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martes, 31 de diciembre de 2019

PLAÑIDERAS, EL NEGOCIO DE LLORAR


PLAÑIDERAS, EL NEGOCIO DE LLORAR
ANA SHARIFE
La fragilidad de la existencia humana nos ha brindado un extenso ritual en torno a la muerte, y un negocio que retorna con fuerza: las plañideras. En la tradición cristiana el llanto facilita el ascenso al cielo, en la musulmana se abren las ventanas de los hogares y se le ruega al altísimo permita al difunto navegar en la barca divina surcando el reino celestial. Ambas religiones heredaron tales costumbres de los hebreos: “Atended, llamad a las plañideras, que vengan; buscad a las más hábiles en su oficio” (Jeremías, 9:17). Porque llorar penas ajenas no es sólo un estado natural de empatía ante el sufrimiento ajeno, sino un oficio. Son lágrimas bien pagadas.
En España empiezan a proliferar las empresas que ofrecen servicios de lloronas. En La buena muerte, por ejemplo, acompañan (o sustituyen al pariente) en cualquier rito fúnebre laico o religioso. Cuidan la tumba y hacen “demostraciones públicas de desconsuelo” en cementerios y tanatorios por precios en torno a los 20 euros la hora, así como dan “el pésame, recitan panegírico u elegías” por un suplemento de 10 euros. Los figurantes emprenden su dramático sollozo desde el comienzo hasta el momento del sepelio. (Presupuesto sin compromiso).


Las empresas ofrecen diferentes ritos según el dolor que se desee manifestar ante la pérdida de un ser querido. El egipcio sería el más costoso, pues su servicio, al igual que antaño resulta también más teatralizado. Consiste en la posibilidad de expresar la tristeza y el dolor que embarga  a través de lamentos y gritos desconsolados, como hacían las sacerdotisas de la diosa Hathor que “gemían dándose golpes en el pecho” mientras “se tiraban tierra levantando las manos hacia arriba en señal de lamento, o hacia abajo, rogando por el alma del fallecido”.

El rito medieval es más económico por una razón muy sencilla. Las escenificaciones de los lamentos exagerados manifiestan una actitud contraria a la creencia de la vida eterna, la entrada en una vida más plena. Bajo esta idea las autoridades eclesiásticas persiguieron tal costumbre durante siglos, y las mujeres que prestaban sus lágrimas empezaron a realizar su oficio con mesura y discreción.

Nada ha cambiado. O todo vuelve del mismo modo. Comenzó hace una década en Japón y Estados Unidos, y ha irrumpido en Europa a través de Reino Unido, donde triunfa Rent a Mourner (Alquila un doliente) especializada en este nicho de mercado. “Si simplemente necesita aumentar el número de visitantes o introducir nuevas caras, podemos ayudarlo”, anuncia la página. Presta servicios de “dolientes” que sirven para “aumentar los visitantes a los funerales donde puede haber una baja asistencia”. Los actores van marcando el acento de tristeza que se deba manifestar en todo momento. Son las lloronas de antes, que van en luto riguroso, y no solo sollozan sino que además acuden al sepelio perfectamente informadas sobre la vida del difunto. Una vez allí, simulan conocerlo y conversan con otras personas comentando detalles íntimos del ser querido.


Siempre hubo plañideras. Mujeres a las que se contrataba para que lloraran e hicieran público el lamento y el dolor de la familia. Cuanto más destacado era el difunto, más plañideras acudían al velatorio y más intenso era su llanto. Eugenio Alberto Rodríguez, doctor en Teología y máster en Doctrina Social de la Iglesia señala que se trata de una práctica “en desuso”.  Si se trata de un servicio que ofrezcan funerarias o tanatorios no tiene constancia. Él celebra la misa en una parroquia de la capital grancanaria y desconocía que esta “práctica de representación” ante la pérdida del hálito de vida estuviera en auge en España.

Contactamos a través de una funeraria capitalina con Cristina Gómez Santana, de 56 años, plañidera profesional desde los 19 años en Telde (Gran Canaria). Su oficio consiste en encargarse de los trámites de una defunción en nombre de los familiares, desde el presupuesto del servicio mortuorio a informar sobre traslados y acompañar en el duelo hasta el último momento. “Hay personas que se ven incapaces de hacer estas tareas en momentos tan dolorosos”, explica. También las hay que “se encuentran lejos del ser querido y no pueden llegar a tiempo al velatorio”. Para la plañidera se trata de un trabajo “honroso”, pues acompaña en el duelo, reconforta y reza sus oraciones “con fe”.  La plañidera ayuda a que “el alma emprenda el viaje en paz”, y el negocio refleja una oscura reflexión sobre la vanidad, la brevedad de la existencia y la victoria de lo finito.

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