EL REY SE LAVA LAS MANOS
JUAN CARLOS ESCUDIER
Ver al Rey en la
tele a la hora de la cena debería ser motivo suficiente para que quienes aún
dudan de la gravedad de la pandemia del coronavirus dejen de hacerlo. Nuestro
jefe de Estado es un señor muy ocupado que reserva sus apariciones y sus
mensajes al pueblo para ocasiones señaladísimas como la Nochebuena o las
declaraciones de independencia de Cataluña, y si este miércoles se ha hecho
presente en los plasmas de los españoles es porque vivimos un momento crítico
para las familias o para el país.
Nunca le habíamos
visto de esta manera, moviendo las manos sin parar y apretando los puños mientras nos pedía que
resistiéramos, que aguantáramos, y que confiáramos en que saldremos de esta
porque España, como ya nos tenía dicho Rajoy por activa y por pasiva, es un
gran país al que un virus tan pequeño no puede derrotar. Aunque se ha hecho
esperar demasiados días, y llegamos a pensar que en Zarzuela no había nadie,
Felipe VI estaba allí esperando el mejor momento para enviarnos toneladas de
fuerza.
Que alguien vele
por nosotros como lo hace el Rey no es fácil, porque hasta los Borbones son
personas y tienen sus cuitas, sus problemas domésticos a los que han de
enfrentarse. De hecho, en la confianza que nos une con el jefe del Estado,
esperábamos que nos hiciera partícipe de sus preocupaciones, que se desahogara
y nos explicara cómo es posible que su emérito padre también nos haya salido
rana, una más en la charca, hasta el punto de verse obligado a repudiarle y
privarle de su asignación pública.
Ese regio mutismo
nos llena de desasosiego y nos hace preguntarnos si la cabeza visible del
Estado nos toma por simples vasallos a los que no merece la pena rendir
cuentas. Nos preocupa el virus, claro, pero también las supuestas comisiones
cobradas por su padre, el presunto latrocinio, la corrupción de quien todo lo
tiene y no tendría necesidad de robar a manos llenas.
Esas aclaraciones
son imprescindibles y no admiten demora. El confinamiento todavía no nos ha
vuelto idiotas. Entendemos que si se ha aprovechado esta situación de
excepcionalidad para confirmar los enjuagues del anterior monarca ha sido para
amortiguar el escándalo. Vale que nosotros tengamos que lavarnos las manos para
matar al bichito, pero que lo haga el Rey sobre las actividades de quien heredó
el trono no tiene justificación médica alguna.
El silencio le
delata. Nadie con dos dedos de frente puede aceptar que el Rey no supiera nada
de estas mordidas paternas a las que dice haber renunciado, porque eso sería
tanto como aceptar que ha vivido más de 50 años en la inopia. Se nos hace duro
aceptar que nuestro jefe del Estado es un lelo que no ha sacado partido de la
costosa educación que le hemos proporcionado entre todos a escote.
Nos merecíamos una
explicación, saber por qué, si desde marzo de 2019 conoció el entramado de
fundaciones y sociedades en paraísos fiscales de su campechano progenitor, por
qué si todo era tan sospechosamente ilícito como para pedir a un notario que
hiciera constar por escrito su ignorancia, ha esperado un año para retirarle la
soldada y dejarle en evidencia. Nos merecíamos en definitiva que quien nos pide
ejemplaridad, responsabilidad y civismo se aplicara el cuento.
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