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domingo, 4 de agosto de 2019

VOX Y BILDU


VOX Y BILDU
ANÍBAL MALVAR
Observo cierta unanimidad en nuestros viejos y amados periódicos de papel al señalar que el acuerdo trifachito de Madrid contribuirá a la estabilidad institucional. El País de hoy, haciéndose como muy enfadado, destaca que PP y Ciudadanos han conseguido que Vox «desistiera de sus postulados más extremistas sobre las leyes LGTBI y los menores inmigrantes».
Como si fuera un gran logro. La prensa conservadora está intentándonos hacer creer que Vox no existe. Que su presencia en los gobiernos ha sido domesticada por estadistas de grande estatura intelectual cual Ayuso, Almeida, Casado y Rivera. Cuánto echa uno de menos a M. Rajoy, que por lo menos leía el Marca.

La domesticación de la ultraderecha se nos está vendiendo como un logro de nuestra democracia, cuando es la ultraderecha, entrando en las instituciones, la que ha domesticado a nuestra democracia. Que ya era más que doméstica. Aquí, esa democracia ha sido tan doméstica que no ha juzgado ni a uno solo de los criminales del franquismo. Era tan doméstica que se dejó acariciar incluso por las manazas fascistas de Manuel Fraga cuando firmó la Constitución. En España, la izquierda siempre es doméstica, como los gatitos que hacen malabarismos y tontás en los videos de twitter.

Subtitulaba este jueves El País un editorial muy principal señalando que «los recibimientos a etarras excarcelados cuestionan a Bildu». Como si Bildu hubiera participado en esos recibimientos. Sería igual de perverso que atribuirle al Partido Popular, fundado por un franquista, los actos de exaltación del franquismo y la violencia neonazi (de la que tan poco se habla) en nuestras calles.

Bildu es una coalición de partidos. Anda por ahí Alternatiba, cuyo texto fundacional la define como «radicalmente democrática, no violenta y anticapitalista, feminista y ecologista», la vieja Eusko Alkartasuna (escisión del PNV) y otras formaciones que han deplorado explícitamente la violencia. Cuando en 2012 el Tribunal Supremo anuló las candidaturas de Bildu a las elecciones por sus presuntos vínculos con Batasuna, una de las formaciones que mostró públicamente su disconformidad por la absurda sentencia fue el Partido de los Socialistas de Catalunya.

El País, con gran tino y perspicacia, apunta al final de su editorial una reflexión sobre los asquerosos homenajes a asesinos y secuestradores etarras que hemos presenciado estos días. «La responsabilidad corresponde también a cada uno de los que estuvieron allí. A ellos les toca responder qué estaban homenajeando». No pide que salga la brunete mediática de jueces a detener niños, por lo menos.

En otro tono se expresa El Mundo, en otros casos tan cumplidor de las leyes, cuando nos dice que «siempre hay fiscales y jueces hipergarantistas que prefieren dejar que el entorno de ETA imponga su ley y se ría de todos». También, con cierta absurda predisposición, propone a Pedro Sánchez «abortar la ignominiosa operación por la que la socialista Chivite fue investida presidenta gracias a Bildu». Como si uno pudiera rechazar las abstenciones en un sistema democrático. Como si el voto abertzale no pudiera ser emitido por gentes de paz.

La más asesina derecha franquista ha blanqueado a sus ídolos con nuestra dócil connivencia. Manuel Fraga, Billy el Niño o Rodolfo Martín Villa, buscado por la justicia argentina, por «causa 4591/10 por los delitos de genocidio y/o crímenes de lesa humanidad cometidos en España por la dictadura franquista entre el 17 de julio de 1936 y el 15 de junio de 1977».

Cositas que pasan.

Bildu es el diablo y Vox solo un inoportuno complemento. En 2015, Bildu firmó trabajar «con el empleo exclusivo de las vías políticas, pacíficas y democráticas como medio de consecución de objetivos políticos y, por tanto, el rechazo y condena de cualquier tipo de expresión de violencia que se produzca, incluida la de ETA».

Aun falta escuchar la condena del PP a los crímenes del franquismo. La reprobación de su fundador Manuel Fraga como partícipe de la barbarie fascista e inspirador de varios crímenes del tardo régimen. Qué fácil es pasar página, cuando obligas a que tu página la pasen, dócilmente, los otros. Los vencidos. Si seguimos así, otra vez nosotros.

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