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lunes, 21 de octubre de 2019

LA LEY ES UN BURRO


LA LEY ES UN BURRO
JOHN CARLIN
Algunos políticos españoles quieren creer que Barcelona se ha convertido en Beirut y que lo que hay que hacer ahora es enviar los tanques. (Reciba un aplauso, Albert Rivera, que compite en cinismo –si no en inteligencia– con Boris Johnson). Casualmente recibí un mensaje el lunes desde Beirut, el día en que el Tribunal Supremo español condenó a nueve líderes independentistas catalanes a cien años de cárcel. Un amigo que vive en la capital libanesa me mandó un extracto del discurso de un líder independentista irlandésen1915, cuando Irlanda aún pertenecía al Estado británico, durante el funeral de un mártir de la causa.

“Los defensores de este reino han trabajado bien, tanto en secreto como en público. Creen haber pacificado Irlanda. Creen haber comprado a la mitad de nosotros y haber intimidado a la otra mitad. Creen haber previsto todo, creen estar preparados para todo; pero ¡necios, necios, necios! Nos han dado nuestros fenianos muertos”.
Los defensores del Reino de España no han regalado ningún muerto a los fenianos catalanes aún, pero se empeñan en entregarles mártires. A las grotescamente desproporcionadas sentencias para los nueve por “sedición” (término apropiadamente medieval), se suma la incluso más escandalosa decisión de los jueces, si cabe, de haberles mantenido un par de años en prisión antes de condenarlos. Eso es lo que Amnistía Internacional llama “cárcel sin juicio”.
Y ahora se escandalizan de que haya violencia en las calles de Barcelona. Como el jefe de policía en la película Casablanca cuando le informan de que la gente juega en el casino por dinero. “I’m shocked, sho­cked!”, exclama el capitán Renault, burlón e hipócrita a la vez.
La violencia genera violencia, señores y señoras, y si encarcelar a los líderes independentistas con y sin juicio no es violencia, habrá que reinterpretar el significado de la palabra. Los chicos de Barcelona ponen las cerillas, pero los adultos de Madrid suministran la gasolina.
La única sorpresa es que no haya habido más violencia. Lo cual no significa justificar la delincuencia de un pequeño sector de los manifestantes catalanes, sino poseer un conocimiento elemental de cómo se comporta el animal humano. Los jueces y políticos en Madrid llevan una década provocando, periodo en el que –oh, sorpresa– el voto independentista se ha triplicado. Si Mariano Rajoy y sus señorías no existieran, los secesionistas catalanes tendrían que inventarlos.
Hoy lo único que se sabe es que el lío catalán va a más. Que lejos de haberse previsto todo y resuelto todo, lo único que se ha logrado al haber abandonado la política por la ley, el diálogo por la trasnochada judicatura española, es fomentar el conflicto y calentar el ardor del sentimiento independentista.
Océanos de tinta han fluido sobre el porqué de todo esto, pero la respuesta se puede reducir a una palabra: referéndum. A diferencia del desmadre del Brexit, un invento de la cúpula de un partido político inglés, en Catalunya ha habido un clamor mayoritario tanto entre independentistas como entre españolistas por celebrar un referéndum que resuelva de una vez y por todas (o al menos por una generación) la cuestión soberana. Si se hubiera hecho hace siete, seis, cinco años, incluso quizá hace un par de semanas, cualquiera con un mínimo conocimiento de la política catalana sabe que hubiera ganado el voto remain, el de quedarse dentro de España. Hoy no habría disturbios, no habría políticos presos, la imagen internacional de la joven democracia española no estaría por los suelos.
Condenar el trato a los encarcelados no significa desear que Catalunya se separe de España. A la mayor parte de la gente de fuera de España horrorizada por las condenas le importa un pepino si Catalunya es in­dependiente o no. El error es imaginarse que el que opina que meter a esas personas en prisión es una salvajada debe estar a favor de sus ideas políticas. Yo, por ejemplo, detesto a los líderes nacionalistas ingleses que han impulsado el Brexit, pero si me­tieran a uno de ellos en la cárcel sin juicio me manifestaría en las calles a favor de su liberación.
En cuanto a Catalunya, mi segundo hogar, preferiría que se quedase dentro de España, tanto por motivos prácticos como sentimentales. Pero lo de los presos no es una cuestión ideológica. No está abierta al debate. Es una cuestión de derechos humanos. Y si la ley española exige que se encarcele por doce o más años a individuos que no mataron, ni predicaron la violencia, ni hicieron daño material a nadie –a políticos cuyo mayor pecado es la ineptitud, la irresponsabilidad y vivir en un mundo de fantasía–, entonces, como dice un personaje de Dickens en la novela Oliver Twist, la ley es un burro.
¿Por qué tanto empeño en complicar un problema que hasta hace no mucho hubiera sido de fácil resolución? Porque la prioridad de los que han mandado en la política española no ha sido acabar con el problema más grande que asola a su país. La prioridad, como bien me comentó hace unas semanas un político socialista andaluz, es “conseguir votos en Teruel”, o sea en el resto de España. Y se ganan más votos en España dando hostias a los independentistas catalanes, y a los catalanes en general, que dialogando con ellos.
Me enternecen mis amigos catalanes que no han querido detectar la inquina generalizada que hay en el resto de España hacia los suyos. Los catalanes son para el resto de España como los argentinos para el resto de América Latina. Mario Vargas Llosa lo retrató con delicioso humor en su novela La tía Julia y el escribidor. El protagonista boliviano, Pedro Camacho, siente lo que el narrador llama un “odio a los argentinos… más vehemente que el de las gentes normales”. Para el disparatado Camacho existe “una abundancia proliferante” en la orilla sur del Río de la Plata “de oligofrénicos, acromegálicos, y otras subvariedades de cretinos”.
En los casos de ciertos políticos catalanes, la descripción no se aleja tanto de la verdad, pero sería una leve exageración decir que el boliviano ficticio ofrece un reflejo de cómo los demás españoles ven a los catalanes, con la posible excepción de los fieles de Vox. Sin embargo, sí existe aquí el germen de cómo piensan muchas gentes normales , lo que ha abierto una vena electoral que demasiados políticos españoles no han querido desaprovechar.
¿Cuándo se resolverá el lío catalán? Cuando llegue al poder en España un gobierno, probablemente de izquierdas, con una mayoría lo suficientemente holgada como para permitirse el lujo de anteponer los problemas nacionales a los vaivenes electorales. Esperemos mientras tanto que los necios que tanto pululan en los mundos políticos y judiciales se resistan a inventarse más mártires.


John Carlin
La Vanguardia, 20/10/2019

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