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miércoles, 18 de diciembre de 2019

AMPUAM(NOVELETTA)


AMPUAM(NOVELETTA)
DUNIA SANCHEZ
 ¡OH, el otoño¡ ráfagas de un aliento metálico cuando la noche habla a solas ¡Oh , el otoño¡ belleza sin fin que va esculpiendo cada paso, cada palabra cuando todos callan. Sí, decía ella, Delfina una chica corpulenta donde la veintena de las estaciones sobresalía en sus mejillas sonrosadas.  Se nos ha hecho tarde para llegar a la residencia, creo que mi reloj da más allá de las diez, las monjas se enojarán y crearan alguna pena de aviso. Se hallaban en la densidad del bosque, un bosque aun no devastado en pleno siglo XiX. Ellas, estudiantes, aburridas de la rigidez de la educación que habían enhebrado para ella sus familias. Se habían perdido en el boscaje, un boscaje inmenso, un boscaje virgen, un boscaje espeso, un boscaje de hojas amarillas en la plenitud de la noche. Noche larga donde sus huellas quedaban tras la débil llovizna. Una a otras se animaban, se arropaban ya hartas de tanta y tanta estrechez. Aunque lo gélido se incrustaba en sus huesos ellas seguían y seguían caminando ¡Oh, el otoño¡ nocturno de misterios, de hechizos insospechados atravesando sus almas, ya, pesadas. Tenían que regresar y bien rápidas, muy rápidas. La noche convoca efectos extraños, invoca condiciones del inframundo por lo que eran temblor. Un temblor favorecido por un cielo cerrado, un firmamento invisible ante las plomizas nubes. Cuando creyeron encontrar el sendero hasta la residencia se desilusionaron, en una boca abierta del boscaje había una casa de estilo medieval entendían ellas.  Los ojos engañan, nuestras piernas cansadas nos retraen y nos llevan a un lugar insospechado ¿Cómo puede a ver vida aquí¿, se preguntaba otra de ellas. En medio de este infierno helado, donde nuestras manos padecen morir ante el dolor, donde nuestra motivación cae y cae en las profundidades de un pozo desconocido. Tiene luz, tiene vida, tiene personas ¿Quién serán¿ ¿ Quien serán? Es muy tarde y no hallamos el camino de la residencia, nos estarán buscando ¡qué horror¡ tengo ganas de llorar, pero hemos de ser valientes. Vamos, chicas, toquemos. Que nuestro Dios nos proteja, que los ángeles caigan del cielo y con sus alas podamos regresar ¡ Oh, el otoño¡ reflejos de gotas que van discurriendo a ras de la hojarasca, a ras de esos rostros consumidos por el temor. Sí, el temor de la tardanza, de la desesperación. Ralentizan su andar dirigiéndose a la puerta. Con la esperanza puestas en sus hombros tocan y tocan. Nadie habré pero hay luz en su interior.




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Un jardín en la dejadez del tiempo, un tiempo que pasa y se sirve del canto virgen de la naturaleza. Ventanas rotas como si la nada rocosa quebrara sus pilares pero aun con un techo, con unas paredes sosteniendo las estaciones de antaño. Y de nuevo tocaron , esta vez Anne. ¡Ah Anne¡ que tímida y diminuta eres  con  ojos negros como la noche que reposaba en su espalda, con los ojos brillantes como los astros dominando el ancho universo, con los ojos lagrimosos dominados por una fuerza del mal. Callamiento. Se miraron unas otras , taciturnas, heridas de conciencia ante las alta madrugada, ahuecadas en el naufragio de la búsqueda. Paso un tiempo y ellas creyeron…no, no creyeron , escucharon unos pasos sobre una mole de un piso de piedra. Alguien venia hacia la puerta. La quejadumbre del otoño impactaba en sus almas asustadas. Y de repente una voz grave, masculina. Quien osa a tocar a estas horas. Silencio. Quien pisa la mala hierba de mi jardín a estas horas. Silencio. Quien en un día escupiendo heladas se atreve a tocar. Silencio. Se miraron unas otras, el temblor de sus cuerpos las llevaron a estar estáticas, encogidas, temerosas de quien fuera. Y de repente abrió la puerta, un hombre curvo  con edad avanzada, calvo y ojos de boliches grises se presentó malhumorado. ¡Niñas¡ ¡malditas niñas¡, se decía para sus adentros. No, no os voy a prestar ayuda. Yo solo soy un anciano solitario y habéis pasado lo prohibido ¡mi jardín¡ Pero es que estáis ciegas, este jardín bello cuando el sol asoma en el horizonte, este jardín perfecto manejado por las artes del tiempo, este jardín sangre de mi sangre ha sido violado ¡Violado¡ Por vosotras. Decidme…decidme que queréis a estas horas. El blanco atrapó a las chicas, el cansancio se iba difuminando mientras escuchaban aquel hombre. Un hombre de la ultratumba pensaron al mismo tiempo. Un hombre más allá de la realidad. Un hombre tosco, austero, usurero de sus propiedades ¡Oh, el otoño¡ largo recorrido de vuelta a casa ante aquella existencia infranqueable, dura. Inhibieron sus ansias de volver, algo las apartaba y atraía de ese ser. Ese ser que en la nada del boscaje había nacido ¿Desde cuándo…? , se preguntaban. Nunca habían escuchado algo acerca de esa casa, de ese hombre que por su aspecto era desierto como ser humano ¡Oh, el otoño¡ retorcidas, aguantando que no les quitasen la máscara del pánico alguna intentaba decir algo. Pero no….no , salía nada de sus bocas, de sus gargantas secas. Y plas…cerró la puerta. Atónitas en la intemperie esquivaron sus miradas. Todas observaban a su derredor…ese jardín enmarañado, desordenado y a la vez exuberante.

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En la absoluta oscuridad se vieron envueltas. Una extraña bruma ascendía de sus pies hasta sus ojos. Y el peor de todos los males, el frío enervaba en sus cuerpos agotados. Cuando salieron de aquel jardín miraron atrás, las luces se habían apagado y la casa era solo un eco en sus memorias. Agata, abatida pero a la vez alerta de lo que pudiera suceder cedió su empuje a sus compañeras ¡Llegaremos…sí, llegaremos¡ La mudez de la noche era amenazante, calculadora de cada una de sus pisadas cada vez más lentas, más eclipsadas por el fustigar del miedo. Y zas…se escuchan unas campanas, las campanas de la búsqueda, las campanas de la desesperación , las campanas de una madrugada sin luna , de un otoño con viento no se sabe de donde es. Se detuvieron y las tres pensaron lo mismo, en sus mentes se bosquejaba que la residencia estaba en su búsqueda. Un grito gutural, un grito en la niebla, un grito salida de los infiernos escucharon ¡Al norte¡ ¡Siempre a vuestro norte¡ Es el, una fotografía de su imagen las llevaba a momentos atrás. Es ese hombre raro el que nos grita, concluyeron ellas. La angustia se incrustaba en sus vientres, no podían seguir. En sus mentes el ruido lejano de las campanadas, la voz tétrica de la nada. No tenían remedio, tenían que continuar sino la helada de la noche las cazaría en la muerte, una muerte dolorosa, larga. Sigamos las campanadas, pero donde , de donde proviene ¡Oh, el otoño¡ transeúnte de cloacas en la embestida de su todo ¡Oh, el otoño¡ duele, cuando no somos eje que sigue su andar a ras de su giro. Las campanadas se aproximan, ellas se aproximan, una luz se aposenta en los ojos de Delfina, Anne y Agatta. Les da igual el castigo, se oye un ladrido. Es Bob, dice Delfina, viene a nuestro encuentro. Van hacía el, está solo y las guía hasta la residencia. Una residencia toda iluminada en todas sus habitaciones, la alarma había estallado ¿Qué castigo le esperarían? ¡OH , el otoño¡ el placer del calor bajo un techo, el placer de una chimenea cuando todo olía a muerto, el placer de un fatigado temor que te hace vertical. Nadie las esperaba, solo, la superiora en el umbral de la puerta. Una mirada afilada, cangrenosa, con la ira remordiendo sus sienes, su lengua. Síganme, solo díjo. Ninguna dijo palabra, ninguna respiro por unos instantes, ninguna dio explicaciones de lo pasado, ninguna estalló en lágrimas ¡Aquí¡ Aquí os quedaréis –solemne- hasta que Dios os perdone vuestra falta, vuestra desobediencia. Ya hablaremos, dijo rígida, severa. Ya veremos el tipo de pena que os aplicaremos para salvaros del infierno ¡Sí¡ del infierno. Sois gentes demoniacas, la locura se ceñido a vosotras y hay que extirparla, expulsarlas de vuestras desgraciadas almas ¡Oh, el otoño¡ parece que quiere desheredar la noche y levantarse un aroma  malva, rojo, naranja. Así, se despide el nocturno y llega el amanecer ¡Oh, el otoño¡ gama de colores que absorbe el ayer.




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Y amanece . Y las llevaron al cuarto de baño. Un lugar tosco, soso, donde se mezclaba la dejadez y la memoria fúnebre. Las rociaron con cubos de agua fría, a las tres, ninguna decía nada, ni un gemido, ni un grito cuando las cuchilladas gélidas se estampaban en sus cuerpos desnudos ¡ Aprendan¡ ¡Aprendan¡, decía la superiora hermética. Después poneos ropas decentes, limpias porque tendréis que purificar vuestra alma ante Dios. No saldréis de la capilla hasta que sentáis arrepentidas ¡Rezad¡ ¡Rezad¡ hasta que la noche os envuelva en perdón ¡Perdónalas Dios mío porque no saben lo que hacen¡ La superiora se marcha, antes da media vuelta ¡Raparlas¡ A la vez los ojos de las muchachas se cerraron. A la vez el desfallecimiento oxidaba sus huesos. A la vez se retorcían en sus interiores. A la vez se reprimían de expulsar una excusa. A la vez sus cabellos mojados iban cayendo al suelo. A la vez una cierta tristeza levantaba un lamento mudo ¡Temblor¡ ¡Ay el otoño¡ fúnebre , plomizo, pesado, cuajando en la tortura de sus seres. A la vez respiraban profundamente. A la vez transmitían la verticalidad de sus espíritus. Vestidas, fueron llevadas a la capilla por dos monjas jóvenes. Sus ojos clavaban la maldad, la venganza, el regocijo de verlas así. Así, calladas, débiles, inmersas en sus pensamientos. Cuando las dejaron en la capilla cerraron la puerta con llave ¡Solas¡ alejada de toda civilización tenían que orar y orar. Sus ojos se cruzaron y después observaron el Cristo crucificado ¡ Oh, ese Dios¡ cuánta hipocresía, cuanta mentira se balanceaba sobre él, se preguntaban.  Y todavía estaban ateridas, fusionadas en la indiferencia a todo Dios. No….no pidamos perdón, no hay arrepentimiento, no hay remordimiento. Aquí nos quedaremos hasta ella diga, si hemos de sufrir más sufriremos. Pero no nos doblaremos ante la injusticia, ante la creencia que desata errores en la humanidad. Seamos fuerte, fuerte como el viento que nos lleva a lugares lejanos. Estemos unidas, unidas como el árbol a la tierra con sus ramificándose en lo hondo de su entereza. Seamos libres, libres como el vuelo de una pardela cuando surca los mares tempestuosos, violentos. Seamos cómplices, cómplices con sabor a una amistad real. Dejemos que el tiempo pase y venceremos a esta desavenencia de la vida ¡Oh, el otoño¡ criatura emergiendo en los poderes de su peso, de su levedad que eleva las almas en el sentido de su fe. Fe , en sí misma. Fe, en la energía de la reconditez perseverando la verticalidad. No, no caigamos en el temor. No, no caigamos en el dolor. No, no caigamos en la melancolía. Elevemos nuestra mente más allá de estos muros y de seguro hallaremos la calma, la libertad ¡Libres¡, manto de pétalos erigirán nuestros caminos…




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El tiempo…si, el tiempo que pasa, que derrota y después emergemos como alas de un destino incierto. El tiempo…si, el tiempo agrietando nuestros ojos, nuestros huesos y después seremos vencedoras de la astucia de la verticalidad. Siempre caminamos para delante, solo algún aguijón efímero dolencia de nuestros pasos ¡Oh, el otoño¡ desbordamiento de una lluvia que nos lleva a la cima de nuestra templanza, de nuestros sentidos hasta ser hijas edificadas por vientres firmes, fuertes. El tiempo…ellas tres consumidas por las apuñaladas gélidas de aquella capilla oscura frente a un Cristo. Qué pensar, qué interrogantes se cosen en cada una de sus mentes. No se hablan, absortas en su silencio danzan con lo neutro de las sensaciones, de las motivaciones. Solo saben que están ahí, solas, con  el engarrotada firmeza en sus razones. Tenemos que aguantar, se dicen. Tenemos que ser una, se dicen. Tenemos que ser valientes, se dicen. Sí, se dicen en la conversación anulada por el paso del tiempo. En sus cerebros se dibuja una cierta fluidez de grandeza de esa figura sangrante. El túnel de su existencia tuvo que ser penoso, triste ante la incomprensión de su época, ahora, valorada como uno de los grandes. No, no es un Dios, es alguien donde la injusticia, el egoísmo le retorcía su estómago y puso valor, puso su cara para que vomitaran sobre ella. Ahora, ahí, figura inerte que permanecerá en el paso de los siglos, de los vendavales castigadores  de una sociedad.  La noche vuelve, se oyen pisadas, se abre la puerta de la capilla y les dejan algo de comer. Nadie habla, quien haya sido se ha evaporado como en el nacimiento del miedo. Pero les han dejado algo de comida. Ellas no miran atrás, siguen con los ojos fijos ante esa imagen eterna. Algo les tortura más allá de la superiora. Algo les produce ciertos retortijones en sus memorias. Fotogramas de un paraje inexplorado cuyo jardín desbordado de caos las lleva a una mirada extraviada en el tiempo. No, no están conformes con haber regresado sin saber de quién es. Esa atmósfera enrarecida, asfixiante las induce a un interrogatorio. Volveremos, cuando el castigo haya pasado, con los días claros nos acojan en un sendero sin pérdida. Ahora, conservemos el don de las murallas, indestructibles ante las bases bien construidas. Ese Cristo , que no es un Dios para nosotras, nos mira, parece escucharnos y nos balanceamos en la duda…la duda de este mundo sibilino, freático, de hábitos corrosivos….la duda de quién somos ¿humanas? ¿Dónde está…? Buscar y buscar en el baile de las jornadas, de los seres, de lo vivido hasta encontrarnos con el navegar hasta de la verdad…




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En los adentros…en los adentros de un boscaje que nadie deja huellas. Ahí, está él. Ese hombre de voz grave, de voz lánguida, de ceñidas canas cual expulso a las muchachas en la noche ida de su territorio. Zona guardada como lobo solitario, escondida de todo contacto con el existir, solo, su jardín enmarañado. ¡Malditas¡ ¡Malditas¡, gritaba ¿Cómo habéis encontrado este lugar? Este lugar donde mis ojos miran a ella. Sí, a ella ¿verdad querida? Estábamos tan bien anoche conversando con los astros idos hasta que…¡malditas¡ ¡malditas¡ Intrusas de bienestar , de la cotidianidad que me ronda junto a ti. Te miro, te observo, te examina y mi pecho late en el sentido del amor. Me dices que no importa, que no volverán. Me siento algo angustiado, será un presentimiento ¡Malditas criaturas¡ Ellas serán mi muerte, huelo fúnebres candados apretando mis manos, mis tobillos, mi garganta. Ah, mujer, mi mujer estás aquí y me das ánimo. Me dices que no pasa nada, que todo es pasajero. Pero no puedo contener la ira, la rabia. Han estropeado mi felicidad, han quebrado mi tranquilidad. Ah, querida mía, el día a brotado claro. Puede ver como los rayos del sol inciden en las ventanas ¡La luz¡ ¡La luz¡ Odio esa luz que me descubre, que nos descubre, que nos hace visible posiblemente ante los demás. Deseo de nuevo la noche, la noche cerrada donde el universo hace de nosotros dos columpiarnos en la intimidad ¡Malditas¡ ¡Malditas¡ Decía aquel hombre mientras iba de una pared a la otra de su rota casa. Encenderé la chimenea, no quiero que pases frío. Me miras como única belleza existente en la tierra, yo y tu, tu y yo, somos únicos y me alegro. Y sabe ante todo desconcierto me alegro. Todavía estás aquí. Sí, estás aquí ¿me escuchas Marie? Ah , querida Marie, solo soy pulso de tus ojos, sigues mi vaivén y me conforto, me siento cómodo.  Para ti nada es importante, nada es peligroso. Pero yo no soy así querida. Ah , querida Marie. No quiero ver destruida nuestro nido del querer, de la pasión. Tengo que evitar cualquier intruso. Mira nuestro jardín, se balancea en el auge de un otoño que hoy sonríe. Nos da aliento con su astro más poderoso sobre este planeta. Noto en tu mirada algo de nostalgia, en la noche saldremos a pasear como buenos amantes, como buenos amigos. Ah, querida Marie y le digo ¡Malditas¡ maléficas semillas que se han apoderado de mi intimidad. Tu no lo ves, yo sí ¿Quieres café? No, compartamos estos instantes que son todos los instantes. Miro a través de estos cristales rotos mientras te dejo atrás. Me gustaría tanto que pudieras ver el jardín ¡Oh, mi jardín otoñal¡ No da a vasto a tanto colorido, a tanta perfección. Como tu mujer. Sí, como tú. Porque tú eres perfecta, eres hermosa y adoro conversar contigo, no más que tú. Tengo ganas de llorar ¡malditas¡ ¡malditas¡….




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En su celda, al lado de la capilla. Sí, en su celda se halla la superiora. Antes de que la noche caiga de nuevo saca un viejo baúl que debajo de su catre. Un viejo baúl cerrado con un candado y llevando ella las llaves colgadas de su cuello. Lo abre. No más que papeles viejos pertenecientes a cartas mohosas. Lee y lee a la luz de una vela. De sus ojos se avista una pena, una lágrima que cae por su tez hasta su mano. La guarda de nuevo y cierra, mete el viejo baúl donde estaba. Se levanta lentamente y mira la cruz posada sobre su cama. Lentamente se quita su ropa, lentamente se flagela , cada azotaina la lleva a un ayer donde sus labios tropezaron con él. Una serie de fotogramas de su pasado la envuelven en bandada de cuervos, en una masa violenta de niebla. Y  zas…Cada recuerdo es un azote, duro, sin compasión. Y llora, mientras en la sala continua las muchachas ateridas escuchan algo, unos golpes nunca oídos. No se interrogan, se imaginan a la monja superiora consumiéndose en sus pecados ¡Te quiero dolor¡, dice para sus adentros ¡Expulsa de mi esta imagen que se ramifica en mi mente como hierba mala, hierva envenenada¡ ¡Sufro señor¡ ¡Sí¡ Sufro la mentira. No entiendo aún en largo paso de los vientos el porqué me dejo. Lo quería tanto…Y zas. No. No puede ser el demonio viene hasta mí y me lo trae ¡Perdóname señor¡ Aun sus ojos azules se posan en mi cabeza y no puedo detenerlo cuando a solas me encuentro ¡Ay señor¡ De mi no más que ven rigidez, dureza, antipatía, enemiga pero la vida me ha obligado a ello. Perdóname, perdóname señor. En mi cuerpo aún conservo su olor ¡cómo puede ser¡ ¡Ah, que necia soy¡ Mis pecados nunca serán perdonados por ti , por ti señor ¡Ah , el otoño¡ se enraíza en una tarde que acaba, que se desecha en penosos gemidos. Las muchachas contenidas el terrorífico frío escuchan. Escuchan alguien en la queja de llantos abandonados al vacío, a la nada. Los ratones ambulan por ese lugar sagrado. Ellas los sientes pero no hay pavor, la costumbre es hábito que erige el mañana.  Y zas, el último golpe seco. Su espalda ensangrentada, su espalda dolorida, su espalda mutilada, su espalda pesada. Con un pedazo de paño coge agua de una vasija de metal y se cura y se limpia aunque el ardor, la herida no sane nunca. Lento, muy lento hasta que la sangre deje de correr vomitando el pasado. La oscuridad se arrima, la luz se evade y la tarde noche otoñal se disfraza de un firmamento claro, esbozando un cosmos donde los astros hacen sus juegos ¡Ah, el otoño¡, la lluvia duerme y límpido universo navega a ras de esa tierra, energético y calmo a la vez.




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Anochece…¡te vas amor¡ quieres dormir, te dejo descansar. Yo voy a dar un paseo por estos terrenos que me pertenecen, que nos pertenecen. Noto que el nocturno que viene es más cálido, se le antoja desviado de nubes y una luna viene. Ella me dará luz suficiente para dar una vuelta y recoger leña. Estás bien querida Marie. No, no hace falta que digas nada, solo tu mirada irradia nuestra armonía, nuestra pasión duradera en los años. Sale de la casa cerrando la puerta ¡OH, otoño¡  has traído una luna de sangre, una luna grande que bebe de los arroyuelos, de la admiración de los sueños.  Con su hoz, va desquitándose de los hierbajos que andan ante él y lento va recogiendo leña para atemperar una noche helada, petrificada en el tiempo.  Por un momento se detiene y se da media vuelta, con el odio encendiendo su rostro desfigurado ante un gemir que viene de la casa se vuelve ira ¡Otra vez¡ te quieres callar. Vas a despertar a tu madre, mi querida Marie. Oh , Marie, perdona los aullidos de los miserables, de las lenguas maléficas que se esconde ahí….sí, ahí, cerca de nosotros. No despiertes querida, te hace bien el descanso. Tu salud está delicada y has de recuperarte. Ah, mis manos. Están dolidas, se cortan a cada trozo de leña que recojo. Estoy viejo y Marie también ¡No¡, grita de repente. Vas a despertar a tu madre, no ves lo que ella ha sufrido por ti. No, no ¡cállate¡ Deja que repose con tranquilidad. Es que no oyes su respirar. Yo lo siento, desde aquí, de este jardín donde jugábamos cuando éramos jóvenes ¡Cuando éramos jóvenes…¡ La fuerza del mal está contigo. No, no eres hija mía. No, no eres hija de ella. Solo, el infierno, estás maldecida, tu boca solo escupe ataúdes flotantes. Pero no, no podrás conmigo ni con ella ¡ Cállate ya¡ Un silencio, la nada, la luna. Qué delicia de noche, gigantesca esfera que se mueve en el sentido de sus ojos. La mira…la mira hechizada, engarrotado, con sus manos de sangre, con su vejez pesada y su mente se llena de su esposa. Por un momento cierra los ojos, respira lo más hondo que puede y impulsa un suspiro. Retorna lentamente a la casa, todo está apagado. Marie, mi querida Marie duerme. Me es grato saber que su sueño es navegante de nuestro mañana ¡Ah, Marie¡ sé que tengo que callar pero la luna está tan bella. Qué bella está con su traje de luz sobre esta tierra, sobre esta casa. Aun el otoño se retuerce en su frío, quizás menos que días anteriores, pero presente.




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¡Oh, la noche de luna roja¡ ¡Oh, el otoño enseñándose con el universo¡ Un universo desvistiéndose para no ser más que un mar de constelaciones. Pisadas relentecidas. Cadenas que se caen y la puerta de la capilla se abre con rigor de un rugido en plena negritud de su amplitud. Con una vela en la mano la superiora entre. Ve a las tres muchachas de espaldas, de pie, estáticas mirando esa figura perenne en los tiempos. Se aproxima a ellas y con sus ojos negros, con sus ojos vivos, con sus ojos sin algún resquicio de dolor, solo, plomiza les dice que el castigo ya ha terminado, que ya es hora de que vayan a sus habitaciones y se aseen. Las chicas no contestan, están embelesadas en las transiciones fugaces de sus pensamientos, unidos, apáticos, sordos a esa mujer ¡Ya está bien¡ en voz alta y severa. ¡A vuestras habitaciones ya¡ la rebeldía no me agrada, si queréis seguir aquí os dejaré hasta se pudran vuestra impertinencia ¡Viraos¡, alza  su tono de manera agresiva ¡Miradme¡ Ah, os avergonzáis por lo que habéis hecho ¡Miradme ya¡ Este no es lugar para discusiones. Sois una manada de malcriadas, desobedecéis mis órdenes, esto llegará a vuestros padres o tutores o  lo que tengáis. Sois unas malas agradecidas. Mirad, mirad como vivís y luego fijaros en el resto de esta tierra. Aun las vivencias no han sido suficientes para que aprendáis ¡Ignorantes¡ Sí, si ¡niñas que estudian¡ ¿¡Pero qué hacéis? ¡Miradme ya¡  Se giran a la vez, con sus cabezas rapadas, con sus lenguas mudas, con sus ojos ocultos a cada sensación, a cada grito, a cada remorder de sus vientres ante ella. No quieren demostrar sus fatigas, sus decaimientos, ese derrumbe que marchita tras horas y horas en la esfera helada de esa capilla ¿Estáis arrepentidas hijas? Su voz se torna tibia, calma, amable. Ellas asienten. Sí, ellas tres, con  sus rostros pálidos, con un temblor que no dejan ver. Pues entonces ir a vuestras habitaciones, allí se les ha dejado la cena. Esta noche no quiero que os reunáis con vuestras compañeras. Seguidme, yo misma iré con vosotras. Y van detrás de ella. Si, ella, mujer entera todavía y ellas peleando con la razón. No se les quita del pensamiento ese bosque de otoño, ese jardín perdido, inhóspito donde lo yerto de un misterio sibilino  las atrae, las lleva en un barco donde el oleaje rompe y náufragos son tumbas anónimas del tiempo. Y por ello se dejan llevar por ella, es mejor hacerle caso, hacerle creer que la escuchan. Sí, arrepentidas por su falta aunque en las profundidades de sus entrañas resbalen ante la incógnita….preguntándose, preguntándose quién es. Todo es callar en la residencia, todas duermen. Solo ellas tres y la superiora por esos pasillos grises, melancólicos, penumbrosos de la noche ¡Oh , el otoño¡ molicie de ideas que se van difuminando cuando el letargo saluda….




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Las habitaciones, rectangular superficie con su escritorio, su ropero y su cama y ventanas…ventanas dando a un patio tragado de flores y flores cuidadas exquisitamente. Ahora que estaban aisladas una de otras, sus pensamientos trazaban círculos en el aire que respiraban. Las habitaciones continuas, esperaban a que todas las luces de la residencia estuvieran apagadas. Cuando todas dormían , monjas y compañeras, Anne se reunía con Ágata. Una reunión que las llevaba por los paraísos perdidos del primer amor. Se ejercía una atracción cuando ambas, solas, con la ceguera y sordera de las otras se agrupaban como una sola. Sí, estaban cansadas ante lo arduo de la jornada, ante la severa pena. Pero la pena, la queja no llegaban a ellas. Lo tragaban como una aventura más de sus vidas. Ahora, a solas, sus labios furtivos se juntaban con cierta timidez, con cierto cimbrar de cuerpos deshojados por las placenteras caricias del amor , de una emoción vertiginosa que les hacía atraerse más y más. Todo era oculto, todo era insonoro a cualquiera incluso a Delfina. Sentían un cierto temor, una cierta prudencia, un cierto pánico terrorífico que las llevaba por vastos laberintos de la duda.  Y si se enterasen…esa es la interrogante de sus ojos cuando se cruzaban en el océano de la pasión, del abrazo largo por un cielo tatuado de estrellas. Anne y Agatta. Agatta y Anne , existencias mezcladas con el jugo del amor. Y se preguntaban, ¿es lo nuestro amor? A sus entendimientos no llegaban una respuesta franca, una respuesta afincada en el espejo de los otros sino de ellas. Sí, si es amor, respondía Anne. Un amor de lenguas agazapadas en los túneles oscuros. Un amor exaltado por el anonimato, por la máscara de nuestras sombras cuando la noche llega. Un amor marcado por la claridad de nuestra mirada. Sí, amiga mía. Sí, querida mía, esto es amor. La atmósfera que nos atrapa conquista cada beso, cada caricia, cada palabra inexacta. Y es que no hace falta hablar, conversemos con nuestros sentidos. Sensaciones enaltecida en lo oculto, hambre liada por lejanos desiertos donde el sol brilla sin mesura ¡Oh, el otoño¡ resuelto de escalinatas serpenteantes a ras de una cumbre donde cada uno es verticalidad de sus sueños. Sí, sueños …porqué no. Hay que soñar con las alas despiertas, con los pies desnudos sobre el arco de colores, con la entrega de lo puro de nuestros sentimientos. Agatta y Anne. Anne y Agatta. Duermen juntas, solo se escucha el goteo de un tejado maltratado por las estaciones y la luna ¡Ah, la luna¡ Apoteósica, purificada , entregada a las dudas, entregada a la certeza, entregada a las soñadoras de una noche de otoño ¡Oh, el otoño¡ Ven, ven con tus cascadas. Ven, ven  con tus manantiales alimentando el frescor de un amor…




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Y la noche…la noche doblando esquinas hasta encontrarse con la mar. Y la mar…la mar inquieta en la desavenencia del tiempo. Un mar de fondo donde las tonadas fúnebres flotan en el ambiente donde las olas rompen con las rocas. Todos duermen. Duermen los placeres prohibidos de los sueños, unos sueños que se transforman en el fondo de sus estómagos. Algún perro parece anquilosar la atmósfera con sus ladridos, un perro vagando sin rumbo en busca de comida, en busca de cobijo para sus huesos oxidados, podridos ante el otoño ¡Oh el otoño¡ fugaz como las nítidas lágrimas de estrellas fugaces cuando el firmamento es claro. Y todos duermen…duerme la superiora en un mundo inhabitable, invidente para los demás. Duerme Delfina tras ser lastrada en su habitación gris. Duermen Agata y Anne , juntas, con atención a que el alba no las alcance, antes que las campanas anuncien el despertar. Ellas están momento en que quisieran la eternidad de la calidez del amor, aun imposible en la moralidad de una sociedad estrecha en su razón. Y la noche…la noche observadora de vidas, de pequeñas vidas que escuchan en su letargo el rumiar de las mareas. En el boscaje exuberante, espeso se halla también ese hombre que mira a su esposa. El no descansa, en su duermevela se revuelve en la atención de ser vigía de su territorio. Dominado por la angustia se levanta de su cama. Mira todo lo que hay bajo su techo y siente el desplome de sus cimientos. El oleaje sigue y sigue rompiendo con las olas, estrangulándose con el gorjeo del nocturno. Recorre la casa hasta que llega a una puerta. Una puerta donde se arroja el dolor, el odio, un secreto bajo cadenas insonoras. De nuevo vuelve a su cama y medita, hace un recorrido de su ser, de su existencia y cierra los ojos. Progresivamente se duerme. Un quejido se escucha, ballenas cantando al son del movimiento del océano. El océano que rodea a la isla, el océano conversando con la luna roja. El océano donde los riachuelos terminan para ser brazos acogiendo de este planeta ¡Oh, el otoño¡ anguloso, perfilando los desastres de un mundo perdido en su complejidad. Y la noche quiere cantar. Y la noche quiere irse. Y la noche quiere descansar. Y la noche masa de grillos quiere apagar el mal que tira de nosotros. Y la noche se va despacito, con el ronroneo de una brisa suave que eleva los corazones en la serenidad, en el sosiego necesitado después de la desesperación, de la rabia contenida. Cuerpos que se dejan. Cuerpos abandonados a ras del equilibrio, cuando duermen. Cuerpos libres , manoseado por el vals del otoño ¡Oh, el otoño¡ bello y apagado a la vez. Cuerpos animados por su mañana. Cuerpos ascendiendo a lo más alto de sus emociones, cuando duermen…cuando duermen…




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Las campanas marcan el esbozar los ojos frente a la jornada que se deposita sobre nuestros hombros. Es hora de despertar. Aun la oscuridad atesora un resquicio pero ya se va ahuyentando con nacimiento de filigranas solares. Los hombres y mujeres van a sus campos de cultivo, a sus labores en la isla. Una isla alejada y ausente de las convulsiones políticas en la España que los destierra, que  los abraza a la vez pero con el olvido en la lejanía. Las noticias llegan con atraso, corriente de prensa que se mecen en los puertos como descanso. La isla. Si la isla desnivelada en sus habitantes, unos pocos burgueses y un desmesurado crecimiento de la miseria, de una población que vive de agricultura, de una población acechada por epidemias y devastadoras invasores de sus cosechas.  Y sin alarga más, el carácter volcanología de la isla. Sí, las campanas marcan el despertar cuando un temblor estremece a sus habitantes. Un foco se había abierto al norte, lejos de la residencia. Un pequeño reducto que asusta, que angustia, que mortifica, que produce horror entre cada alma que ahí vive. Un nuevo volcán engendrado por las entrañas de la tierra, pero leve, sin el suficiente impulso de la muerte. Solo es un aviso, un aviso de lo que pisamos, de donde habitamos. Cuando las campanadas se hundieron en un profundo callar la tierra calló, dejo de ser ese trémulo desenlace que podría ser fatal. Todos aupados por el temor elevaron sus brazos al aire, suplicando a un Dios  hasta el fin. Todos entonces concurrieron a las iglesias que habían crecido como un hervidero de salvación. Y dieron las gracias, y se enlazaron a un rosario y un crucifijo como escudo ante cualquier suceso imprevisto tempestuoso y maligno. Todas las muchachas concurrieron a la capilla. Allí ante ellas, la superiora, algo demacrada pero entera, dominante. El orar matutino comenzaba antes del desayuno. Todas miraban y miraban a sus compañeras (Agata, Anne, Delfina) con sus cabezas rapadas, con la lástima mordiendo sus ojos. Después de rezar todas al comedor. Agatta, Anne y Delfina se sentaron en sitios distintos. Ninguna de las compañeras se quiso sentar con ellas. Sí, el temor. El temor las pisoteaba en vigencia de la mirada de la superiora observando a cada una de las allí presentes, con un sabor a alegría en su interior por la muralla impuesta a esas chicas y su peldaño ante las demás. Como nunca en el comedor había un silencio sepulcral, solo, los pajarillos cantaban en su danza otoñal al encontrarse con el astro rey ¡Oh, el otoño¡ laberinto hechizado por los freáticos balanceos de la vida. Sí, la vida, hay que recorrerla para saber si perteneces o no. Cuando no entras en su círculo te mutilan, te agreden casi mortalmente en tus sentidos como repuesta ¿Dónde la libre expresión? ¿Dónde los libres movimientos? Nunca se sabe únicamente tendremos que andar y andar y veremos la verdad, la verdad del respeto, la verdad de los vuelos altos y  desliados de todo juicio prefijado en sus mentes.




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Porque son niñas, niñas de padres de altos cargos. Nada más que niñas intrusas de mi rincón en este boscaje donde ahora amanece, donde se siente el campanario de esa residencia lejana. Seguro que venían de allí, perdidas, eclipsadas por un impulso aventurero. Nefasto para mí, para ellas albergando no se qué. La tierra vuelve a temblar con el pulso de las campanas. Hay que no me gusta. La tierra se quiere abrir y tragarnos a todos. A veces pienso que sería mejor así ¡Oh, este sufrimiento¡ Sí, Marie…me escuchas, ¡sufro¡ La tierra que pisamos se hila en una masa viscosa, magmatica que algún día escupirá y todos nos iremos. No, no estamos seguros mi magnífica Marie. Te encuentro hoy más bella que nunca y no sé porqué. Nos iremos….no lo sé. Solo la muerte nos separará y si no seremos dos esencias en la plenitud de esta atmosfera que nos atrapa, que nos absorbe. Sí, dos almas vagando en el espacio que nos rodea. No creas que es locura Marie pero seremos otras personas y quizás nos enamoremos de nuevo. Tal vez nuestro destino sea infinito, agazapados en las sombras del pasado. Se acaban las campanas , se termina el temblor y todavía estamos aquí Marie….¡Ah, querida Marie¡ Ya es hora de levantarnos y cubrirnos de estas paredes desconocidas en el paso del tiempo. No, no te preocupes. Nadie sabrá nada de nuestro amor. Lo de anoche fue un error querida Marie. No más dejaré alguna vela encendida en medio de la noche. Ellas no volverán, seguro querida. Háblame Marie, tus ojos verdes hipnotizan cada uno de mis movimientos, por ti hago todo esto ¡No¡ otra vez está gritando, será desalmada, parece un animal mal herido. Necesito respirar, respirar y respirar….Sale de la casa y se enreda en el jardín hasta caer al suelo. Embarrado se levanta y se mira las palmas de las manos. Estoy sucio…muy sucio ¿Cómo le explicaré a mi querida Marie de mi aspecto? La culpa es de ella. Sí, ella. Parece que calla, el sol rompe mis ojos ante tanto tiempo estar en la oscuridad pero me es vital, me da cierto halito de tranquilidad. Estoy sucio…muy sucio ¡Oh, el otoño¡ espadas escudriñando las pisadas de la vida Y qué es la vida sino un paso a la muerte. Somos polvo de estrellas. Somos energía que viene, que va en al ritmo de la brisa que se ahueca en nuestros corazones. La vida, esa de ojos cristalinos. La muerte, esa de ojos opacos. Pertenecemos a las dos en un mundo que va extinguiendo existencias hasta la plenitud del beso reboso del amor.




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Las clases de la rutina han terminado, es hora de pasear, de esbozar los pulmones con la madre naturaleza con la condición de una hora de llegada. Agatta, Anne , Delfina apartadas. Las compañeras no quieren relación con quien ha se ha saltado las reglas, con quien el pecado es seña en sus rostros, no quieren ser atentadas por sus familias. Los rumores corren y corren, da igual donde estés porque todo llega con lengua de fuego, con lengua podrida exagerando cualquier suceso. Anne, Agatta y Delfina separadas  toman la dirección del bosque. Ah, ese bosque atrayente, las imanta como fuerza brutal en el interrogante quien es ese hombre.  Ahora, que la tarde no anda con prisas de ser capturadas por la oscuridad, por sus sombras ambulante en el terror se adentran en el. No se acuerdan donde está casa pero el lugar no es muy grande, tienen que descubrirla. Hay algo que se balancea en sus vientres, no es limpio esa persona aislada , estancada en el pasado. Algo esconde, algo muerte la conciencia de estas muchachas que las lleva en su búsqueda ¡OH, el otoño¡ saltarín cuando el sol toma y expulsa un cielo plomiza. Se respira una atmósfera cuidadosa, el monte verde luce su esplendor , un esplendor que las cautiva ¡Oh, ese olor¡ a humedad y hojas que caen en lo rara de esta estación.  Sin conversación avanzan, tienen que encontrar ese jardín desbaratado, amenazante. No, no tienen miedo. El encierro que cayó sobre ellas las ha hecho jóvenes maduras, jóvenes agazapadas en una. Sí, son una, no han comentado nada. Han podido de resurgir de la dureza de la tortura. Se dejan ir, en alguna de ese boscaje ha de estar la casa, el jardín. Se han fijado bien en el camino de vuelta y antes de la noche tienen que hallarla. Hallar a ese anciano movido por la dejadez, por harapientas formas de dialogar con otras gentes. Ellas saben que son mujercitas, apartadas de todo círculo de la verdad ¿puede ser eso por ese trato de la noche anterior? Dudan, qué buena es la duda, incrustarse desorientadas del porqué esos modos. Parece que el bosquecillo se desaloja de grandes arboledas, un espacio encerrado en el tiempo estático aparece antes ellas. El jardín, límite entre el misterio negro y la verdad. Ellas presienten algo, algo no bueno sino nefasto. Parece que no hay nadie y se van acercando a la casa. A medida que avanzan escuchan como un llanto. Se paran, hacen una pausa y respiran hondo. Un llanto que no es masculino. Un quejido como una fiera caída en una trampa ¡Oh, el otoño¡ que guardas cariño en tu oscuridad, se luz que alegre a los corazones. Así, como el día de hoy, soleado, cargado de estímulos superiores que nos lleven , que nos traigan buenas noticias….




15

Las ánimas, corren por el boscaje mientras ella con sus ojos grises se ahuyenta de la luz solar. Almas perdidas en el enredo desorbitante de la naturaleza, su casa. Sola, con la tenacidad vibrante de una existencia alejada de toda civilización, de toda sociedad. Su cabello moreno cae más allá de su espalda.  Sus pies desnudos son huella del barro . No importa el frío. No importa las corrientes zanjando en navajazos gélidos en su cuerpo. Solo sabe que no debe salir de los límites de ese bosque de faya y brezales. Qué hermoso es se dice, cuando en la mañana con la claridad del astro hoy su piel se tiende para saborearlo. Una sustancia boscosa que llega hasta el mar. Allí se dirige, con sus pocas prendas, corriendo como animal abatido por chillidos de las balas. Habla con los espíritus, ella los ve. No entiende muy bien el porqué pero siempre ha sido así. Ignora el mundo, en la clausura de sus palabras difícil de expresar. Ignora el tacto sutil del cariño, de la ternura en las rejas impuestas en su ser. Solo, el oleaje caricia su cuerpo que se desnuda al son de un canto monótono. No teme ese mar brutal, violento del otoño. Solo la brevedad en que permanece en su masa líquida la impulsa en su estar en esta vida. No se pregunta si hay alguien más. Nacida en los albores de una primavera y aconsejada por una voz , solo una voz, tras la puerta donde habita. Una nada rasgueando su crecimiento, sus cuestiones, su esencia. Esa nada que habita en cada uno de sus sentidos acostumbrándose, retrayéndola. Creando unas manos de guaridas donde la soledad embriaga cada conversación de sus pensamientos, de sus labios ¡Oh, otoño¡ Mujer engendrada en el seno de velatorios. Mujer amortajada cuando la sonoridad de su cuerpo deambula a través del oleaje. Y nada con las ballenas llegadas en su migración por la estación, y nada con peces plateados en la frondosidad de algas y caracolas que cuando llega a la orilla la embelesan. Entonces, los espíritus se forman ante su figura como luz que va, como luz que viene y ella extiende sus manos para acoger de su calidez. Entonces, comienza su baile, un baile donde almas animadas la acogen en el rito perseverante de los años. Ah, mujer, continua con tu danza lenta, haciendo giros en el aire como parte de él. Ah, mujer, todo ha de terminar, la ceguera de tu rumbo se reorientará y no serás mujer de desiertos eviternos ¡Ven¡ ven le dicen las ánimas del bosque , ven con nosotras pero ella desoye, se aísla como soñadora bebiendo del néctar de su verticalidad.




16

Cuando la mañana se evade con la suculencia de una tarde soleada mi alma parece descansar. No sé porqué. Las chicas se han ido a dar un paseo. Cada una de las monjas de esta residencia se recoge en su celda. No me pregunto lo que harán, cada una tendrá sus pecados sobre sus espaldas y el arrepentimiento…Sí, el arrepentimiento  de que sirve sino cuartada para salvarnos de los infiernos. Yo, como atesoraría de todas estas mujeres, mujercitas tengo que guarda las apariencias en esta comunidad. A veces me pregunto si Dios existe. Sí, me lo pregunto con la pena de mi hipocresía ante ellas. Un Dios que nos lleva por veredas difícil de olvidar. Estamos en una sociedad retratada por lo que eres, lo que fuiste, llevamos máscaras, llevamos cargas a veces complicado de guardar. Hay que continuar con esta vida, con esta represión que a veces me petrifica, me asusta. Sí, Dios mío, me temo. Me hacen gracia esas monjas jóvenes. De aquí las escucho despachando un canto, un canto alegre a compás de un viejo piano. En la vida he tenido que afrontar cosas terribles pero nunca me creí capaz de hacer daño. Pienso ahora en Anne, Agatta y Delfina con sus cabezas rasuradas ¿A dónde habrán ido? Imagino que al mismo lugar donde la noche las convoco en la curiosidad. Espero que no hayan descubierto al extraño de la casa en el fondo del bosque ¿Vivirá aun? No sé, su historia es un lamento de este pueblo, un lamento que se calla cuando en la noche de silencio con sus aullidos llama a su esposa. Su muerte tuvo que ser horrorosa para él, su muerte lo ha hecho un ser grotesco, a ras de la monstruosidad de sus actos, de sus maneras. Y pienso, es el amor. El amor que tuvo por aquella mujer, su Marie creo que se llama. Yo no sé si seré igual que él, te escribo aunque sé que solo eres vacío, insonoridad. Pero tu ida no me ha inducido al terror sino a un castigo continuo por pensarte, por escribirte, por conversarte. Nadie me conoce y me reconforta, te dejo amado mío, tal vez cuando muera leas estas cartas. Estas cartas que cada día se esconde en mi fondo, en una gruta imperturbable por quien sea que sea. Escucho la isla, rodeada, limitada por ese gran mar. No es como las extensas e interminables tierras de los continentes donde puedes atravesarlos y desaparecer. Adiós amado mío, ya te dejo , voy a las novicias que cantan y cantan con la alegría de pajarillos emergidos tras la lluvia. Ello me reconforta, me produce una sensación de satisfacción, están contentas. Cierra la puerta de su celda y va hacia la capilla, calma y a la vez preocupada. Abre la puerta y todas callan, las mira. Qué pasa chicas continuar, continuar…me gusta lo que está sonando. Torpes, inquietas, nerviosas, inseguras intentan retomar el canto. Se va por donde ha venido, cuando cierra la puerta se escucha de nuevo la música. Sonríe con la sombra del placer, con el resonar de sus sentidos en el temor que ha creado en toda la residencia. Se encierra de nuevo en su habitación , una habitación con una única ventanilla que da a los exteriores de la residencia, donde el mar se quiebra con sus muros. Se asoma y en la distancia suspira ¿A quién suspirar? ¡OH, el otoño¡ valiente sol que amortigua lo gélido, la amargura de sus rozamientos con nuestros cuerpos.  Saca el bacín y lo arroja a ese océano, sabe que tiene ojeras y hay que disimularlas. No, no me puedo mostrar cansada. Cansada no tiene alas para las pisadas, cansada tiene ojos blancos aguijoneados por granizo, cansada no tiene tiempo para la protección de cada trastorno presente. Me dormiré un rato, hasta que las chicas vuelvan. No creo que exista alguna alarma por este corto tiempo.




17

Toma el sentido de un sueño, de un viento que viene y cabalga como mujer indomable por  la espesura del bosquecillo. La tarde quiere despedirse, ella no quiere…no quiere ser tragada por una gruta donde la luz se apaga sin razón. Desea volar y volar con la vigencia de su cuerpo semidesnudo ante el frío. No le asusta, más bien le gusta, le agrada sentir la acaricia metálica de su corpulencia invisible. Se recrea en una vida de soledades amortiguadas por su videncia. Sí, ve más allá de las sombras, de las almas que la visitan y tratan de animarla para el continuar de su jornada ¡ánimo mujer de la nada¡ ¡ánimo mujer de tempestades¡ ¡ánimo mujer del silencio¡ Ya verás que el mañana será un dulce y reconfortante recreación de tu aliento, de tus palabras ahora encadenadas como bestia extraña en la tumba de tu guarida. Aun eres joven. Aun eres vergel donde las manos se anudan recibiendo la llovizna de la razón. Todavía eres vertical. Todavía eres mujer poseída por la vida…por la vida. Las almas la siguen rodeando, le siguen cantando en una balada fértil, rebozada de esperanza, energética en su tonada.  Retorna donde su memoria la lleva, retorna a su hogar como mujer desvencijada por la vuelta. Se le escucha sollozar, quisiera seguir como mariposa de alas libres, de alas vivientes con la naturaleza a su derredor. Agatta, Anne, Adelfina por un momento se detienen , un flash traspasa sus ojos, una energía que las lleva pensamientos apalancados en lo raro ¡Qué será¡ ¡Qué será¡ se pregunta cada una de ellas. Solo una luz ávida como la brisa fuerte. La casa no la encuentran aún y ello las desespera, el misterio que deposita las cubren de ideas raras. Ideas bosquejando lo impenetrable, lo sumido en un mundo aparte de lo que ellas conocen. Corre y corre esta mujer vestida de arboledas viejas, vestida de un sollozar cuando su puerta se cierra, cuando su puerta encadena a candados infranqueables. A la estrella solar le queda poco , nubes vienen con el viento forzado por el otoño, todo se va haciendo más oscuro en cuestión de minutos. ..Tic-tac, tic-tac..Escuchan un llanto, un llanto que pinta maléficas expresiones del ser humano ¿Una muerte? ¿ Una tumba? No saben ¡Oh, el otoño¡ fiel depredador de la razón, de los pensamientos que pasan frente a nosotros y no nos damos cuenta ¡ Oh, el otoño¡ coro de pinzones viajando donde el frío aminora su ritmo frenético. Almas en pena se sumergen en la profundidad del lodo y todo es callar , solo, conversa el viento…el viento titánico…




18

Y esto es una pausa, una pausa que nos lleva a lo saldado de los labios cuando han besado el océano. Una pausa que nos toma como corrientes de pardelas surcando nuestras emociones. Ella  las ve volar, en ese aire limpio, esa atmósfera solo en la decadencia de unos nubarrones que se aproximan. Y ahí está, en su cueva, la cueva de la mujer ida, de la mujer prisionera bajo cadenas de hierro. Una cueva insospechada, ausente de cualquier colonización de ojos. Sí, de ojos que miran, de ojos que observan, de ojos que examinan, de ojos que la desnuda. Una cueva que a la luz de velas rebosa de libros y libros. Libros depositados cautelosamente por lo desconocido, solo en su cabeza ronda sus pisadas, una tos de hiel. Y ella fiel a su rutina los ha leído, los ha vivido y ha conversado con ellos incluso los huele como aroma nutritivo que la extiende a vivir soñando despierta. Sus temas son variopinto, sus temas los agarra y los hace suyos recreando en su movimiento, en sus palabras sobre paredes imperfectas, húmedas. Sí, como he dicho, esto es una pausa ¿Quién es esta mujer que se entromete en esta narración? Es una mujer solitaria o tal vez es una mujer sibilina, quizás sea una mujer maltratada por los errores de una sociedad. Solo, una mujer, una mujer que danza, que lee y se recrea con sus lecturas y el medio natural. Sabe que no está sola, pero algún castigo cabalga vomitando espadas sobre su espalda. Una espalda que cuando esta erecta y desnuda es bella. Sí, porque es una mujer bella, una mujer bebida por el don de yeguas apresuradas en el sentido de las plumas que caen livianamente, tersamente sobre nuestras manos. Una mujer que habla con espíritus, con los ejes girando de los muertos. Sí, ve el más allá. Lo mira como un pozo profundo donde los ecos de nuestra esencia permanecen intactos en el tiempo, en el espacio que nos rodea. Es más, se pregunta si ella está viva o es una difunta. Se toca, se acaricia, roza con sus yemas las paredes amorfas de la gruta y siente el tacto. Se confunde y a veces no logra entender quien es, que hace aquí. Entra y sale, sale y entra y siempre da al mismo origen de sus interrogantes. Se abre, se cierra….se cierra, se abre. Palpa sus senos, su vello púbico y entiende que es mujer. Una mujer que entra y sale, sale y entra respirando la fragancia de un otoño ¡Oh, el otoño¡ guardas los tesoros tras una puerta de hiedra densa…muy densa y es como si la nada clavara nichos en su corazón. Sí, siente dolor. Un dolor que da impresión que quiere acabar. Presiente, vidente de su mañana, de sus sueños y ello le hace temblar. Un temblor en lo que debe hacer, un temblor secado por sus lágrimas. Oh, mujer te han dejado otro libro. Lo coges y lo saboreas, su olor primero y luego el rocío de su aventuras.




19

La marea rompe por debajo de la cueva. Nunca llega a ella solo salpica su boca con el salitre. Que los aires de estancia en esta vida columpien sirocos evanescidos, vientos idos donde la realidad sea presencia de mis ojos cuyo color desconozco. Oye unos pasos, es la comida que desciende en una cuerda. Ella la coge y la retorna a su lugar. Ya no le importa quién es, sabes que es prisionera de alguien que siente miedo…mucho miedo, sabe es prisionera de una mente desordenada, rondando el desequilibrio.  Un ser que no llega a saber de sus correrías con la madre tierra, que no sospecha de sus entradas y salidas. Ella disimula, calla y solo conversa con sus libros, con su cavilar. Mientras Anne, Agatta y delfine quedan sorprendidas ante la claridad de la jornada, ante el jardín frente ahora de ellas. Gallinas con los pescuezos retorcidos están esparcidas en ese territorio. No comprenden, no llegan a entender a que es debido. Delfina agudiza su lengua , su mente  y es un acto de brujería. Anne y Agatta no salen de su asombro, del ensimismamiento que produce la desagradable, repugnante y la maldad de la acción. No es cosa buena quien vive aquí, se dicen. Las tres aleladas en la congoja no saben qué hacer. Una fuerza las magnetiza y entra en el jardín. Esta vez no piensan tocar la puerta en esa casa desconchada de cristales rotos. Aprovechan que todo es silencio para rodearla. Sabe que su flanco norte da  al acantilado. Un acantilado que saborea la mar tranquila, allí se dirigen. Miran por los cristales rotos y no ven nada, todo es sosiego, calma, oscuridad. Voy a salir, dice la superiora. No sé a la hora que estaré de vuelta pero si aquellas tres vienen tarde decídmelo. Coge su abrigo y se va de la residencia, su paso es seguro como si supiera lo que tiene que hacer, como si supiera donde tiene que ir. Por un momento cierra sus ojos y suspira. Espero que estén bien, se dice para ella misma. No me perdonaría que les ocurriese algo fuera de mis manos. Continúa con la presura del viento que se ha levantado, con la agresividad de poder enfrentarse al todo aunque le cueste la vida. Sé a dónde han ido. Las tres continúan merodeando la casa y de repente un canto, un canto con cierta armonía. Una armonía entendible donde se narraba una leyenda de dos amantes, dos aves de mundos diferentes que concurrían a la isla helada para el calor de sus cuerpos. Aves de dos existencias, enamoradas en su tonada a la naturaleza conjugada con boscajes, desiertos y océanos. Aves que en su final se convirtieron en una sola y al unísona como aves plata aparecían en las noches de luna llena como sombra de esta. Pero de donde, donde venía esa balada bien bella, bien benevolente. Es como si el mar cantará esta melodía que llegaba a sus oídos. Agatta, Anne y Delfina  oían y oían quedando imantadas por esta tonada  melancólica. Sonaba a placer, sonaba a pena, sonaba a soledad, sonaba a pérdida. Rasgada a los vientos nortes, rasgadas a las palabras del océano, rasgada al sentido de su imaginación, así, se sentía ella ¡Oh, el otoño¡ acogido por salvajes vientecillos quebrando los rostros en estáticos cuando su incógnita es reveladora del futuro…




20

Ven algo, algo aparece a través del acantilado. Piensan que un ave, un ave nunca vista por la agilidad y sintonía de sus movimientos. Pero no, sus piernas delgadas sobre la tierra les hace razonar otra cosa, otra existencia antes inaccesible en sus pensamientos en ellas. Guardan silencio, no se mueven en el ritmo de ser cómplices. Sus mentes recrean viejos espíritus que andarían por aquella zona pero, no, es una figura con forma humada. Una figura humana tostada por los rayos solares. No se preguntan quién es, inmediatamente a una velocidad tremenda, desmesurada se dan cuenta que tiene que ver con la casa, con ese viejo hostil. Sin saber porqué a él le tienen miedo, es como si fuera un ser maligno que da viveza a los demonios de ese bosque. La masa sanguinolenta y plumas manchadas inundan el lugar, que conjuro habrá hecho, que creencias se cierne sobre ese hombre para hacer un acto tan atroz, tan desagradable  solo, divisado por las almas del bosquecillo. Algo debe pasar, algo que se ha escapado por sus cabezas para tan horrible escena. De nuevo la fisionomía inmersa en un halo extraño pasa cerca de ellas. No saben cómo actuar, el-ella, ella-el, seguro que las ha visto pero la impertinencia de una tarde que se encoge para da bienvenida a una noche ya próxima la hace cobarde. Ampuam, corre y corre con la velocidad de las gacelas, con el celo de una loba por su territorio, con lo novedosa de esas tres chicas a su paso. No se deja hipnotizar por su quietud, por sus formas como ella, por sus maneras reservada ante la presencia de ella rondándolas. La duda y que las duda ante lo desconocido, ante lo evidente, ante la pena que les espera si vuelven tarde. La noche vuelve, la noche donde las historias alrededor de hogueras se hacen ciertas o quizás no. Todo es rápido, todo sobrepasa los límites de la normalidad. De repente, un grito lastimoso, ¡Marie¡ ¡Marie¡ El viejo , el hombre, el extraño hombre de la casa está o ha despertado y llama como siempre a su Marie. Las chicas escuchan, las chicas cimbran al compás de navajas saboreando sus cuellos. Ampuam, ampuam acelera su ritmo y baja acantilado abajo al escuchar este lamento. Se mete en su gruta y todo es oscuridad, no dice nada, no mira nada, solo escucha y escucha hasta que finalice. Las chicas se alejan, se alejan con los hombros caídos, lentas, como si esperaran algo. Y ¡zas¡ la superiora, la palidez es el remate de sus rostros de ojos sacados de    sus cuencos ¡OH, el otoño¡ agoniza en sus días , se reviste de una bruma inesperada. Aparecidos , aparecidas baldías. Y la superiora las observa ,no con los ojos de la noche anterior, sino con una mirada pacífica, comprensiva. Ellas no se dan cuenta, solo balbucean algo parecido a la palabra perdón. El pánico las aviva para echarlas en el misterio de tocar una puerta donde el viento brutal, diabólico las deja estáticas.






21

Estoy aquí. Sí, aquí , con vosotras. No vengo a imponer algún castigo. Solo es el cansancio de todo estos años. Estamos en un territorio peligroso, yo diría más bien abobinable. Guardad silencio. En esa casa habita el diablo con intenciones mejor no saberlo, un prisionero de su tiempo, de su mujer muerta. Escuchad , escuchad sus alaridos, no son anormales, van más allá de la compresión humana. A medida que la noche se aproxima será más intenso, más aterrador. Por ello he venido, el tiene una hija. Una hija que nunca he visto, solo como dislocada semilla fugaz de su amor por su amor a su mujer, a Marie, que falleció en el parto. Desde entonces se alejo de todo, de todos. Nadie se atreve a pasar por este bosque que da con uno de los acantilados más peligrosos y maligno de la isla. Esto es una isla y todo se sabe. Todos lo saben. Saben de la existencia de esa hija que ahora ves y no ves. No la califico de salvaje, pero tantos años acallados desde su nacimiento a vida normal, a las gentes la vuelto como un animal huyendo de cada trampa, de cada cazador que ha intentado atraparla. Hoy lo intentaremos nosotras, presiento su presencia  cerca de nosotras, nos vigila y examina. Se preguntará quienes somos, quizás nos este escuchando por lo que hay que estar atentas e ir con la precisión de los sentidos. Me miráis desconcertadas, desencajadas, apagadas. Sí, es la historia de una pobre mujer que ha tenido que vivir en el anonimato, fuera de todo tacto con la existencia de sus iguales. No me preguntéis. Ese hombre de la casa lo temen por sus artes en la magia negra como podéis comprobar. Sí, esto es magia negra en cada ritual de sus días hasta la llegada de la noche. La respiración de Agatta, Ane y delfina se agita. Un estremecimiento las captura en una nube borracha de impotencia. Vamos a la costa , aquí estamos en peligro, ella aparecerá. Hagamos como si no la viéramos, como si no la buscásemos y ella nos perseguirá. No sé hasta dónde pero quiero que se dé cuenta de otras vidas, de otras mujeres igual que ella. Solo os pediré un favor que Dios por ello no os condenará, nos bañaremos cuando la medianoche en la playa y después como si nada seguiremos nuestro camino. Es la forma de atraerla más conveniente. Sí, hace frío, pero ante todo hay que terminar con esto y sería grato, esperanzador salvarle la vida. Cualquier día…sí, cualquier día su padre la asesinará. Me entendéis. Sí, la matará como compromiso a su querida Marie muerta ¡oh, el otoño¡ desgarra los vientres de los que se sumergen en agua helada del océano, embellece los rostros cuando todas ven el fin feliz de una incompresible, nefasta, terrorífica historia. ¡Oh, el otoño¡ Un pueblo hundido en la superstición, unas mujeres exaltadas animando a la expulsión de este mal ¡oh, el otoño¡ de vuelta bajo los techos donde los escudos ante el viento impertinente, voraz nos hace trepar y trepar hasta columpiarnos en la cumbre del placer, de la satisfacción, de las diferencias de un mundo que lleva al equilibrio.

Fin


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