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jueves, 13 de febrero de 2020

JUICIOS CONTRA RELOJ


JUICIOS CONTRA RELOJ
DAVID TORRES
Dicen que el juicio por la contabilidad en negro del PP podría reanudarse este año. Nos parece, como diría Bernard Shaw, una noticia prematura y exagerada, ya que sólo hace ocho años desde que los papeles de Bárcenas saltaron a primera plana y seis desde que el juez instructor cerró la investigación de la pieza. No se entiende para qué tantas prisas: ni a merendar les habrá dado tiempo.

Es verdad que los juicios de Nuremberg se celebraron en un periquete, y eso que se trataba de crímenes de guerra que implicaban exterminios masivos, ciudades arrasadas y operaciones militares a gran escala, no el tenderete de una banda de ministros, jetas, chorizos y horteras desvalijando las arcas públicas a dos manos. Sí, claro pero hay que tener en cuenta que España no es Nuremberg, aunque a veces lo parezca, aunque compartan el mismo horario. Con el cuidado y la parsimonia con que se tratan ciertos asuntos en este país, en seis años los magistrados apenas habrán tenido de leerse el sumario e ir planchando las togas.


Otra cosa sería si en lugar de forrarse los bolsillos hubieran colocado unas urnas de plástico con la intención de romper España; entonces los empluman en quince días, como a los Jordis, a Oriol Junqueras y a la cúpula mayor independentista catalana. Estas curiosas asimetrías respecto al funcionamiento de los oscuros mecanismos de la ley demuestran que aquí la justicia será ciega, sí, pero con un olfato que ríete de un perro perdiguero. Seguramente comparar la Gürtel y el caso Bárcenas con la Segunda Guerra Mundial sea un disparate, pero hay que estar a tono en un país donde el PP acaba de comparar la eutanasia con el Holocausto judío.

Sin embargo, el caldo gordo de la noticia es que Mariano Rajoy y José María Aznar van a ser llamados a declarar como testigos, aunque lo que todavía no se sabe es como testigos de qué. En aquellos tiempos gloriosos en que el partido funcionaba como una sucursal de la mafia, José Mari era capaz de adivinar el escondite de las armas de destrucción masiva en Irak, pero no era capaz de ver ni un sobre pasando de mano en mano, ni un corrupto en acción, ni uno solo de ese ejército de bandoleros con corbata e imputados en futuro perfecto que formaban su ejecutivo. Ya estoy visualizando al fiscal en el papel de Tom Cruise y a José Mari en plan Jack Nicholson, atrincherado en la oquedad de su bigote. “¿Ordenó usted el código rojo?” “Yo rojo no tengo ni el plasma sanguíneo, mire usté”.

Mariano es más gallego y por tanto se limitará a repetir que no se acuerda de nada, ni siquiera de haber publicado un libro de memorias hace unos meses. Hay una secuencia en la teleserie Fariña, en mitad del juicio de la Operación Nécora, en que el abogado de los narcos va señalando uno a uno a Oubiña, a los Charlines, a los diversos capos de la ría que gesticulan como tontos de pueblo, y le pregunta al juez si de verdad cree que una gente así, tan ignorante, podía haber dirigido un entramado tan complejo como el tráfico de drogas en Galicia. Como si fuera igual de sencillo que dirigir un país o un gobierno.

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