LAS GOMAS DEL PELO CHINAS
JUAN CARLOS ESCUDIER
En plena
convalecencia por el coronavirus, que siempre será un disculpa, la presidenta
madrileña Isabel Díaz Ayuso ha descubierto la principal carencia española para
hacer frente a la crisis sanitaria. Ha sido a lo tonto, de chiripa, porque, en
realidad, Ayuso quería decirnos que estábamos condenados a contagiarnos ya que,
a la vista de que todo es ‘made in China’, hasta las gomas del pelo, es seguro
que el virus llevaba meses entre nosotros sin que lo hubiéramos detectado.
"Esto se veía venir", remachaba la community managerde Pecas, el
perro de Esperanza Aguirre, a la que desde aquí se le desea una pronta
recuperación.
No merece la pena
dedicar tiempo a explicar a la presidenta la vías de transmisión del
coronavirus y su pervivencia en objetos importados de Asia. El problema al que
nos enfrentamos es, en efecto, el made in China, como el es el made in Germanyo
el made in India. Lo que nos trae de cabeza en la lucha contra esta enfermedad
es que el made in Spaines una rareza y ello explica las inmensas dificultades
de las autoridades para conseguir el abastecimiento necesario de mascarillas,
guantes, equipos de protección, o respiradores, en su mayoría importados y
cuyas líneas de abastecimiento se han cortado por el alcance mundial de la
pandemia. Nuestro talón de Aquiles es la industria manufacturera española, olvidada
de la mano de Dios, y cuya situación completaría la expresión de Unamuno del
que inventen ellos con la coletilla ‘y que también sean ellos los que
fabriquen’.
En lo que se
refiere al peso de la industria en relación al PIB, España está por debajo de
la media europea y su declinar ha sido constante. Si en Alemania representa el
21%, aquí se situaba en 2018 a precios corrientes en el 12,6%, según los datos
incluidos en un reciente informe del Consejo Económico y Social. A lo largo del
pasado año, por ejemplo, la paulatina destrucción del tejido industrial se
llevó por delante más de 1.000 de sus empresas. Tan poca importancia se ha dado
a este sector que en algún momento hasta el Gobierno, entonces comandado por el
PP, decidió que no era necesario que un Ministerio llevara su nombre, mientras
transfería sus competencias a una simple secretaría general.
Somos, es verdad,
un país de camareros, sin que esto suponga menoscabo alguno a esta digna
profesión. Y ese encadenamiento a un modelo productivo basado en los servicios,
tanto auxiliares como de hostelería y comercio, nos pasa ahora factura. Éramos
pocos y el parto de la abuela implicó además la deslocalización de la
producción de manufacturas a terceros países por sus menores costes. Por
supuesto, nos hemos pasado por el forro –no sólo España, es verdad- las
recomendaciones de la Comisión Europea que hace varios años estableció como
objetivo que la industria alcanzara el 20% del PIB comunitario.
Si el coronavirus
se venciera sirviendo cafés no tendría una sola oportunidad, pero es que al
bicho se le derrota con profilaxis y carecemos del material adecuado del que
poder echar mano por la sencilla razón de que no lo producimos en cantidad
suficiente. Únase a esto la falta de previsión en el acopio cuando la enfermedad
se hizo patente en China y en el conjunto de Asia, que empezaron a consumir
masivamente estos equipos, para explicar el desabastecimiento actual. Por
cierto, era a las comunidades autónomas, que ahora claman contra la escasez, a
quienes correspondía la misión de realizar ese aprovisionamiento o, al menos,
si es que el sistema centralizado de compras se había despistado, alertar de su
imperiosa necesidad.
Es obvio que en
estos tiempos de globalización económica no hay país completamente autosuficiente
pero es que nosotros juntamos el hambre con las ganas de comer a un nivel mucho
más alto que el recomendable. Ni todo lo que nos rodea en made in China, de
donde proceden el 10% de nuestras importaciones, incluidas las famosas gomas
del pelo a las que se refería Díaz Ayuso, ni el virus ha llegado en
contenedores con destino al madrileño polígono Cobo Calleja y a sus mayoristas
de ojos rasgados. Lo que nos ha empezado a llegar de Oriente es precisamente el
material que necesitamos para proteger al personal sanitario del que aquí
carecemos y eso es de agradecer. La presidenta madrileña es un pozo de
sabiduría tan inmenso que, a veces, corre el riesgo de ahogarse en sus aguas
procelosas.
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