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viernes, 16 de agosto de 2019

CASSIUS CLAY


CASSIUS CLAY
GERARDO TECÉ
Caminaba con dificultades y sin convencimiento, pero caminaba. Imagino que, en un día caluroso como ese y sin un alma por las calles de la ciudad vacía, caminaba por el único motivo realmente importante: porque caminar es estar vivo aún. Andar es de las primeras libertades que te regala la vida siendo un bebé y de las últimas que quieres que te quite cuando ya no lo eres. Doña Agustina, qué bien estaba… Pero se le partió la cadera y, de ahí, al hoyo. No es casualidad que, para los presos, sea un premio salir al patio a mover las piernas y una condena las horas de celda. De hecho, el castigo final de estar encerrado no es otro que el de no poder caminar hacia ningún sitio.



A veces nos movemos por necesidad. El ser humano se juega la vida saltándose una valla con pinchos o cruzando un mar. Lo hace por hambre o por miedo a morir en la otra orilla. A veces nos movemos por trabajo, para ir a una cita o practicar deporte. Y a veces, las menos, pero las más preciosas, como la de la imagen, nos movemos porque podemos hacerlo. Porque estamos aquí. En la élite de la reivindicación de moverse, encontramos a quienes --con dos piernas, una garrota o una silla de ruedas-- simplemente pasean. Pasear no es desplazarse andando al trabajo, ni es caminar diez kilómetros diarios porque el médico te metió el miedo en el cuerpo. No. Es fácil identificar a un paseante por la calle. Cuando alguien que camina lo hace con los brazos entrelazados a la espalda, está paseando. Esos brazos agarrados atrás son una bandera blanca que le dice al mundo y a uno mismo que no está yendo a trabajar, ni está moviendo las piernas chantajeado por el doctor Martínez. Lo hace porque es libre de hacerlo. Porque puede. También porque caminar es un bien a derrochar, un bien a usar sin que produzca riqueza de ningún tipo, ni económica ni para la salud. Cuando uno pasea reduce la velocidad. Quienes le pitan al adelantarlo por la acera no saben del peligro que corren. Están ante una especie de terrorista, alguien que, entre todo el jaleo, decide reivindicarse en huelga de obligaciones, es decir, en libertad. Quienes pasean le bailan, como Cassius Clay sobre el ring, a un sistema que los espera encontrar corriendo, produciendo. Quienes pasean intentan dejar KO a todo eso.

Moverse de un punto a otro es, como el agua, un bien universal a reivindicar y defender hoy que sabemos que nada es seguro, que todo nos lo pueden acabar quitando cuatro psicópatas que ya inventarán algo para prohibirlo o para que paguemos. Los paseantes le cuestan tropecientos millones de euros al año a la economía española, denunciarán la CEOE y el Banco de España. Si en vez de pasear caminaran con atención, se evitarían accidentes que le cuestan cachocientos mil euros mensuales al pobre contribuyente. Y entonces, los policías, ocupados hoy con los que se movieron hasta aquí para sobrevivir vendiendo bolsos y camisetas en una manta en el suelo, girarán la cabeza y se centrarán en los paseantes, en los Muhammad Ali. Documentación, caballero, esta velocidad y esas manos en la espalda, ¿a qué se deben? Tengo una contractura, señor agente, mentiremos. ¿Y a dónde va? A producir, señor, le mentiremos de nuevo. Pues échese a un lado para caminar, es usted peligroso para el resto. Por supuesto, le diremos, y nos alejaremos a un ritmo desesperante, insostenible económicamente según todos los organismos internacionales, deteniéndonos a observar a una paloma que ha encontrado algo de pan en la acera.

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