A contracorriente
NO QUERER VER LAS NOTICIAS
Enrique
Arias Vega
Lo vengo advirtiendo desde hace
tiempo: cada vez hay más ciudadanos hartos de ver las noticias en los medios de
comunicación general.
Normalmente se trata de personas
mayores, pero no sólo ellas, incapaces de entender unas noticias llenas de
erratas, narradas en un ininteligible lenguaje llamado inclusivo, de las que no
se sabe ni la fiabilidad de la fuente ni las consecuencias de lo ocurrido y que
aparecen de súbito y desaparecen con la misma rapidez sin saber si han tenido
repercusiones o si se trata de falsas alarmas sin ninguna trascendencia.
Casi nada.
Y algunos se extrañan todavía de la
caída de difusión de los periódicos y de la disminución de audiencia de los
canales generalistas de la televisión. Lo raro es que aún queden seguidores de
los mismos a no ser que resulten muy fanáticos de la ideología que destilen.
Porque, esa es otra, los espacios
informativos se han venido convirtiendo, pasito a pasito, y medio a medio, en
transmisores acríticos de la ideología dominante de lo políticamente correcto y
del pensamiento único en materias que van desde la moral individual y el
comportamiento sexual, a la política social y el acoso al disidente ideológico.
Justo, todo lo contrario de cuando un
servidor, persona ya mayor, se dedicaba al entonces honesto ejercicio del
periodismo, en el que un hecho era más importante en sí mismo que la opinión
política que el periodista tuviese sobre el hecho ocurrido. Vaya: lo mismito
que ahora, dicho sea con toda la ironía del mundo.
Por eso, me llegan cada día noticias
estrafalarias de matrimonios que no ven la tele para poder mantener su salud
mental o de otros que se ponen a debatir absurdamente con unos locutores (y
locutoras, perdón), que no pueden contestarles (entre otras cosas porque no
sabrían hacerlo) hasta que los televidentes cortan la retransmisión antes de
que les dé una apoplejía.
Ya ven qué panorama. En él, los
manipuladores de la información consiguen siempre su objetivo, en unos casos
porque son escuchados por la audiencia y, en otros, porque al prescindir ésta
de las noticias no sabe ya qué es lo que pasa y no podrá obrar en consecuencia
aunque sea para rebatir sus perniciosos efectos.
O sea, que nos estamos yendo ya inexorablemente
por el desagüe de la Historia.
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