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domingo, 13 de octubre de 2019

FRENTE A LA INFAMIA, HONOR A LAS TRECE ROSAS


FRENTE A LA INFAMIA, HONOR A 
LAS TRECE ROSAS
ROSA TORAN
Faltan calificativos para las frases vertidas por el líder de Vox Javier Ortega Smith. Numerosas voces se han alzado y se seguirán alzando no sólo para denigrar al autor de la infamia sobre las 13 muchachas asesinadas el 5 de agosto de 1939, sino también para reconocer el valor de su lucha, una lucha que ha permitido gozar de las libertades aún a aquellos que las denigran, en añoranza por el pasado ignominioso de una de las dictaduras contemporáneas más largas.

Desde la Cárcel de Ventas las Trece Rosas emprendieron su último camino hasta el paredón del Cementerio del Este donde fueron fusiladas, crimen que se sumó a los millares cometidos por aquel régimen ensalzado por los neofranquistas. A menudo la ignorancia deviene justificación, pero en el caso aludido la mentira deviene infamia para las víctimas y defensa de los victimarios.


La literatura carcelaria de los que sufrieron castigo por su defensa de las libertades es amplia, aunque seguramente merece desprecio de los que niegan las consecuencias del golpe de estado de julio de 1936: una larga guerra y un calvario para los que se opusieron al régimen dictatorial que la siguió. Sin embargo, para los defensores de la libertad, en el pasado y en el presente, las palabras de las víctimas fundamentan nuestra democracia, porque de su compromiso extraemos conocimiento, reconocimiento y lección ejemplar.

Ante la infamia, renacen las frases de una mujer, Mercedes Núñez Targa, que ingresó en la cárcel cuando sus compañeras estaban todavía conmovidas por la ejecución de las Trece Rosas. Ella tampoco «violó, ni torturó ni asesinó», sino que mereció los más preciados reconocimientos del estado francés por su lucha en las filas de la Resistencia contra los ocupantes nazis. Recordemos algunos de sus rasgos biográficos, desde su trabajo como secretaria de Pablo Neruda, cuando éste ocupaba el consulado de su país en Barcelona, su encarcelamiento en Ventas y el consejo de guerra que la condenó a 12 años y un día por el delito de auxilio a la rebelión, hasta el mes de enero de 1942, fecha en que, después de ser puesta en libertad por un error burocrático, huyó a Francia y prosiguió con su compromiso antifascista, lo cual le valió la deportación al campo nazi de mujeres de Ravensbrück.

La liberación, como para otras tantas mujeres y hombres, no significó la libertad, privada como estuvo del regreso a su patria, esclavizada por las cadenas del régimen; pero la escritura, la tarea con el partido en que militaba, el PSUC, llenó sus días, hasta que decidió el retorno a Vigo, tras la muerte de Franco, empeñada en trabajar en favor de un régimen democrático y en dar a luz los nombres de los deportados gallegos, a la par que publicaba un libro indispensable sobre la experiencia concentracionaria El carretó dels gossos.

Pero regresemos a la cárcel de Ventas. En París en 1967, Mercedes Núñez publicaba un libro testimonio con el titulo Cárcel de Ventas, obra que germinó y vio la traducción en lengua gallega en 2005  y en castellano en 2017. De esta manera fue fiel a la petición de una compañera reclusa, mientras le daba un abrazo de despedida, para que contase todo lo malvivido en la cárcel “Explícales a los de la calle lo que has vivido aquí”.

Una cárcel repleta de mujeres encausadas por los tribunales militares en los Consejos de guerra, acusadas la mayoría, de un delito de “adhesión a la rebelión militar”, paradójica frase que incluso el germanófilo cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer, tildó de “justicia al revés”. Las presas representaban la causa justa, la causa republicana, la causa de las libertades, frente a los vencedores, emblemas de la venganza y vulneradores de los más elementales principios democráticos; una auténtica pesadilla que acabó con la vida de las trece jóvenes, a los dos días de soportar la farsa judicial. Ellas representaban el bien, socorriendo, hasta su detención, a los que corrían peligro y atendiendo a la reorganización de las mermadas filas de los jóvenes comunistas, mientras que el órgano represivo encarnado por el tribunal militar, encarnaba el mal, la sed de sangre y venganza contra las encausadas, privadas del más elemental derecho de defensa, sin ningún rubor ante las protestas internacionales.

Para las Trece Rosas, jóvenes modistas buena parte de ellas, la esperanza depositada en los avances de la República se truncó con el golpe sangriento que las alcanzó y que nos privó de su patrimonio humano y político, igual que sucedió con las miles de mujeres ejecutadas, encarceladas o condenadas al exilio. Felizmente no faltan memorias de combate de las que lograron sobrevivir, Soledad Real, Tomasa Cuevas, Antonina Rodrigo o Mercedes Núñez que desde su refugio francés radiografió la lucha y frustración de toda una generación con estas palabras: “Como todos los jóvenes de los años treinta, seguía apasionadamente las incidencias de aquella época, tan fértil en acontecimientos políticos. Mis simpatías estaban con la República, pero nunca se tradujeron en actos concretos. Hasta el último minuto sonreía con incredulidad cuando alguien iniciaba una sospecha de que se preparaba una sublevación. ¿Cómo podían sublevarse las derechas tras las elecciones de febrero, cuando España optó por el Frente Popular? Eso era absurdo.

Pero lo que creía absurdo se convirtió en realidad. Los primeros tiros en las calles de mi ciudad borraron por completo mi existencia apacible. Ya no podía ser neutral. Como tantos miles de jóvenes de mi generación pasé en unas horas del papel de espectadora pasiva a participación activa al lado de la República.

Esta participación, aunque sincera y entusiasta, fue modestísima y perfectamente anónima. No disparé un sólo tiro, no ostenté ningún cargo, ni pronuncié discurso alguno, ni mi nombre apareció al pie de ningún artículo, ni me convertí en heroína de la producción. A pesar de eso, el franquismo me hizo la gran honra de considerarme suficientemente peligrosa para mantenerme encarcelada durante varios años, e incluso un tribunal, muy en serio, me juzgó y condenó por ‘ayuda a la rebelión’ y esto a pesar de ‘mis excelentes antecedentes’.

Un testimonio, el de Mercedes Núñez, que cumplió con su compromiso para dar a conocer, de primera mano, las insufribles condiciones carcelarias y las últimas horas de las jóvenes fusiladas, símbolos de la libertad y oprobio para sus verdugos. Valga ello para denunciar la infamia y honrar a las luchadoras por la libertad.

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