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domingo, 6 de octubre de 2019

LAS MAREAS DEL AYER(NARRATIVA) 2 PARTE


LAS MAREAS DEL AYER(NARRATIVA) 2 PARTE
DUNIA SANCHEZ
Las pesadillas atacan a Luam. Tanto, que casi se siente ahogar. No puede casi respirar, su corazón como su cuerpo parece que se para. Se desquita de las sábanas sucias que aun le olían a él y de nuevo se ducha. Después se mira al espejo, solo ve el reflejo de un cuerpo en decadencia. Su mente está extasiada de remordimiento por haber sido convencida por un rufián. El invierno hace más hincapié en ella. Está esperando con desesperación que amaneciera y así cruzar el océano para volver a su tierra. Seguro que esas vacaciones navideñas le ayudarán al olvidar.


**
    Anne y Gueda ascienden por ese monte sin saber bien a donde se dirigen. El caballo las orienta. Cuando ya hubo desaparecida esa masa arbórea  suspiran y ponen sus ojos fijos en la cima. Esa cima donde la anciana vive.  El viento es silbo estremecedor, por lo que aunque no estuviera nevando la nieve de los pinares se desploma encima de ellas. Al caballo le cuesta andar, ante ello, se bajan y hundiendo sus piernas en la nieve caminan como puedan. No dicen palabra, tienen que poner todas sus fuerzas en llegar. Aliviadas se quedan cuando los pinares desaparecen y ante ellas nace una luz nítida que viene de la cueva donde vive la anciana.
-Ahí esta la cueva- espeta Anne con su mano levantada en dirección de la cueva
- Menos mal Anne. Ya casi no puedo más. Este tiempo es terrible.
   En su avance lento y palabras inexistente por la intensidad del viento llegan a la puerta. Ya casi sin aliento, extasiadas.
    Anne toca en la madera dura y gruesa. Nadie contesta pero insiste. Y nada. Por un instante el viento se casa con el sosiego y sienten pasos detrás de ella.
-Anne. Tengo miedo. Algo está detrás de nosotras ¿Será él?
-Qué dices Gueda. La noche es oscura y tenebrosa dudo que hasta los difuntos salgan- dice Anne, aunque ella sentía aquellos ruidos también.
A la par se vuelven. No ven nada.
- ¿Qué paso muchachas?
    Una voz ronca y clara se aproxima detrás de ellas. El impacto en sus corazones les proporciona  pánico a ambas. No se mueven, se han quedado paralizadas.
-No os asustéis. Soy yo. Viraos. Os esperaba.
   La calma lentamente vuelve en las dos cuando se dieron cuenta de la anciana. Se giran y se encuentran con una encorvada mujer vestida de negro apoyada en un bastón y bajo el brazo leña.
-Hace frío y se me ha acabado la leña. Mientras os esperaba he ido a buscarla. Venga pasemos que aquí fuera os vais a helar.  Venga pasad, pasad. No os quedéis ahí.
      Anne quiere ofrecerle ayuda con la leña pero piensa que  mejor  no, que sería una impertinencia y a la anciana le sentaría mal. Abre la puerta. Una puerta que chirria a medida que ellas van recibiendo más luz del interior.  Pasan y una atmósfera acogedora  y cálida impacta en el rostro de Anne y Gueda.
-Señora. ¿Cómo se encuentra?
    Anne enseguida se da cuenta de que comete un error. La anciana no le iba a contestar esa pregunta. Es digna y vertical.
-Pónganse cómodas. Sabéis, la noche es espuma sólida donde las almas no descansan y sobre todo de aquellos que no fueron perdón de sus pecados o de aquellos que abogan por el amor de sus seres queridos.  ¿Son molestosos verdad? Vienen con sus cadenas tórridas que nos empuja a un acantilado percibiendo el lado oscuro de la realidad. Por cierto quien de vosotras ha sido arrastrada por un espectro vagabundo.
     Se sientan alrededor de una mesa redonda. La cueva está decorada de máscaras seguramente echas por ella y un sin fin de hierbas que le da al ambiente un olor especial. La anciana en el centro de la mesa enciende una vela y pasa su mano por la tez de la dos mujeres.
-¿No os preocupéis?
      Después de mirarlas fijamente durante unos minutos se levanta. Trae a la mesa dos nueces vacías y unas hierbas. Con un juramento va mezclando las hierbas en un mortero a medida que escupe y las introdujo en las nueces. Cuando hubo terminado hace dos especies de collares con las nueces y se los ofreció. Ellas se ponen aquel talismán que sirve de sable ante todos los males como le explica la anciana.
-          Aquí tenéis. Esta pieza elaborada por mí y con ayuda de espíritus benevolentes será vuestro escudo. Os sienta bien. No le digáis nada a nadie. Es un secreto. Sobretodo para aquellos que tienen fe en el amor eterno.
-          Gracias- dice Gueda.
-          No hay nada que agradecer mujer. Ya sabéis. Esto repele cualquier alma errante. Ya os podéis ir, pero, antes de partir, os haré una proposición. No me miréis con esos ojos tan bellos de asombro. Pasar aquí la noche. Esa albina gravilla fina es traicionera y podéis accidentaros. Aquí estaréis seguras y, además, acompañaréis a esta anciana que es tripulante de la soledad ¡ Mis días son tan monótonos sin ellos¡
-          Si, como no.
      Salen de esa habitación que da un aire fúnebre y entran en otra. Esta es como una especie de salón: con sus paredes pintadas de blanco, una alfombra en el suelo de piedra y cojines esparcidos. La anciana las invita a tomar asiento. Ella también se suma a ese círculo que forman Gueda y Anne en el baile de la noche fría.
 **
     Liam y la profesora forman unos lazos de amor infinitos. Un amor que los atempera con la dulce acaricia de sus labios del blanco edredón a ras de la tierra. Poco a poco se sumergen en esa laguna de los libros de esos países exóticos que tanto le gusta la profesora. A ella le encanta leer en voz alta esas leyendas de antaño a medida que Liam , hipnotizado, hace un esbozo en como podrían ser aquellos pueblos. Esos dibujos después se los enseña a ella. Y, ella, maravillada por su arte le da un beso en la frente. Un beso en la frente que  corre hasta su cuello y de su cuello a su pecho y de ahí, hacen el amor como aves en el aire del ensueño.
-Me quieres- dice ella mientras le besaba su vientre.
- Si. Te quiero. Eres ese coro de orquídeas que nacen en invierno. Me estimulas. Me haces sentir feliz en este mundo donde la desgracia de mi madre aprieta.
- Oh, amor. Tu tono de voz es como esos aferrados al halo de la primavera. Te veo distinto, sabes. Más maduro.
           Liam se queda asombrado por esas palabras “más maduro”. El se nota su cambio, ya no es un jovenzuelo que va a la caza de lo excéntrico. Se siente más calmado, más hombre derecho con sus pensamientos vagando en su futuro, en el de su familia y en ese amor.
- Liam. ¿Qué te ocurre? Te has quedado muy pensativo. Ya se de lo muy mal que te debes sentir por lo de tu madre. Pero, ya verás, todo pasará.
    De repente ella le da un beso en la nariz y se sienta sobre su pecho desnudo.
- Liam. Quiero decirte algo.
- Si, dime. ¿Qué es lo que me vas a decir? Te encuentro extraña.
- Porque no nos casamos en primavera. Esa primavera donde el bosque parece encantado por las flores que engendra.
 Liam se queda sin aire. Da un brinco que hace que la profesora se levante.
-¡Casarnos¡ Soy pobre además seríamos el hazmerreír del pueblo. ¡Qué dirían¡ Nos marginarían. Nos mirarían…No se como nos mirarían, ni quiero saberlo. ¿Cómo se te ocurre…?
- Estoy hablando en serio Liam. El dinero no es problema ya verás que de tengas una responsabilidad ya conseguirás trabajo. Y, lo que opine la gente , me importa un bledo. Déjalos que hablen si se divierten. Los enamorados somos tú y yo. A quien le importa nuestro amor. Solo a ti y a mí. No puedes vivir pensando el que dirán ¡Qué mas el que dirán si somos felices¡ Ya se acostumbrarán. Abrázame.
  Se abrasan con la libertad de un beso, rompiendo todas esas cadenas del que dirán.  Liam en sus adentro es árbol que nace. Se siente seguro, recto. Por que no casarse si quería a esa mujer. Sabe que el apoyo de todos los del pueblo no lo conseguirá, pero siempre habrá alguien que le abrirá las puertas. Solo es cuestión de probar y haber lo que pasa. Está tan dichoso con ese amor…
**
     La anciana las mira, desenterrando así todas esas punzadas de mugre que poseen Anne y Gueda. Ellas no lo sospechan. Están maravilladas por las pinturas impregnadas en las paredes. Pinturas que la anciana había realizado con unas suaves pinceladas cuando el arte es llamado por la soledad. En su arte se nota la influencia de la naturaleza que giraba alrededor de ella y la muerte de sus seres queridos. Una combinación que da lugar a unos símbolos que para la anciana tenía mucho que decir.
-          Os lleváis muy bien por lo que puedo ver.  Noto ese trabajo en común en vuestro mañana. Quizás, montañas de flores que prenderéis para  agazapar de la buenaventura. Seguid así.
-          ¡Trabajar juntas¡- entona Anne asombrada – No lo hemos ni pensado. Por ahora lo que hacemos es acompañarnos cuando algún problema llama a nuestra puerta.
   La anciana se levanta y se dirige a donde están ellas sentadas.
- Dejadme un sitio entre vosotras que hace tiempo no soy calidez del ser humano.
Anne y Gueda  se dividen   para que la anciana cayera entre ellas.
 - Gracias  muchachas mías.  Sí, si os uniréis. Porque os necesitareis   con el paso de las  estaciones. Aquí  arriba el dinero no es fuente para  la existencia, pero allá abajo si es necesaria para el logro de vuestros sueños, para pasar la vida sin necesidad.
-No es que quiera meterme en su vida. Pero debería bajar al pueblo a vivir. Aquí está tan apartada de todo. Podría sucederle algo- dice Anne preocupada.
- ¿Para qué? He perdido un hijo por un voraz traidor, he perdido un marido por valiente. ¿Qué me queda? No. Al pueblo no iré. Aquí tengo todo lo que necesito. El rememorar cada instante aquellos de que me quisieron.
- Y, si se pone enferma.
- No. No me pondré enferma. Yo lo se. Como se afronta la vida cara a cara hay que afrontar la muerte  y cuando me llegue  me llegó. No temo a ninguna de las dos, ni la enfermedad ni la muerte. Mi mente será capaz de atravesar cualquier obstáculo. Pero, venga, venga. No os preocupéis por mí.  Para que, he perdido un hijo por el voraz traidor. He perdido un marido por él querer salvarnos de aquella fiebre, que más puedo querer. Aquí están todos sus recuerdos.  Viene a mí ese  día cuando en la albura del amor éramos fluir de estas paredes después de los primeros rayos solares, acudíamos a nuestras tierras, donde el arar y el cultivar era rito de todos nuestros despertares con el desprender de esas cabras por las laderas al compás de nuestros silbidos.  Ese día, impredeciblemente, una fiebre malévola ataco a al pueblo. De silbido a silbido iban pasándose la infortunada noticia a cada uno de los vecinos de este lugar.  Mi hijo y él bajaron al pueblo a prestar ayuda pero, aquello, fue nefasto para ellos, fueron contagiados, encerrándolos en fosas eternas y, así, apartándolos de mi vida. Me trajeron sus cuerpos: sudorosos, fríos. Mis acaricias quedaron desterradas, no sirvieron de nada a igual que mis infusiones y cáscaras de nueces para desorientar esos espíritus malignos que querían llevárselos de mi lado.  Pero, dejemos mi vida, la oscura y airada noche está dando paso al amanecer. Os veo tan cansadas. ¿Queréis una infusión? No os podéis negar, ella os reanimará y hará bien para vuestro largo camino. 
  Anne y Gueda asienten. La anciana se levanta de entre ellas y sibilina sale de aquel habitáculo para ir a su cocina. Allí, con el prender de la leña hace hervir el agua en una especie de tetera. Poleo e hinojo le pone y vuelve de nuevo a donde ellas se encuentran.  En tazas de barro se sirven y con la calma que ofrece la anciana sorbo a sorbo se la van bebiendo.
**
      Como se divierten Liam y la profesora. Se visten con sus ropas de invierno y salen afuera para dejar que la tierna nieve les cayera encima. Corren, saltan: dos golondrinas en su círculo de amor en el amanecer.
**
      Luam se levanta con la lluvia de jazmines helados impactando sobre la ventana de su cuarto.  Está algo renovada después de de la tempestad de pesadillas de la noche. Se viste, termina de preparar su maleta y baja al  comedor. El desayuno le espera y con el esos dos hombres que había conocido el primer día. Allí está Bautista recitando un poema. Luam al principio se siente un poco tímida al entrar pero, Sebastián le hizo señas y paso.
    Oh dulce flor de mis inviernos
Soy invernar en la penumbra azul
De los casquetes polares de tu cuerpo
Cuando ese despertar no es  clamor de tú pletórico beso
El beso de un enamorado
En el alba ígneo  decayendo entre tinieblas
¡Qué desafortunado soy ¡
Como   marginado amante de tus bellezas
¡Oh amada mía!
Ayer me amaste con álgida acaricia
Hoy eres regimiento de puñales
Sonámbulas en mi corazón
    Así termina Bautista sus versos, con la emoción de Luam y la ira de Sebastián que no se corta para insultarlo, para escupir en su cara lo que el siente.
-          Sabes Bautista. Estoy harto de tu poesía. Búscate a otro al que puedas encauzar por el río que tú suenas.
     Al terminar sus insultos Sebastian se levanta bruscamente de la silla y se va dando un portazo tras de ellos. Luam entonces sospecha, sospecha de eso que le decían en el colegió de los amantes del mismo sexo. Ella se le antoja la escena algo cómica: esos hombres con esas corpulencias, con ningún rasgo que los defina que son así.   Luam se sentó frente a Bautista como siempre, como si nada hubiese pasado.
-¡Que desgraciado soy señorita¡ ¡Qué desgraciado¡ Siempre terminamos así cuando le recito un poema. ¿Qué hago yo ahora? Yo sin el soy gaviota a ras de la nieve ¡Si¡, la nieve. Tan fría, tan distante. Dividirme en dos. Eso es. Tener una especie de doble personalidad. Una para mi intimidad  cuando estoy solo y otra para él. ¡Qué frío hace¡ No lo nota. Desayuna, desayuna muchacha. Yo ya me voy.  Que tengas una feliz navidad querida. Por cierto, no te fíes del amor. A veces, es veneno que apresa tu alma.
     Luam se queda sola en el salón. Desayuna pausadamente. El hecho anteriormente ocurrido no le afecta para nada es más, parece que le está cogiendo cariño a esa pareja. Al terminar sube a su habitación para echarle una ojeada a todo antes de ver sus notas en la universidad. Fuera de la pensión la nieve se expande por todas las calles. Se encuentra a Sebastián sentado sobre ella y apoyando su espalda al edificio. Ello le produjo una gran lástima. Verlo así, arrinconado, con sus manos rodeando las rodillas y su cabeza en el hueco que dejaba.
-          Sebastián.
Entona Luam impresionada pero, él, no contesta a su primer intento.
-          Sebastián. Hombre. Contéstame.
   Entonces, Sebastián levanta la cabeza y sus pupilas se cruzan con las de Luam.
-¿Qué quieres muchacha?
Contesta con el amargo pesar que se cierne sobre su rostro y la pesadez de las lágrimas.
-Levántate hombre. Se te van a helar los huesos. Te va a sobrevenir una enfermedad.
Ante las palabras de Luam Sebastián se muestra indiferente volviendo a su posición original. Luam no puede dejarlo así, algo la carcome por dentro. Un especie de remordimiento que va introduciéndose por cada uno de sus poros y pensamientos. ¡Qué será de este hombre¡, se decía, si lo dejo así. Por lo que insiste.
-          Vamos hombre. Levántate. Por que no me acompañas a la universidad. Yo también me siento un poquito como tú, engañada, parece que una espina se me clava. Venga, anímate.
      Luam se arrodilla y toca sus manos heladas transmitiéndole todo ese calor que ella posee.
-          Venga, Sebastián. ¿Vamos?
       Sebastián ante esas palabras de empuje se pone de pie sin dejar las manos de Luam.
-Luam. Me siento tan triste. Pero, caminemos, caminemos.  Existe tal apatía en mí que hace caer en pozo de llantos.
Luam escucha sus palabras, escucha su interior. Su cavilar busca algún remedió para alejarlo de esa pena.
- Oye Sebastián,  ¿qué sabes del señor que vive en frente de mí? Nunca lo he visto y mira que me he puesto a mirar por la mirilla en mis ratos de aburrimiento. Pero nada, como si no existiera.
-Si. Te contestaré a ello aunque mis lunas están cegadas de tanto llanto en el día de hoy.  Es un hombre mayor el que ocupa esa habitación. Un usurero, mejor dicho. Dice la dueña de la pensión que tiene cantidad de dinero y que guarda en su cuarto. Lo único que hace es vigilar sus billetes y se ha vuelto tan huraño que ya no sale de su nido por si le roban. Su mezquindad lo ha llevado a la enfermedad. No se deja ver por nadie solo, cuando tiene que hacer el pago. Ella espera un día su muerte, ya está achacoso y , así, quitarle todo lo que él posee y poder vivir una vida más tranquila. Comprarse una casa apartada del mundanal ruido de la ciudad y dejar la pensión. Esto, no se lo digas a nadie Luam.
 Luam no sale de su asombro ante la historia contada por Sebastián. Le disgusta esa persona que vive frente a ella pero, también, no le agrada que la dueña de la pensión quiera quedarse con todos sus ahorros.
-          Bueno, para sincerarme. Ella a mi no me lo ha dicho directamente. Se lo he escuchado en esos días de bronca con él. Por lo que le he entendido a ella le da rabia la miseria de la pensión y que ese hombre tenga sus paredes bañadas en oro. Secreto Luam, eh.
-          Si, Sebastián.
Llegan al edificio de la universidad. Sin más se hace silencio entre ellos. Luam por dentro está cimbrando, parece que sus piernas no quieren avanzar pero con Sebastián se encuentra más segura. Cada escalón que sube es similar a llevar dos botas de hierro para ella.
-          Luam, te encuentro pálida. ¿Qué te ocurre?
-          Serán las notas.
-          Mira, la vida hay que mirarla cara a cara. No dejes que unas simples notas te encharquen tu hermosura. Se valiente.
Ya frente las notas los ojos de Luam parecen que se eclipsan, solo ve  hojas blancas con líneas negras, llantos y alegrías de otros estudiantes. Sebastián no le dice nada, deja que ella se recupere para que dé el paso.  Luam ataca, se decide. Después de mirar y mirar sus mejillas suben a un carmín y una felicidad incontenible. Sebastián lo capta con celeridad.
-          Felicidades Luam. El aprobar es un esfuerzo de superación a si mismo. Tú lo has conseguido además, en los primeros meses. Esto implica que un futuro enriquecido te llama. ¡Atrápalo¡ Ya has dado el primer paso.
**
     El cura de un sobresalto se levanta de la cama, un estruendo atroz siente en la Iglesia.  Sus ojos se desorbitan al comprobar que una de las ábsides, donde está la capilla, fue derrumbe. Se lleva sus manos a la cabeza y se tiro al suelo, no se lo podía creer, una nieve malévola  era asesina de ese techo con ciento de años de antigüedad.
-          ¡Dios¡ ¡Dios¡ ¿Por qué me haces esto a mi? Esta casa de Dios está edificada por nuestros antepasados en tú nombre. Ahora la calcinas con ese polvo blanco hasta su destrucción. ¡Dime¡ Dime que hago yo ahora. ¡Yo¡ Yo donde el predicar de tu nombre es diario. ¡Yo¡ Yo que no he faltado a ninguno de tus mandamientos. Me abandonas y dejas en manos de un destino cruel tu hogar, mi hogar.
El cura se levanta. Vuelve a su dormitorio. Se pone sus vestimentas  y sale veloz hasta la casa del doctor.
           El doctor, que en esos momentos se encuentra leyendo, oye un toque desesperado. Baja escaleras abajo con la rapidez de sus pensamientos, ¿habrá pasado otra desgracia, otra muerte? No. Su cavilar quiere dar negativo a esa idea. Abre la puerta.
-          ¡Qué horror¡ ¡Qué horror doctor¡ Una parte del techo de la iglesia se ha derrumbado. Siento que la iglesia se muere y yo con ella. ¡No puede ser doctor¡ Es el símbolo del pueblo. Toda la historia del pueblo se cobija en ella. ¡Vamos¡ ¡Vamos doctor¡
-          Tranquilícese señor cura. Deje que coja mi abrigo.
 El doctor tras coger su abrigo se dirige con el cura hasta el lugar del suceso.
-          Hombre. La cosa no es para tanto. Ya verá que entre los hombres del pueblo este lugar volverá a sonreír y, usted, también. Vamos, vamos que en mi casa le haré un buen café para que vea las cosas con mayor claridad.
-          Entonces. Usted creé que….
-          Si, señor cura. Todo quedará como antes.
**
      Luam y Sebastián salen contentos de la universidad e hacen el mismo recorrido para la vuelta a la pensión. Luam percibe que a medida que sus pasos los alejan de aquel recinto a Sebastián arrumba de nuevo por la melancolía. Edificios sucios son mestizaje con la nieve  y el silencio se intercambia entre ellos. Llegan a la pensión y cada uno casi, sin despedirse, se va a su habitación, en el comedor se verán de nuevo a la hora del almuerzo.  Ese almuerzo que será especial, Luam se tiene que despedir de sus nuevos amigos.  Una vez terminado de recoger sus objetos personales baja al comedor. Bautista y la dueña de la pensión ya están sentados. Se extraña de que Sebastián  no estuviera, pero no dice nada. Se sienta en su sitio.
-Buenas tardes Luam- entona Bautista con una ferviente sonrisa. Una sonrisa relacionada con lo pasado en la mañana, como si todo se hubiera aniquilado. Está elegantemente vestido, con un traje negro y el pelo hacía atrás por la gomina.
-Buenas tardes Luam- dice también la dueña de la pensión- ¿Cómo estas muchacha? Hoy es el día en que partirás a ese lugar donde las estrellas en la noche son pureza cristalina de esa cúpula celestial.
- Buenas tardes a los dos. Sí, hoy estoy contenta. Otra vez veré esos arroyuelos de mi tierra y el blancor puro de la nieve y , como no , a mis seres queridos. En lugar de andar entre cemento andaré de nuevo por unas semanas, por la naturalidad de sus pastos y de sus montes .¡Lo hecho tanto de menos…¡
- Un brindis Luam antes de empezar a comer.
      Todos levantan sus respectivas copas hasta lo más alto e impactan suavemente. Comienzan a comer. Luam se halla algo apagada por la ausencia de Sebastián. No está ese hombre tristón. ¿Qué le pasará? ¿No había echo las pases con Bautista? ¿Otra vez se encontraba en el mundo de la desdicha ¿, piensa Luam . Al acabar, como siempre, Luam sube a su habitación, atenta de que el inquilino de al frente saliera. Pero, nada, ni rastro de vida. Coge su equipaje y se va. Otra vez, Sebastián, está fuera de la pensión.
-        Sebastián, Sebastián. Oh, pobre Sebastián. Pero, que haces otra vez aquí.
-        Sabes pequeña. Estoy aquí sentado porque mis sueños han sido aplastados. Luam escúchame.
Se hizo un silencio y después Sebastián recita un poema.
                El águila de mis oteros rechaza estos nardos
Conquistados por el lustre de mi mistral para su belleza.
El águila de mi cuero es luna hueca
Donde el helar de mi júbilo
Es briznar  con las brasas de sus oscuridades.
Yo lo ame,
Como aquel amante de mis juegos primaverales,
Donde el jugo de los claveles son magia de las nieves,
Ellos renacen cuando su candor aclimata este adormecer
Sobre su pecho de bronce boscoso.
El, el más querido por los timbales de mis océanos
Ahora me desmemoriza de sus acaricias
Con esas olas someras acosando el germinar de mi paraíso
¡El paraíso laguna de dos aves tropicales¡
Que triste es hoy mi oda querida amiga,
Que triste son estas notas
Sobre casquetes incendiados.
No se si ser de nuevo golondrina sobria
En la deidad de su aroma
O ser espaldas de su atuendo de azucenas,
Cuarzo de mi pureza
Y volar, volar por el olvido.
    A Luam le salen algunas lágrimas ante aquel poema, unas lágrimas que también son acompañadas por ver a ese hombre de la misma forma que en la mañana. Luam se aproxima a él y desenriza palabras de ánimo.
- Vamos Sebastián. Que tu poesía en bien hermosa y me llena de nostalgia. Una nostalgia extraña. No me preguntes. Prefiero guárdamelo para mi el tipo de nostalgia. Levántate y acompáñame hasta el puerto No te puedes quedar ahí amigo mío.
Sebastián la miro, la miro con esa distancia de herido amor. Se levantó y le hablo aturdido.
-        No Luam. No puedo irme y dejar aquí ese gavilán de mis pasadizos del amor. Tal vez, de un momento a otro, su sombra corra otra vez por mis venas y volvamos a nuestro culto al amor. Date cuenta en la época que estamos. Todo se perdona. Yo a él lo quiero y se que él también me quiere a mi. Ya se le pasará.
Luam comprende sus palabras. Ella no sabe nada de ellos, de esa relación añeja. Sebastián la convence de que aquella tempestad pasaría.
-        Vale. Te dejo. Que pases unas felices fiestas.
Entonces Sebastián se levanta y coge su maleta.
-        Qué haces Sebastián. Nada, te acompaño al muelle.
 Sebastián lleva a Luam hasta su coche y , allí , la invita a subirse.  Sebastián conduce acelerado, como si se supiera de memoria todos los semáforos, los pasos de peatones y los coches con los que se iba a cruzar. Los sudores de Luam son desesperantes, no había visto conducir a nadie tan rápido pero, menos mal, pronto, llegan al muelle.

**
   Anne y Gueda sorben de esa infusión como estimulante de la vida ¡La vida¡ Esa que nos retuerce y nos hace andar de nuevo. La anciana está encantada, en sus ojillos se vislumbra una brisa de felicidad.
- ¿Cómo estará esa hija mía?- los pensamientos de Anne se alinea en alta voz. Una voz que suena a nostalgia.
- Suerte tienes tú, querida mía. El mío bajo tierra no podrá nunca abrazarme. ¡Abrazarme¡ Oh , su calor , su aroma…- suspira la anciana – Mi jubilo de cuando lo veía para atrás y para delante es ahora hojarasca. Soy mujer invierno, este invierno que ahora nos azota y con el puedo escuchar la profundidad de su voces. Le escucho decir cuentos, aquellos cuentos que yo le contaba cuando era pequeño y yo le respondo. Como era el final madre. Anda cuéntame el final y, yo, se lo cuento. Aquí en mi intimidad, en mi soledad. ¡Mi hijo¡ Un llanto sale de mi alma, un llanto que nadie comprende.
     Anne ante aquellas palabras se siente arrepentida por el error que ha cometido. No tuvo que nombrar a su hija. La anciana suspira. La anciana llora por dentro. Se hace un silenció súbito que incomoda a Anne.
-          Lo siento. Siento haber sido navaja que toca las heridas que posees. Quizás, no tenía que haber dicho nada. ¡Me culpo¡ De haber tenido un mal comportamiento ante tu hospitalidad. Es imperdonable para mí.
-          No. Tú no has tenido la culpa. No te atormentes por haberme motivado algún recuerdo. Yo siempre lo recuerdo. Ahora, lo que siento, es paz y sosiego. Esta pena que llevo en mi interior me lleva a ello.
-          Bueno, nos tenemos que ir- dice con cierta   tristeza Anne.
  Mientras ellas desatan el caballo la anciana les narra una historia que implica su vida.
- Sabéis mujeres. Existió una vez un pueblo. Un pueblo frondoso. Donde sus montes eran esplendor con el cotidiano fluir del río y la lluvia. Donde la siembra era paisaje bello para aquellos que vivían en lugar. Siempre tan  exuberante. Siempre subsistencia a sus vidas, a la felicidad de aquellos lugareños. Era un lugar su vida era extática, de aguas doradas cuando el ocaso era anuncio, de aguas cristalinas cuando esa bola de fuego era bandera ondeando en lo más alto. Todos madrugaban. Los gallos los erguía para el continuar de sus labores. Había que aprovechar las primeras horas de la mañana donde eran presos de sus arados, de sus recolecciones, del ir y venir del mercado para dejar sus mercancías.  Sí, había que aprovecharse de la fresca. Es decir, llevaban una vida placentera vinculada en ese valle que los apartaba de la mundanal ciudad y todo lo que ella conlleva: prisas, horas marcadas, contaminación. Allí, no se conocía a algún lugareño que llevara reloj.  Pero llego ese día. Ese día en que la sequía se fue tragando sueño por sueño. Pereciendo cada parcela, marchitándose todo. El río, no quiso entonces ser más nutriente de aquellas tierras, de aquellas gentes.  El también se estaba secando. Tanto, que fue pesadumbre de su trinar diario al no sentir el agua de la vida sobre su cuerpo.  Entonces, decidme muchachas, que hacer cuando aquello es felicidad de vuestras vida, se pierde. Podían irse. Pero, ¿a dónde? No tenían a donde ir y además estaban muy arraigados aquella tierra.  Por ello, un día, todo aquella gente se reunieron en ese lugar donde el río tenía gemido más grave. Comenzaron a excavar. A excavar el río  con el gran amor que sentían. Quería que él también fuera sepultura de ellos. El río al notar aquello les hablo “Gracias amigos míos. Gracias por cavar en mí vuestra sepultura. Pero yo no quiero ser fosa común. Queréis morir conmigo. Pero, yo, aún no he muerto, aún soy sol de vuestro fruto, aún soy vena que a través de la luna llena correteará  por vuestros campos.  Esperar que ella llegue. Ya veréis que de mí corazón latirá de nuevo y seré agua de vuestras acequias para que riegue vuestras tierras. No os enterréis. Esperar, esperar el despertar de la luna.”. Todos se quedaron quietos, inmóviles ante las palabras del río pero, después, continuaron, querían terminar aquella tumba que llamaban la gruta del río.
       La anciana acaba ahí el cuento, tal vez, porque ella se siente así por la pérdida de sus seres queridos. Anne no se queda conforme, antes de partir con Gueda quiere saber el final.
- Y que paso. Se enterraron vivos ellos.
La anciana se quedó pensativa en si le contesta pero, al final, sigue narrando.
-          No. No murieron por poco. Cuando ya estaban dentro de aquella gruta de las paredes comenzó a salir agua. Agua que parecía un milagro para aquellas gentes que ya estaban casi deterioradas, muriéndose de hambre y sed. Con sus pocas fuerzas se levantaron y salieron a fuera. Comprobaron que tal como les había dicho el río llovería en noche de luna llena. Adiós chicas. Que tengáis buen viaje.
Se despiden con un fuerte abrazo, un abrazo que acaricia la gran amistad, la complicidad. Toman al caballo de las riendas  y comienzan a descender. Todo aquel paraje con las luces del día goza de un gran esplendor, de silencio,  la mezcolanza entre lo verde y el puro alba de la nieve con algún pájaro de la cumbre revoloteando al ritmo de sus pasos.
–        Hoy me siento mejor ....- dice Gueda en su descenso.
     El pájaro de la cumbre las acompaña hasta ese lugar donde los pinares se extinguen y pasan a un boscaje más tupido. Otra naturaleza fundiéndose con viñatigos y verodes que hacen desaparecer la pinocha tapada por ese manto blanquecino.
   En ese instante, allá, en el pueblo, todos rápidamente se han levantado al sentir el grito de la campana de la iglesia. Ya la iglesia está siendo reparada bajo la batuta del cura. El médico, aunque, aquella situación era delicada, piensa en su amada. No la había visto y le era raro que no hubiese acudido al pueblo con la llamada de las  campanas. Sabía que hoy tienen que recoger a su hija pero el quiere verla antes íntimamente.” ¿Cómo estará Anne? Hace un día que no la veo y mi corazón parece que muere. Por qué yo. Siempre yo, tengo hacerme cargo de lo que ocurra en este pueblo”, pensaba él. Mientras las horas pasan, se halla más desesperado, más caótico ante las órdenes del cura por lo que coge un martillo y comienza a trabajar con los demás.
**
      Liam con el dilema de porque habrán sonado las campanas más aquella boda que quiere la profesora se dirige a su casa. ¡Como se lo dirá a su padre¡, que pensará de ese enlace tan precoz con una mujer mucho más mayor que él . Tiene miedo pero al mismo instante desea destapar ese amor oculto.
- Hola padre- dice Liam cuando entra en su casa.
- Que pasa hijo. Hoy llegas más tarde de lo normal. No se. No se. De la fuente de tus ojos se mana un misterio. Dime, ¿qué es lo que te pasa?
     Liam se acerca a su padre. El se halla junto a su madre por lo que coge un banco para sentarse frente ellos. Comienza a respirar hondo. Se hacen unos instantes de silencio para después arrojar todo lo que tiene tramado en su mente.
- Padre, en la primavera me voy a casar. Si, en esa estación cuando la nieve se retira y de nuevo renacerán las flores y las aves.
          El padre al principio no entiende lo que su hijo dice. Se levanta y le da la espalda apoyando sus manos contra la pared.
- Casarte. ¿Has dicho casarte, no? Con quien. Tal vez, con la profesora. ¡Es ella¡ Dímelo, porque Luam no puede ser.- su voz es dolida, no entiende la relación de su hijo con aquella mujer.
-Si padre. Es con ella. Yo la quiero. Me ha enseñado el por qué somos hombres, el por qué somos felices por poca cosa. Si la felicidad. Me siento feliz. Ella es mi amor. A lo mejor para ti es duro pensar en ello porque ella es mayor que yo y aparte de ello de un nivel cultural y social más alto. Pero, ella, es tan humilde, tan sencilla, tan sincera que con ella he aprendido lo que sientes tú por madre. Por ello, me debes comprender a mí.
 El padre se vuelve y se acerca a él. Pone sus manos en sus hombros.
-          Pero hijo. ¡Hijo¡ ¡Qué dirán las gentes del pueblo¡ Casarte con una desconocida.
-          Que más da las gentes del pueblo. Al principio hablarán después se olvidarán. Aquí lo que importa es mi gran amor por ella, su gran amor ella por mi. Borra de tu mente todo lo que está transcurriendo en estos momentos.
   - Somos tan pobres hijo…
-          Y que más da padre. No impidas la unión por esas estupideces. En el amor no se mira el dinero.
    El padre se aparta del hijo y se acerca a su mujer. La coge por la barbilla y en baja voz comienza a hablarle.
- Mira querida mía, la pasión de tu hijo. Observa su amor. Un amor extravagante para las gentes de esta tierra. ¿Qué opinas? Tal vez, tú no lo esperabas igual que yo. Pero, ya vez, es vertical en su opción.
- ¿Qué opinas padre? Padre. Padre.
- Si, ya te escucho hijo. Solo quería saber si con tu noticia daba alguna señal de despertar. Pero no, aun sigue así. Me siento viejo. Me siento cansado. Has lo que quieras. Yo no soy quien para opinar sobre tu mañana, ya eres mayor de edad.
- Lo siento padre. Lo siento. Pero es el amor. Verás que todo saldrá bien y todo en esta familia cambiará.
- Iré hablar con el señor cura. Por cierto hoy han sonado las campanas de manera extraña, así me entero de lo sucedido. Quédate con tu madre.
     El padre coge su chaqueta de lana y se va. Le parece raro que todo estuviera desierto a medida que avanza hacia el pueblo. Incluso, en las calles,  no se ve a nadie. De pronto descubre el eco de los martillazos y montón de gente congregada en la plaza del pueblo. Comprende a lo lejos que hoy no podría hablar con el señor cura pero, de todas maneras, se acerca para ver lo que pasa.
**
           Cansadas y extasiadas llegan Anne y Gueda. Tan agotadas de fuerzas que lo primero que hacen es ir a beber agua y dejar al caballo descansar en la cuadra.
- Vaya día. Vaya día Gueda. Y todavía tengo que ir a buscar a Luam. ¿Cómo andará mi pequeño gorrión? Siento tantas ganas de verla. Pero me extraña, no he visto señales de vida del doctor y se suponía que ya tenía que estar aquí para que me lleve.
       Menos mal que la chimenea mantiene la casa caliente. Se quitan las ropas y se duchan. Tranquilamente mientras esperan la llegada del médico comen algo, algo con que rellenar sus estómagos vacíos.
**
         El médico cuando pudo y ve que el cura está entregado totalmente a la obra se escabulle sin que nadie lo vea. No puede faltar a la cita con Anne. Anne a la que ama tanto, con la que pierde la noción del tiempo inmerso en sus pensamientos. Arranca el motor, con el ruido que hay nadie se enteraría. Toma dirección a casa de Anne que hoy le costará llegar por la nieve aunque el camino lo hubiesen limpiado. Un monumento natural  va introduciéndose en el a igual que las prisas por llegar a casa de ella. Ese blancor sereno, los rayos solares que da la fuerza de continuar, ese amor que le espera.
           Anne lo avista desde la ventana.
-          ¡Allí llega¡- da un grito de alegría.- Allí llega. Ese amante mío. Ese hombre que forja de luz mis horas de soledad. Ese hombre cuyas palabras son recuerdo en mi memoria. ¡Lo quiero tanto¡ Que no se lo que haría sin él. Tú, quizás, aun no me comprendas.
-          No Anne. Yo no seré más amor. No seré más ese salón rojo donde los latidos de los corazones anuncian la acaricia de los enamorados, el calor de dos cuerpos que al unísono se aman.
**

Sebastián antes de llevar a Luam a la zona de embarque para en el mercado que está situado en el mismo muelle. Es un mercado antiquísimo, del comienzo de la ciudad. Invita a Luam a bajarse para ojearlo por unos momentos.
-          Vamos Luam. Quiero que veas lo más bello de esta ciudad.
           Luam se baja del coche junto Sebastián y comienzan a caminar por aquel apartado lugar de la ciudad. Se meten en el mercado donde la diversidad de las flores le da cierto encanto personal.
-          Bueno, Luam. Esto es lo que más me gusta de este mercado. Sus flores, vienen de todas partes del mundo.
        Inesperadamente Sebastián desaparece mientras Luam nutre a sus ojos con esas preciosidades. Luam al principio se preocupa, quedarse allí sola, desorientada pero después se dice, se habrá ido a los servicios.  Al rato siente algo a su espalda, ya con el aroma que insufla sabe que es Sebastián. Al volverse recibe una gran sorpresa.
– Mira Luam. Son para ti.
-Es para mí Sebastián , es para mí .Oh, gracias.
             Sebastián junto al ramo de flores es pincelada minuciosa de un beso para Luam. Luam se emociona, se sonroja, salta de la gran alegría que le había dado.
-¿Por qué Sebastián?
  Sebastián a su pregunta le recita un poema en voz alta.               
 ¿Por que las gaviotas se rinden en las espumas de la luna ¿
Será porque la amistad es acoplar de sus sentimientos
Cuando uno se pierde en las jornadas
Donde la cristalina mirada olivino del amante no contesta.
Tú eres mi amiga, cedro silencioso de mástil derrotado soy yo
Y, en ti, encuentro esa parte de él en mi andar por una pradera abisal
Donde solo me hallo. Solo predico mi agonía, mi desesperanza
Hasta el relucir de unos ríos de flores
Donde yo soy orilla ahora de ti.
Tú, eres como las flores sin ser amante.
No puedo ser acaricia de tus mejillas
Porque como pétalo frágil derruiría tu pureza,
Seríamos hurto de la realidad de nuestros sueños,
Destrozaría la razón de mi libertad.
    Pero, como flor, te puedo respirar e inspirar
Esa balada de la angustia delicia de la paz.

**
            El padre de Liam llega a su casa después de esa imposibilidad de hablar con el cura. Allí se encuentra su hijo atendiendo a su madre, dándole de comer.
-        ¿Qué paso padre? Has hablado con el señor cura.
-        No hijo. Ha ocurrido un accidente en el pueblo.
-        ¡Un accidente¡
-        No te alarmes Liam. Ha sido la iglesia. Tal vez, deberías ir a ayudar. Yo me quedaré con tu madre.
-        No puedo padre. Prometí a Anne y al doctor que iría con ellos a buscar a Luam.
-        Esta bien hijo. Entonces, habéis quedado como buenos amigos.
-        Si, padre.
-        Puedes tú seguir atendiendo a madre. Yo me tengo que preparar.
-        Desde luego.
**
Anne sale a la puerta. Desde el coche el doctor la saluda. A Anne el corazón parece que va salírsele del pecho.
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