haber dispuesto porque hasta este momento la Sanidad estaba
entre sus competencias.
Como se aprecia,
Madrid habría permanecido a salvo de los efectos de la pandemia de no ser por
la izquierda que, en un alarde de crueldad, bloqueaba el material sanitario que
Ayuso compraba o lo confiscaba directamente. Es probable también que estuviera
detrás de la desaparición de los radares de esos aviones procedentes de China
que no terminaban de llegar, por mucho que la versión que ofreciera la propia
presidenta fuera que otro país ofreció más dinero por la carga y se la quedó.
Aquello era un mercado persa pero solo para la esforzada presidenta y no para
el Gobierno central.
Con todo ello ha
lidiado esta mujer que veía con impotencia como miles de ancianos morían en sus
residencias, objeto principal de sus desvelos. Que Ayuso ignorara las
peticiones de auxilio de algunas de ellas donde los residentes caían como
moscas era también culpa de la izquierda, cuyos ardides han provocado incluso
que sus socios de Ciudadanos denuncien que la supuesta medicalización de estos
centros que la presidenta proclamaba es una broma macabra.
Madrid hizo lo que debía
y, de no haber sido por las zancadillas de Moncloa, sería ahora un territorio
libre de virus y no el principal foco de la pandemia. No se recordaba semejante
ejercicio de cinismo para escurrir el bulto que produce bochorno y vergüenza
ajena. Ayuso, que ya había destacado por sus disparates y su irreprimible
necedad, se ha superado a sí misma. Parecía imposible
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