LAS REDES COMO VERTEDERO SOCIAL
JUANA GALLEGO
Si alguna vez
creímos que las redes sociales iban a ser el paraíso democrático, pacífico y
estimulante de la comunicación horizontal, nos equivocamos. Cierto que algunas
veces sirven para unir voluntades, iniciar campañas solidarias o impulsar
actividades altruistas, pero la verdad es que se están convirtiendo en un
basurero descomunal e inmundo. La peor, para mi gusto es Twitter. El pajarillo
azul, que nació para estimular el gorjeo ingenioso concentrado en 140
caracteres, empezó a estropear su canto cuando aumentó a 280 y luego permitió
la ilación mediante hilos (valga la redundancia) cada vez más largos y
soporíferos.
Claro que no todo
el mundo está en Twitter, y cada persona recibe sólo aquellos a los que sigue o
le siguen, pero el hedor es tan potente que al final te acaban llegando los
efluvios de la ciénaga, por muy lejos que estés. Y en estos momentos extraordinarios que
estamos viviendo la peste es tan intensa que las aguas estancadas acaban inundándolo
todo.
Cierto que hay
algunas personas que utilizan Twitter para promover actividades lúdicas o
creativas, y algunas para difundir chascarrillos ocurrentes, pero la mayoría de
la gente lo utiliza para verter sus peores pulsiones. Hay quien expele bilis,
una extrema irritación ante cualquier nimiedad, sin ofrecer nunca pistas ni
argumentos para entender tanto desabrimiento. Como aquel que entra en una
asamblea diciendo ¿Qué se discute, que me opongo?
Hay quienes expelen
amargura, como si hubieran estado esperando que se les reconocieran sus
méritos, talento o aptitudes y el mundo les hubiera ignorado olímpicamente,
despreciando así aportaciones imprescindibles para la salvación de la
humanidad. Hay quien expulsa frustración, la decepción intolerable que florece
cuando se tiene la íntima convicción de tener derecho a algo y no haberlo
conseguido.
Luego están, claro,
los iluminados, aquellos que tienen la verdad absoluta, los fanáticos, los
incapaces de aceptar la discrepancia, los que catalogan a cualquiera de enemigo
porque no comparte las opiniones dominantes o cuestiona los dogmas de fe. Los
que se sitúan a una altura moral incontaminada, desde donde mostrar la beatitud
que solo alcanzan los elegidos, los puros, los que están más allá del bien y
del mal porque su reino no es de este mundo.
Y por último están
aquellos que se limitan a balar las consignas de otros, acríticamente, sin
pararse a pensar por sí mismos, incapaces de un pensamiento propio, abonándose
a ideas ajenas sólo porque las emite el partido en el que militan, el grupo de
afines que les jalea, la camarilla con la que se codean, la secta en la que se
ubican.
Espero y deseo que
tras la dura experiencia a la que asistimos se imponga la lógica y la sensatez.
El análisis reposado, la reflexión mesurada, la prudencia y la
racionalidad. Que la justicia poética
equilibre los excesos de estos días aciagos y nos ponga de relieve nuestra
soberbia y nuestra infinita pequeñez.
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