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sábado, 2 de noviembre de 2019

A LOS QUE LEEN


A LOS QUE LEEN
SANTIAGO GIL
Leer, cuando se puede elegir leer, es vivir intensamente, no renunciar a ningún segundo y saber que, a pesar de todas las incógnitas y todos los desastres, hay algo que tiene sentido, que unos símbolos, cuando se ordenan y navegan entre las emociones y los pálpitos que discurren por nuestros adentros, pueden cambiar el estado de ánimo, la percepción de lo que nos rodea y hasta nuestro propio destino. Hay muchos seres humanos que no han podido leer nunca, o que ya se fueron sin haber leído, por no haber podido acceder a la educación y a la cultura; por eso, los que sí han tenido esa suerte y no la aprovechan, están desterrando una ocasión única de ser más felices y de honrar a todos los que un día nos regalaron argumentos para que todo este galimatías de la existencia se confunda con un paraíso habitable.


«Allen va engarzando metaliterariamente referencia de autores, de cuentos, de novelas»
Jonathan Allen ha publicado con Ediciones Idea su última novela con un título de los que logran detenerte entre las novedades de una librería: A los que leen. La portada, además, cuenta con un dibujo prodigioso del pintor Iasen Sokolov, una imagen que ayuda a entender un poco más la bendita enfermedad de los letraheridos. «A los doce años se estableció entre Gustavo Hernández y los libros una relación única». Así se presenta ese letraherido al que seguimos los pasos por Las Palmas de Gran Canaria o Buenos Aires en una novela que no deja lugar para la tregua. Allen va engarzando metaliterariamente referencias de autores, de cuentos, de novelas y de búsquedas en donde, una y otra vez, se cruzan las sombras de Borges y de Kafka: «Empezó a leerlo siendo un joven de veinte años, allá en Europa, cuando su familia vivía en Ginebra. Kafka lleva cuatro décadas dentro de él. Los grandes escritores conviven con ellos, conversan con ellos, los evocan, los hacen símbolos, ven sus textos como imágenes que contemplan y, aunque esas imágenes se hagan difusas, siempre retornan». Creo que pocas veces se puede encontrar una definición mejor de las confluencias literarias como esa que plantea uno de los personajes de la novela cuando relaciona a Borges con Kafka, porque de alguna manera todos leemos a los escritores que han leído otros escritores antes, bebemos de sus tradiciones sin saber que estamos leyendo la inmensa biblioteca, vital y literaria, de quien escribe. Somos la suma de todas las vidas que nos precedieron, y llevamos sus cargas genéticas, sus memorias y sus atavismos: también en literatura, sobre todo en literatura, donde siempre se nos están contando historias similares con palabras diferentes: las pasiones humanas, el enigma de todas las llegadas, la incomprensión, la alegría desbordante de los enamoramientos, lo cotidiano, que al final es siempre lo más grandioso, y esa sensación que nos lleva de lo mundano a lo divino tantas veces en tan poco tiempo.

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