INFECTADOS DE IMBECILIDAD
JUAN CARLOS ESCUDIER
Mucho más
contagiosa que el coronavirus chino es la estupidez humana, una pandemia
incontrolable que, sin presentar síntomas, es capaz de extenderse a toda leche
por vía área, marítima y terrestre. Culpan a los medios de propagar el pánico
sobre esta nueva versión de la fiebre amarilla con sus ‘reporteros de guerra’
enmascarillados en la zona cero del bichito y sus constantes balances de
infectados, pero de nada valdría la mecha sin esa pólvora que somos todos y
nuestra disposición a estallar con la chispa adecuada. Ya decía Einstein que
dudaba de la infinitud del universo pero que de la estulticia de nuestra
especie estaba completamente seguro.
Ni va uno a quitar
trascendencia al brote vírico que nos tiene pendiente de los telediarios por si
se confirma un caso en Móstoles o en Peñaranda de Bracamonte, ni merece la pena
el esfuerzo de explicar que lo que de verdad
mata a la gente en cantidades industriales son las guerras, el hambre y,
por supuesto, la gripe común, que bien podría ser la responsable de hasta
20.000 fallecimientos al año en España si se diagnosticara como detonante de
otras patologías que sí cuentan para las estadísticas. Hoy lo que nos aterra es
que nos estornude un chino en el metro porque muy probablemente haya desayunado
murciélago con cereales y haya firmado a lo tonto nuestra sentencia de muerte.
Los europeos somos
muy dados al etnocentrismo, que es la fuente principal de la xenofobia, y
tendemos a pesar que la culpa de las epidemias que nos acechan siempre es de
los otros, hasta el punto de que nos hemos pasado cinco siglos atribuyendo a
los pobladores del Nuevo Mundo la propagación de la sífilis vía hermanos
Pinzones, que eran unos marineros, cuando, en realidad, esta venérea ya
habitaba entre nosotros disfrazada de lepra. Así que responsabilizamos a los
africanos, que por algo son negros, del ébola o del sida, y a los asiáticos,
amarillos todos, de estos nuevos virus, y si nos apuran encontraríamos un
origen extranjero a la viruela, el sarampión o a la peste bubónica, que sería
atribuible a algunas ratas inmigrantes porque las nuestras eran limpias a más
no poder.
Frutos inevitables
de esa estupidez que galopa desbocada a lomos de nuestra ignorancia más supina
son las aclaraciones con las que la Organización Mundial de la Salud intenta
desmentir los bulos que ya circulan por las autopistas de la desinformación. La
más perentoria ha sido advertir de que es altamente improbable que el
coronavirus chino nos llegue franqueado en algún envío de Aliexpress, que una
cosa es la prevención hacia los chinos y otra que renunciemos a la bomber de 16
euros con multibolsillo impermeable. Con las mismas se ha negado
contundentemente que los petardos y los fuegos artificiales maten al patógeno o
que el aceite de sésamo sea una barrera al contagio, lo que nos hubiera llevado
a anticipar las Fallas y quemarnos a lo bonzo por descuido o convertirnos en
seres más pringosos y resbaladizos de lo que ya somos.
Aquí, como es de
dominio público, no somos racistas y sentimos verdadera devoción por los
foráneos siempre que lleguen con los papeles en regla y uniformados para el
servicio doméstico o acepten trabajar por la voluntad en vez de por el salario
mínimo en algún invernadero de fresas. Pero no es descartable que una cosa
lleve a la otra y que del temor a ser infectados pasemos al cordón sanitario a
los Wang o a los Liu, por no hablar de los Zhao que también son legión. Nuestra
imbecilidad no se contentará con hacer de oro a los fabricantes de mascarillas.
La letalidad del
virus de Wuhan no justifica restricciones de viajes, cierres de fronteras,
deportaciones o caídas de las bolsas y del precio del petróleo, que es
justamente lo que se está produciendo. Tampoco debería ser excusa para los
episodios de discriminación que ya se viven contra personas sospechosas de ser
heraldos de la muerte por el simple hecho de tener los ojos rasgados y
regentar, para más inri, un colmado con todo tipo de fundas para el móvil. A
diferencia del 2019-nCoV, s e confirma que la estolidez es indetectable al
microscopio y carece de un genoma que pueda ser descifrado.
A medida que
aumente nuestra angustia exigiremos medidas más contundentes que el aislamiento
y las cuarentenas. Extraña ya a estas alturas que Vox se demore tanto en
incluir a los orientales en su interminable lista de enemigos declarados de la
patria. Lo único que nos conforta es que Ortega Smith & Wesson ya ha
empezado a practicar en tirantes y pegando tiros con un fusil de asalto. Que
tiemblen el Daesh y los chinos con unas décimas de fiebre.
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