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martes, 20 de agosto de 2019

GRACIAS


GRACIAS
JM AIZPURUA
No sé a quién darlas, si a Patricia o a mi paisano del Puerto, pero la entrada de los cruceros ya no tiene la contaminación visual de las estructuras tétricas de las torres metálicas móviles por las que entraban y que hacían a los turistas asombrarse y romper con la buena imagen turística que Tenerife tiene por el mundo. Es un gran arranque del cambio de las flores.

Pero las ratas siguen por los contenedores, pocos y viejos, con la propaganda hablando del 5º contenedor cuando en la mayoría de los lugares hay uno o dos y además en el 5º coño. La limpieza urbana es algo pendiente y su tecnología no pasó de siglo.

Resucitar la capital, es tarea ineludible para el nuevo consistorio, y deberá hacer una trepanación al exalcalde que decía que tenía la ciudad en su cabeza. Cabezón si era, pero nunca creí en ello. La realidad es que esta aglomeración de barrios, 40 según se dice, no merece el título de capital de Tenerife. Una gran actuación urbanística está pendiente pero fuera del circuito habitual de propietarios, y en la que expertos multidisciplinares extranjeros, de nivel probado, no los cuñados de los de siempre, emprendan la reorientación de una ciudad canaria para el mundo, con pretensiones de un punto de referencia del turismo internacional.
Esto ya se ha hecho, se está haciendo en otras tierras, y el cambio de ciclo del turismo lo está haciendo inevitable. Caer en el balconing o la masificación de la alpargata, es algo que no podría soportar Tenerife. Las Verónicas aterran al turista clásico de la isla, y la falta de intervención y ordenamiento puede llevar a la capital a repetir errores. ¿Recuerdan el turismo-diésel, aquel que anda mucho y gasta poco?
La costa ha sido asesinada, la corrupción resalta por todos lados, su estado mancilla el recuerdo de Manrique, y los jóvenes actuales deben tener su recuperación como uno de sus objetivos del milenio. Pero empezando ya.
Como conciliar intereses isleños, es complicado, pero seguir los dictámenes de caciques y comisionistas, inevitablemente nos lleva a matar la gallina de los huevos de oro, lo mismo que ha sucedido en otros paraísos del turismo. ¿Hay tiempo aún?
La costa capitaleña, arrebatada por intereses ajenos a su belleza y potencial, y en la que ostenta plaza el terrible pajarraco fascista, agresivo e imponente, es una aberración urbana que ningún técnico consideraría apropiada y en la que la parcela petrolera tiene su punto de inflexión para una rehabilitación pendiente. La desvergüenza increíble del exalcalde anunciaba la “rehabilitación del Antiguo balneario como Centro de Salud y de actividades sociosanitarias” sic. Este es el ejemplo del método seguido durante 20 años de coaligados; la mentira y la improvisación. Desde el pajarraco a San Andrés, hay toda una costa erosionada por el ladrillo, arrebatada a su natural espacio de disfrute visual, invadida por tanques y artilugios particulares que roban a nativos y turistas la belleza natural y la caricia de la ola. El Balnearios es una pieza más y no puede tratarse individualmente sin considerar el conjunto.
La rotonda del pajarraco, la rotonda de DISA y la rotonda de Valleseco son un todo que reclama urgente intervención para mejorar el tráfico, suavizarlo (¿qué prisas hay?), y permitir que, en sus aceras, convivan los deportes, los paseantes y los runners (esos que corren como si les siguieran los grises de antes), ordenado y adecuado para que los viejos y niños no estemos con el retrovisor puesto para evitar que un cacharro nos atropelle.
Si el equipo de Patricia no coge el reto de las flores como algo urgente y transformador, los días de la capital están contados y su declive ya será inexorable. Reúna expertos, haga mesas de brainstorming, haga lo que sea, pero nada de lo que antes se hizo o volverá a suceder lo mismo: el declive de la capital y el enriquecimiento de los sobrecogedores.
Pasear, correr, o simplemente estar, entre la Candelaria y San Andrés, debe ser un privilegio de chicharrero, algo que nos regaló la naturaleza y que nos arrebataron los cuatreros, que son más de 4 y quizás 20. Viendo el estado de esa costa antes de su intervención; da pena. Y sentirse encajonado en El Toscal, oyendo y oliendo el mar paro viendo ladrillo sobredimensionado; es un delito.



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