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lunes, 30 de marzo de 2020

SOBRE ARENA RUBIA Y OTROS RELATOS: OTRO CAMINO CON CORAZÓN


SOBRE ARENA RUBIA Y OTROS RELATOS: 
OTRO CAMINO CON CORAZÓN
ALICIA LLARENA
La Provincia 21-2-91
L. SOBRE LA DIGNIDAD
Quizá nadie como Víctor Ramírez, en la escritura de las islas, haya logrado consolidar un espacio propio, un mundo de pulsaciones personales y distintas donde reconocerle de inmediato. Cada fragmento de su narrativa nos remite a él mismo, cada pedazo de su prosa confirma y alimenta su todo anterior.
         Si fuera cierto que en el largo de una obra se confirma, sobre todas las demás, una obsesión íntima, que como suele explicarse con tópica íntención todo escritor reescribe siempre, sín saberlo, un solo y mismo texto, hallaríamos incansable a Víctor encerrado en su propio y constante paradigma.
Pero su geografía circular, el espacio en que se ha ido resolviendo lentamente la obra del autor, no ha llegado a ser diferenciado, individual, porque conquiste sólo una torre ajena de marfil, ni porque delimite en torno suyo un lenguaje sín padres, sín gratitud o sín modelos.

         Antes bien, la narrativa de Víctor Ramírez es paradójicamente una narrativa original cuando elige ser cómplice de otras escrituras, cuando agradece con constancia ciertos jadeos verbales cuyas voces le parecen próximas. Y cuando, sobre todo, de entre esos ejercicios extraños que el escritor aprehende para sí, la mayoria no tiene, en realidad, un significante o forma material reconocida. Es posible, incluso, que no tengan rostro, que no tengan ese perfil literario que en sentido estricto y limitado parece exigirse a la escritura.

Tienen, eso sí, tremendas voces. Signos "profundos y sonoros que el escritor acoge con tanta habilidad: ya sean aquéllos fúnebres "murmullos" que diría Juan Rulfo, los gritos de una calle próxima, el compasivo y dulce recuerdo del pasado, la crueldad de ciertas tiranías, la letra apasionada y el amor vidente de un bolero hispanoamericano, o el empecinado y sucio hedor de la apariencia.
         Tienen, también, las palabras del Risco, la expresión de la ignorancia y calumnia acumulada, la conversación secreta de anónimos asientos que pueblan las gradas de un estadio, o la forma de un pueblo, en fin, cuya espontánea o calculada lírica se permite asaltar, sín concesiones, su escritura.
         Así, la palabra de Víctor Ramírez es, en realidad, una summa de modelos, una escritura apadrinada por cierta deuda que es, antes que literario, emocional.

Por otro lado, el espacio (o el refugio) narrativo de nuestro autor tiene un nexo aún más fuerte, aglutínante, que cualquiera de los que toda ciencia pueda establecer en la escritura: un núcleo que focaliza, que determína y fortalece la presencia de ese lenguaje crítico y sensible que abunda en sus relatos, que agrede o purifica a sus sólidos personajes.
         Nos referimos, claro está, a esa cualidad del narrador cuya sombra quién sabe si le arrastra o le persigue, pero a la que sín duda se entrega Víctor convencido de sus amplias consecuencias sobre el lector: el nexo de su obra narrativa no es otro que el de una eficaz y liberada sínceridad o, si se prefiere, el de la índiscutible y necesaria dignidad humana.

"(Y seguramente por e)so, la emplea sin otro fin que el obligado derecho a emplearla por dignidad, por deseos de sentirse todavía humano, apenas humano, y ansioso, a su pesar, de una libertad seria, sin sucedáneo".
         Estas lineas bien podrían servir para acercamos al conjunto de su obra narrativa, y en especial ahora para introducimos en los cinco diminutos universos de "Arena Rubia y otros relatos".

* * *
II. Para una interpretación de Arena Rubia

Será por esa dignidad que Víctor RamÍrez busca de modo indestructible que Arena Rubia, pesonaje singular en el primer relato, "ve sin equivocarse, con el olfato lúcido. y no se le escapa lo mínimo si enfila con la nariz y no hay nubes en esos momentos".
         Capacidad clarividente que le otorga el narrador a una mujer, sin embargo, cuyos "párpados están chupados, y cuyos espejuelos negros ocultan que no tiene ojos. A ella toca descubrir, a pesar de su ceguera, los típicos amores de placer tortuoso, de placer amargo frenético que se ocultan y disfrutan a su alrededor".

Su "rotunda clarividencia" opera en el relato como una suerte de prestidigitación que destruye la apariencia.
         El éscándalo de una viuda que aprovecha la embriaguez de la cercana Navidad, para completar sus deseos con un sobrino que "por mor de copas y arrogancia indomable, apostaría lo dificil, lo casi imposible", había sido presentido por Arena Rubia, mucho antes de que pudiera convertirse en realidad.
         En esa visión anticipada parece encerrarse un símbolo dramático, que convierte toda relación sexual en una fatal atracción hacia lo oculto, lo escondido, o lo simplemente absurdo: descubriremos el origen de esos amores en una bullanguera apuesta que el sobrino guapetón asume, como modo de expresión de su jactancia, y el desarrollo de la acción en un torpe "baño de mujeres que ya nadie utilizaba", perdido en el anonimato de la Sociedad Recreativa del lugar.       
         Pero el escándalo, más que en las relaciones, más que en la apariencia, también dormita en esos "celos a la viuda del héroe muerto homenajeado", en la falta de honradez de un hombre que no guardó el secreto, prometido y viril, de la especial apuesta, en los vahídos de asfixia que dejaban escapar las más rabiosas, al contemplar el orgullo, la felicidad de la envidiada viuda.
        
La tragedia, otra vez, está en los demás. También en El aplauso el amor -esta vez exclusivo, perenne, no circunstancial- es capaz de transgredir una apariencia, de reclamar una justicia que dé a cada uno "lo que le corresponda".
         Sentados en las duras gradas de un estadio, dos amigos analizan a un muchacho, y su terrible crimen.
Abogado del diablo, uno de los dos se empeña en disculpar ese implacable asesinato contra su padre: "¡Ah, quién tuviera las agallas de ese muchachito! El chiquillo vale, apechugó con su obligación", nos dice.
"Se atrevió: no importaba las probablemente funestas consecuencias que traería consigo. Se atrevió a hacerse cumplir su deber", nos asegura.
         Pero el trasfondo de esta observación no es gratuito. Se trata, una vez más. de un acto solidario, de la asunción de una justicia que no espera a ser divina.

A través de ese lenguaje cálido al que el narrador nos tiene acostumbrados, el pasado revive para explicar una tragedia; la memoria se alumbra para dar paso a las palabras de quien amó, "enfermo, con esa clase de amor que te acerca a la noción de infierno que nos enseñaron cuando niñitos en la doctrina".
         El personaje se pregunta, se interroga, quiere entrever qué clase de justicia se esconde en ese amor cuya intensidad no es correspondida, qué horrible trazo del azar hace de ella una mujer "oculta", "mantenida", por un vejestorio que pareciera ser su padre, y cuyo abandono, "después de tres chiquillos, tres, y no sé cuántos abortos", la entrega a la miseria.
         El joven asesino, hijo del amor que huye tras el placer, sólo cumplió en su asesinato un designio frío, cuyo aplauso recibe en las últimas lineas de la historia, y cuyas palmas enhebran dulcemente la dignidad perdida.

Pero quizás sea en "La tercera mitad del cariño" donde los sueños calientes de Petrita Jesús, y el abandono doble de Paco Tuineje, alimentan un universo cuyo centro es esa irrespirable atmósfera, convención social, a cuyas influencias caen rendidos los personajes del relato.
         Tal vez sean éstas las razones que impulsarán a un hombre, ciudadano de ese mismo espacio, a despreciar sus fotos, a rehusar cualquier mirada ante el espejo:
"Decía el pobrecito que un hombre debe no conocerse por fuera, no acordarse de su cara, no dejar vestigio alguno de su paso por este mundo de estupores", certificando en sus palabras la inútil apariencia, buscando otras regiones fértiles en las que abrazar la eternidad.

Los sueños de Petrita Jesús y los amores maritales que Paco Tuineje espera recibir de una sobrina son, así, un acceso privilegiado al interior, una puerta de entrada a todo centro existencial dormido, "desamparado y víctima irremediable de la historia de su pueblo, víctima como también tú y yo aunque no nos demos cuenta".
         Curiosas palabras estas últimas en donde el narrador perdona, de nuevo, cualquier morbosa culpa o senilidad, convencido de que "hacen el amor los animalillos por miedo a las implacables luces de la noche". Por miedo. Por dignidad.

* * *

III. La claridad o el lenguaje

Además de esa reivindicación imprescindible, que jamás abandona nuestro autor, y cuyo espectro espejea sin duda en cada personaje, la lengua literaria de Víctor Ramírez acompaña a su vez, con sinceridad filial, cada paso del libro.
         Una lengua esdrújula, intensiva, en la que tanto adjetivo como verbo reúnen un fragmento de inusual claridad: "paralizándome rigido", "espejuelos redondos negrísimos", "vociferó colérico", "manifestar trémulo": tales son algunos de los refugios del lenguaje, expresiones irreductibles en cuyo seno yace de algún modo la intensidad de su ejercicio ético y estético.

Pero nada de ello nos sorprende en la escritura de Víctor Ramírez. Es el suyo un estilo que permanece casi intacto, fiel a una inconfundible sinceridad que busca no la palabra exacta, sino antes bien la necesaria.
         Transita de nuevo "Arena Rubia y otros relatos" por ese lirismo de un habla que no esconde sus propias muletillas ("Manera negra de ver la vida"), que no rehúsa de sus acaso simples e inútiles objetos ("café con leche y chocolatito espeso algo anisado") y para el que, como dijimos con anterioridad, todo modelo emocional es importante.

De ahí que la prosa de nuestro narrador posea también un sentido homenaje -ya habitual en él- a ese caudal de tradiciones profundamente líricas que él atesora, recuerda, o canta: "déjame verte llorando, déjame estar a tu lado, cerquita. de tu alma, juntito al dolor; déjame verte llorando, quiero secar ese llanto que estás derramando por un mal amor", famosa letra de una canción ranchera mexicana –de José Alfredo Jiménez- en la que late, obsesiva, una poeticidad existenciaJ, cuyo modelo prioritario es visible en la narrativa de Víctor Ramírez.
         "La acidez del alma" a la que se refiere en algún instante el escritor, se hermana perfectamente a esas estrofas, de donde reconoce haber extraído todo un canon verbal.

No es extraño que el lenguaje de "Arena Rubia y otros relatos" nos remita a las obras anteriores del escritor, sobre todo en lo que se refiere a esa aceptación de 'estilos vivos', de 'parámetros sociales', de 'verbalidad cotidiana y popular', ya que ello representa la singularidad de su quehacer artístico.
         En este sentido advirtió Angel Sánchez que "Ramírez se sitúa (entre los narradores canarios contemporáneos) como un primitivo, receloso de otras vanguardias idiomáticas que no sean de su invención".
         Descubrimos, en esa fidelidad a sus propias pulsiones creativas, la razón primera que convierte su lenguaje en un centro de resonancias colectivas, profundamente humanas, que son acompañadas de un lenguaje lúcido, cuyas sugerencias prenden pronto en el lector.

Sintetizando esta experiencia narrativa "irreemplazable" en la prosa insular, nos acordamos enseguida de aquel interesante antropólogo en cuyo viaje hacia otras dimensiones del planeta un anciano le descubre la verdad esencial: "Ningún camino lleva a ninguna parte, pero uno tiene corazón y el otro no", dice ese extraño hombre mayor. Simple observación que atrapa, en cambio, una actitud compleja, de acción dificil.
         Si de algún modo, pues, pudiera resumirse la contribución más ejemplar de Víctor a ese espacio de libertad sin fin que llamamos escritura, ese resumen no sería otro que el convencimiento de encontrarlo siempre practicando sencillamente eso: un camino narrativo. Un camino con corazón.

Para ese camino necesario, digno, y acudiendo a palabras que el escritor reconocería de seguro, y de inmediato, hace falta valerse, como él se vale, como él explica una vez más en este libro, de cierta valentía, de toda sinceridad:   "Que la vida -como dice una canción de José Alfredo Jiménez tan próxima, como merece sin duda su extraordinaria fe- te vista de suerte": "Ojalá que te vaya bonito".

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2 En introducción a Cada cual arrastra su sombra. Biblioteca Básica Canaria, Islas Canarias, 1988, p. 16. .
3 Carlos Castaneda en Las enseñanzas de don Juan. F.C.E., México, 1977, p. 134.

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