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domingo, 22 de diciembre de 2019

VÍCTOR RAMÍREZ, ENTRE EL MIEDO Y LA VALENTÍA


“ARENA RUBIA Y OTROS RELATOS” 
VÍCTOR RAMÍREZ, ENTRE EL MIEDO Y LA VALENTÍA
EL HADJI AMADOY NDOYE
"Y comprendí, sin necesidad de fantasías, cuán grande resultaba mi indefensión: a pesar de mi conocimiento de kárate. Sonreí de impotencia".
Víctor Ramírez, La piedra del camino
PASA la calima por encima de la Isla Redonda, siguen soplando los alisios (dictatoriales, democráticos, caciquiles) sobre las islas. Pero Víctor Ramírez va arrastrando en Arena rubia y otros relatos las sombras de sus demonios de siempre: el pasado, las distintas facetas de la situación que nada le gustan de su pueblo; el condicionamiento secular de éste y las consecuencias psicológicas, morales, sociales, políticas, que su manera de ser acarrea.

        
En tono de casi confidencia o autoconfesión o de reproche, la constatación del autor suena como un rebenque: "¿... qué hacemos tú, yo y todos los baifos que ves aquí a nuestro alrededor? Pues poner el cogote para que quien se atreva nos sorroballe o ejecute" (pg. 23),.
         El escritor piensa que el que ha vivido en la inseguridad transmite sin darse cuenta su indefensión a la descendencia y al entorno. Al autor le duele el carácter férreo de un determinismo casi ciego. Por eso ha de decir uno de sus personajes: "y se heredará (el miedo) de igual manera, e incluso de manera más acusada, que el color de los ojos, de la piel, del pelo" (pg. 31).
         Se horroriza Ramírez al notar que su pueblo ha escogido como héroe a alguien cuyo destino trágico consistió en huir, en buscar la protección de los escondrijos: como lo haría un héroe «pasivo»; y para que no se le objete una falta de «objetividad» pone en boca de un extranjero las palabras que ejemplifican su idea: "... aquel gobernador bajito, canoso, que se paseaba sin escolta... que dijo sonriendo al vicepresidente del Cabildo... jamás vi gente más cobarde que ésta de aquí ni más arrastrada, gente que sólo ha podido hacer héroe de un tipo que huía, que se escondió para que no le cazaran, de un tipo corredera” (pg. 47).
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Víctor Ramírez sitúa el origen de esta cobardía en los recovecos de la historia, la remota: "también dijo (Sigfridito Gómez), y sin dejar de sonreír, que la desidia de nuestra gente y el profundo desánimo que se nos nota provenían del sentimiento de la indefensión asumida, de la permanente incapacidad para habernos armado y dejado respetar por los colonizadores, asustándolos aunque fuese..." (pag. 59).
         Las consecuencias de tanta cobardía se notan a todos los niveles de la vida cotidiana, así en la psicológica como en la política. Ciertos personajes femeninos preferirán a los hombres que vienen de afuera: "... parece que cansada ella de esperar encontrar macho fuereño de habla fina para marido que se dejara respetar, y no como los de aquí" (pg. 53).
         Minusvaloración propia y supervaloración del alógeno son conductas habituales en Arena rubia y otros relatos, y las palabras del autor son crudas: "... siempre había creído la pobrecita que sólo hablando peninsular se te respetaría en el pueblo, no importaba el número de majón que cargaras, pues nos veía a todos los de aquí sin orgullo y con cuca de enanito" (pg. 57)
         Según Víctor Ramírez, ni la dictadura ni la democracia han cambiado la idiosincrasia isleña: "... aquel cuñado que se jactaba al decirnos que si nos dieran la oportunidad de votar gobernantes seguiríamos eligiendo a los que nos exprimían y vendían" (pg. 48).
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Las páginas de "Arena rubia y otros relatos" encierran ríos de pesimismo. La isla aparece como una prisión y los prisioneros se forjan sus propias cadenas: "Basta con abrir los ojos de la comprensión y mirar, ver, y percibiremos una ratonera donde cualquier tipo de defensa resultaría un gesto romántico o de guapo morir numantino, a tales extremos ha llegado nuestro grado de indefensión" (pgs 31-32)
         Ni vacila el narrador de uno de los relatos en confesar que figura entre las filas de los que tienen miedo. Desde ese punto de vista comparte la suerte de sus coetáneos. No escapa al condicionamiento: "No. Juro que uno no quiere provocar, que uno está acobardado hasta lo increíble... Ya uno es puro miedo cercado de agua y desesperanza por todas partes. y ahora más, mucho más, puede que sin remedio" (pg. 42).
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¿Qué salida imaginar para una situación tan apretada y simbolizada por tortura y la mutilación necia e inútil del perro del cuento Precisamente?: "... le habían cortado la lengua al animalito para que no acertara a ladrar sus desesperos y trincado con cachos de trapo para que no se le oyeran los aullidos del horror" (pg. 45). Antes que nada, no andar con tapujos, aceptar la realidad tal como se la vive en toda su crudeza y desnudez: "encarar la realidad con rabia y desprecio caritativo" (pag. 37).
         Se puede uno también inspirar de la actuación de Calígula, que consistió -según cree un personaje de Insomnio (chantaje bendito)- "en subvertir el poder desde el mismo poder, desde el poder en su punto culmen: la locura por hastío, por asco" (pg 40).
         El poder del escritor le viene de sus palabras, cuyo alcance y cuyos límites conoce perfectamente: "Pobre de mí, uno mantiene todavía la fe en la palabra". Mas la palabra descubre y proclama lo que la propaganda oficial y la publicidad turística y comercial encubren y silencian: los aspectos, no tan paradisíacos como se pintan de las islas, presentadas como lugares de sol, felicidad, arena y playa, carentes de problemas.
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El narrador alza la voz para que se sepa que en las islas afortunadas (o desafortunadas) no todo el monte es orégano y que las apariencias engañan: "soy Adriano Santaluz, le dije con el orgullo del descastado" (pg. 31). El abandono y las injusticias observadas en torno a sí llevan al autor a la rebeldía. Una rebeldía dicha por otros artistas y otros hombres, tanto de Canarias como de fuera: "Junto al viejo 'El hombre rebelde' de Albert Camus y el 'Manifiesto' de José Caballero Millares" (pg. 32).
         Como maestro, Víctor Ramírez cree en el aspecto plástico de los ejemplos y en la fuerza de los comportamientos y su poder de contagio: "A los hombres buenos siempre se les entiende el idioma, y el amigo Maximiliano fue un hombre bueno» (pg. 68). "Es él, Robespierre..,. el revolucionario» (pg. 89).
         Al lado de las ideas, el escritor exalta las conductas «de anti-miedo» como antídoto. No esconde su simpatía por el joven anónimo del cuento El aplauso, quien mata a su padre natural porque éste, muy rico, había abandonado a su madre y hermanos -bastardos como él- en la penuria: "¡Ah, quién tuviera las agallas de ese muchachito! El chiquillo vale, apechugó con su obligación. Se atrevió: no importaban las probablemente funestas consecuencias que traería consigo. Se atrevió a hacerse cumplir con su deber. Digo deber, que no derecho» (pg. 33).
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Del mismo modo el narrador apoya las iniciativas e ideas de quienes tiendan a sacudir la modorra y el conformismo que se ciernen por doquier a pesar de que sus convecinos no tengan conciencia de la enajenación circundante y corran tal vez el riesgo de no ser entendido o aprobado por la llamada 'mayoría': "Cuán reconfortante, y en un mundo donde nada ni nadie es independiente, nos resulta el ver y sentir que todavía hay en los nuestros quienes pidan libertad, independencia, aunque la prohíban, aunque la mofen" (pg. 38).
         La desesperación y la rabia no cambian nada al estilo tan peculiar de Víctor Ramírez. El dolor de la amargura no quita el humorismo: "Aquí, en el retrete sentadito, es donde menos mareo, Isabelilla» (pg. 83).
         Abundan en "Arena rubia y otros relatos" las transgresiones (parricidios, incestos...), lo mismo que las oraciones en que el autor regatea entre las ideas, los episodios y -cual un Martín Vázquez de la literatura- finta al lector cuando multiplica cortes, sorpresas, y deja jadeante al que lo quiera seguir: «la gente se alegró disimulada con la muerte del bardino abusador y aunque le dieron el pésame al inconsolable don Adriano, precisamente quien de veras habría de escachar la cabeza del Tizón Júpiter ('me dio cinco en vez de tres mil, lloró de dicha y postrado sobre la tierra sucia como rezando alabanzas al destino por haberme encontrado')" (pg. 61).
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"Arena rubia y otros relatos" resulta ser otra muestra de continuidad temática respecto a los textos anteriores de Víctor Ramírez. Es una especie de guiño de ojo a los que han leído sus demás libros. Los personajes del cuento La tercera mitad del cariño son algunos de los de la novela "Nos dejaron el muerto".
         Se piensa en otra narración anterior de Ramírez cuando en el cuento "Precisamente" leemos "se amaban hasta más allá del delirio fatal consentido el sobrino y la tía abuela, ¡Dios nos libre! y persignándose mi madre otra vez" (pg 53).
         "Arena rubia y otros relatos" puede considerarse como una pieza más de la obra que Víctor Ramírez va construyendo en la isla de sus dolores y esperanzas. A través de una fabulación no exenta de tesis explícita, grita su fe en el futuro de su pueblo y desvela sus ansias de justicia y superación.
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NOTAS:
(1) Victor Ramírez: "Arena rubia y otros relatos". Centro de la Cultura Popular Canaria, La Biblioteca Canaria, La Laguna 1990.
(2) Victor Ramirez: "Diosnoslibre", selección de cuentos. Ed. Interinsular Canaria S. A. Tenerife, 1984. pg. 81.
(3) Alusión a Juan García Suárez El Corredera, «el último muerto canario de la guerra civil", como dice José A. Alemán en Crónica para cuarentones, Imalco S. L. Vizcaya, 1989, pg. 117. El Corredera fue ejecutado a garrote vil en la prisión de Barranco Seco en Las Palmas de G. C. el19 de octubre de 1959.
(4)                     Cada cual arrastra su sombra fue el primer libro narrativo con que Víctor Ramírez se asomó al marco literario en los comienzos del 70. Se percibe un ritmo especial en su prosa con garra; no se desvincula nunca de una realidad que pudiera pertenecer a un entorno en el que se adentra con la entrañable mirada de quien busca en el personaje a su prójimo.

5-abril-1991

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