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viernes, 28 de febrero de 2020

LA NARRATIVA DE VÍCTOR RAMÍREZ: UNA TRADICIÓN INSULAR


LA NARRATIVA DE VÍCTOR RAMÍREZ:
 UNA TRADICIÓN INSULAR
JONATHAN ALLEN
En una reciente conferencia sobre el pintor canario Jorge Oramas, describía Juan Manuel Bonet una ecuación de trabajo que caracterizaba la producción artística del joven pintor, y que se convierte al separarla de su contexto original en una lúcida formulación de la condición humilde de gran parte del arte y de la escritura canarias. Describía Bonet cómo los profesores de Oramas le daban a éste los tubos de óleos sobrantes, todos ellos colores primarios, además de los lienzos para pintar, porque la pobreza del muchacho isletero era absoluta.

Oramas aplicaba los restos y las sobras de un material artístico a su visión transgresora de los riscos de Las Palmas. Pintaba humildes hileras de casas terreras a plena luz de mediodía canario. De esa humildad geometrizada y algo abstracta hacía una universalidad majestuosa, elevando la condición del hombre insular a un plano de deslumbrante espiritualidad, en un intenso drama de inquietud y sencillez decantada que lo acercan a los pintores metafisicos.


Escribir como canario, además de manejar correctamente el castellano normativo, supone tener conciencia de otro idioma. Del tronco madre, la lejanía, el mestizaje, las aportaciones de otros idiomas, han ido tallando una figura lingüística, la auténtica palabra propia, que se ha guardado oralmente, de generación en generación, en una estructura social arcaica y ortodoxa. Ante las puertas del nuevo siglo, y tras las violentas sacudidas históricas del siglo veinte, esta palabra eminentemente oral que es el idioma canario, está ya en vías de extinción.
         Víctor Ramírez se ciñe como lo hizo en su día Jorge Oramas a la aparente pobreza e insuficiencia literaria de un idioma, y a la aparente insuficiencia temática de una litenltura, la canaria. Los tubos de colores primarios que Oramas transforma tienen su equivalente en las densas e indoctas estructuras sintácticas del idioma canario que Víctor Ramírez procesa. El escritor proyecta los escasos elementos de su arte y crea con ellos un universo autosuficiente y universal.

El símil entre pintor y escritor cala más hondo en este caso. En los cuadros luminosos del risco de San Nicolás no ocurre nada. La abstracción se hace sobre el silencio y sobre un estático momento armónico.
         Aunque la narrativa de Víctor Ramírez nos centra en el barrio y en la abigarrada pluralidad humana, su literatura, al final, tiene una cualidad estática porque, como pretendía hacer el naturalismo de Zola, "no cuenta nada", representa una sección continua de la vida, ejercicio que no se puede someter a la noción de la linealidad y conclusión, trama y resultado.
         Hace mucho tiempo, quizás desde un inicio, que Víctor Ramírez decidió no identificar su ego, el yo narrador, con la intención de su escritura. Ese criterio de individualidad que ha marcado tanta creación occidental se confunde en su voluntad fabuladora.

Si el protagonismo queda diluido y sublimado, el resultado de esta especie de renuncia se puede medir en el cuidado y la meticulosidad con que está construida cada frase de sus cuentos. La frase de Ramírez está siempre construida aunque procede y nos conecta con una inmediatez verbal tan característica del idioma canario. Su frase encierra un momento completo, que abarca desde la formulación mental a la forma fisica de la palabra.
         Apilando estos distintos momentos construye una escritura extrañamente atemporal, aunque los referentes y los signos del texto lo sitúen históricamente. La realidad así tratada tiene el aspecto de una polifonía, orquestada desde la pobreza natural del barrio del risco canario.
         Este compromiso vocal no es casual ni arbitrario. Queriendo remedar la complejidad del habla en la mente, y reproducir la enrevesada y a veces "mala" sintaxis del canario hablado, Ramírez señala una identidad.
El universo humano para este escritor lo configura el barrio, un mundo a priori cerrado y marginal, donde el comportamiento, las normas saciales, la higiene contradicen los valores que en torno a los mismos elementos se les confiere en la sociedad normal, y jerarquizada.

Cuando Juan Marsé inicia su aventura contracorriente con la figura del Pijoaparte, murciano que vive en el barrio marginal barcelonés, está definiendo un territorio literario y ético. En el barrio, donde se suspenden los códigos normativos y normalizadores, es donde Marsé encuentra la ficción pura, elaborada en esas parábolas modernas que son los 'aventis', o las historietas que los niños desposeídos se inventan, que bien pueden ser los rumores maledicientes o las anécdotas despersonalizadas que nutren la continuidad narrativa de los cuentos de Víctor Ramírez.
         El duro realismo literario de la postguerra española escoge precisamente como uno de sus escenario clave el barrio deprimido (que no es otra cosa que la sociedad reprimida). Fisga entre las ruinas de un mundo, describe la vida al margen de ciertos personajes que no participan del concierto nuevo de la sociedad, organizado por los triunfadores de la guerra civil. Así, el carácter "negro" y "excepcional" de lo marginal, su aparcamiento anécdótico, desaparece, y da paso a la integración dentro del diálogo racional de la sociedad occidental donde el mundo del barrio se convierte en un crisol de posibilidades artísticas y narrativas.
         Tras salvar ese epatamiento inicial que también nos ofrece Víctor, penetramos en un mundo donde la realidad y las sensaciones se combinan en un lirismo narrativo. Los valores de la sociedad colonizadora, esa otra parte de la ciudad oficial, se esfuman en el risco, donde la iglesia y la figura del sacerdote se asocian a la traición y a la perversión, donde el sexo ocupa dentro de la familia y con los animales en cualquier sitio, desligado de pretensiones, donde la enseñanza del estado deviene una huera sucesión de imágenes y modelos.

Desbancada la mentira, empieza otra exploración, la pervivencia de una ética, la sensación física del niño, pura y virgen, la diferencia de una étnica.
Escogiendo la historia aculta de su pueblo, que hasta ahora no se ha contado con tanta concentración mental y estética, alejándola de la referencia tópica politizada, Víctor Ramírez ha encontrado el sentido de su arte y nos ha legado un universo oral que contiene, cifradamente, los rasgos de una personalidad nacional.

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