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miércoles, 29 de enero de 2020

AUSCHWTIZ PARA NADA


AUSCHWTIZ PARA NADA
DAVID TORRES
Theodor W. Adorno dijo que, después de Auschwitz, si la educación tiene algún sentido es evitar que Auschwitz se repita. Hoy, cumplido el 75 aniversario de la liberación del campo y más de medio siglo después de la frase de Adorno, podemos concluir en el fracaso pleno de nuestro sistema educativo, de cualquier sistema educativo. Auschwitz, es decir, el exterminio sistemático de cientos de miles de personas, se ha repetido a diferentes escalas y desde diversas ideologías en diversos puntos del planeta, desde el genocidio de Camboya -donde los jemeres rojos de Pol Pot torturaron y exterminaron sistemáticamente a casi un tercio de la población del país por delitos tan fútiles como tener estudios o llevar gafas- a las innumerables masacres promovidas por la CIA en Iberoamérica, con miles de víctimas y desaparecidos en Paraguay, Argentina, Chile, y pueblos enteros reducidos a cenizas en El Mozote, Rancas, Huayllacancha, Cerro de Pasco y cientos de nombres más, dignos de una Historia Universal de la Infamia, aunque no tan conocidos como Auschwtiz.


Una de las principales lecciones de Auschwtiz, la de la tecnología aplicada al arte de la matanza, fue ampliamente rebatida en Ruanda, en 1994, cuando los carniceros hutus emprendieron el aniquilamiento masivo de sus vecinos tutsis casi exclusivamente a base de machetes. Entre medio millón y un millón de personas fueron asesinadas en un periodo de tiempo asombrosamente breve, evocando episodios sanguinarios del Holocausto como el fusilamiento masivo de prisioneros en Majdanek, lugar en el cual, en una sola jornada, el 3 de noviembre de 1943, más de 18.000 hombres, mujeres y niños judíos fueron ametrallados en lo que los verdugos denominaron “el Día de la Cosecha”, al tiempo que los médicos nazis achacaban en los concienzudos informes cada una de esas muertes a tres únicas causas naturales: gripe, paro cardíaco o tuberculosis. Las escabechinas sanguinarias de Ruanda también evocan el encarnizamiento de los ustacha de Pavélic en el campo de Jasenovac, donde murieron alrededor de 700.000 personas bajo métodos de tortura y ejecución tan depravados que provocaron la protesta de algunas autoridades nazis.

Auschwitz representa el epicentro del mal en la historia humana no sólo por el número de víctimas ni por la ideología criminal que articuló el genocidio, sino también porque las cámaras de gas y los hornos crematorios fulminaron de una vez por todas la suposición de que barbarie y civilización eran fuerzas opuestas. Antes bien, lo que demostró Auschwitz es que la barbarie crece en la placenta misma de la civilización, que la nación más culta y adelantada del planeta, la que contaba con mayor porcentaje de universidades, academias, conservatorios, hospitales y laboratorios, era capaz de montar una carnicería de unas dimensiones y una vesania jamás vistas, una implacable maquinaria de aniquilación que hundía sus raíces en el centro mismo de nuestra especie. A finales del siglo XIX Joseph Conrad viajó al Congo sólo para dar fe del infierno que la codicia y el racismo habían plantado en las tierras del rey Leopoldo II de Bélgica, pero el corazón de las tinieblas -el tenebroso imperio del horror que se cobró entre diez y doce millones de vidas indígenas- no se detuvo en África sino que se reprodujo décadas después en la médula misma de Alemania.

En mi segunda visita a Auschwitz, hace ya doce años, había un profesor con un grupo de alumnos explicándoles en uno de los barracones de Birkenau cómo uno de los jefes de la milicia serbia tenía un cubo lleno de ojos humanos a sus pies y, cuando uno de los soldados le preguntó si quería que le trajeran hielo para conservarlos, el jefe se encogió de hombros: “Da igual, me traen un cubo de ojos nuevos cada día”. Creíamos que Auschwitz no iba a repetirse, al menos en Europa, que mientras las ondas concéntricas de la masacre llegaban a sitios tan remotos, como Indonesia, Guatemala, o Palestina, en Europa estábamos a salvo. Pero el cambio de siglo nos sorprendió con una espantosa guerra en los Balcanes que reprodujo los fusilamientos masivos, las torturas y las matanzas étnicas, todo a menos de una hora de vuelo de la capital de esa burda pantomima de banqueros llamada Unión Europea y mientras la Unión Europea se lavaba las manos. Sí, lo más terrible de la lección de Auschwtiz es que no hemos aprendido nada.



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