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miércoles, 24 de julio de 2019

NO COMPRAR Y QUERER QUE TOQUE


NO COMPRAR Y QUERER QUE TOQUE
GERARDO TECÉ
En el mundo animal se observan algunos tipos de apareamiento que, aunque sean naturales, pueden resultar violentos a la vista. Bien. Pues ninguno como el de la izquierda pactando. Se echó de menos que la sesión de investidura la diera La 2. Vemos desde la tribuna a los tortolitos de la coalición arrancándose los ojos, diría con su voz el amigo Félix. Tras dos horas de discurso, Pedro Sánchez dejó claro que lo que traía bajo el brazo era un plan ambicioso: ni más ni menos que construir un nuevo país. Y por si esto pareciese poca ambición, el método para hacerlo resultaba más ambicioso aún: no mover el culo esperando que el gobierno se forme solo. Puede sonar raro, pero el sanchismo consiste en esto. En imaginar del mismo modo que se imagina el día anterior al sorteo de Navidad. ¿Qué harás si te toca? Comprarme una casa en la playa y un barco, ojalá me toque. ¿En qué acaba tu cupón?  No, si yo no he comprado. Ah, pues suerte entonces.



Tras el discurso del candidato empezaron las réplicas y las contrarréplicas y con ellas un baile de ideas desordenadas por parte de Sánchez, como si escenificar que el centro político te pertenece consistiese en dar bandazos de izquierda a derecha hasta acabar vomitando del mareo en el centro de la pista. Ahora doy fecha para la repetición de elecciones (10 de noviembre); ahora declaro que habrá gobierno de coalición con Podemos; ahora específico que lo habrá, salvo que al final no lo haya; ahora pido la abstención de la derecha para poder gobernar y ahora propongo una reforma constitucional para gobernar en solitario. Hemos pasado del “Con Rivera no”, al “Con quien sea, Pedro, pero deja de volvernos locos”.

Lo llaman sesión de investidura porque sesión de hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual, sonaba poco institucional. Si una sesión de investidura consiste en recabar apoyos reales para convertirte en un presidente real, a Iván Redondo, el real Tyrion Lannister del PSOE, todo esto se le ha debido de pasar por alto entre tanta estrategia. Lo único real que hemos visto durante estas primeras 24 horas de investidura/simulación/paripé/canción-de-desamor-de-Camela ha sido la escenificación del reparto de culpas por lo que no será. Hasta aquí el análisis objetivo de lo visto y oído. Que, finalmente, acabe saliendo la coalición o vayamos a repetición de elecciones será, como el sanchismo en sí, una incógnita hasta el último minuto.

Tuvo que llegar el turno de palabra de un rompespañas, un independentista catalán como Gabriel Rufián, para definir con precisión lo que estamos viviendo en el Congreso español: “Para tenderle la mano a alguien debe existir ese alguien, señor Sánchez”. No se puede explicar mejor. Ese alguien, que en teoría se presentó ayer lunes en el Congreso con el objetivo de convertirse en presidente, tiró de una estrategia, por lo menos, innovadora para conseguirlo: pelearse con el partido al que necesita. Sanchismo puro. Si usted no me hace presidente, estará votando junto a la extrema derecha, llegó a decirle Sánchez al vetado Pablo Iglesias, al que después de escuchar esto le salieron disparados por la boca tres meses de discreción negociadora. Mientras la cara descompuesta de Sánchez mirando folios dejaba clara su sorpresa, el líder de Podemos rompía con el pacto de discreción enumerando públicamente todos los vetos que habían recibido por parte del PSOE. Como el camarero que canta lo que no le queda en la carta: no a Interior, no a Exteriores, Defensa tampoco tengo, no a Economía, no a Hacienda, Vivienda se me ha acabado, no a Igualdad, no a Trabajo, no a Transición Ecológica… recitaba Iglesias y en aquel momento la sesión de investidura que tendría que llevarnos a un Gobierno de coalición se convertía en una especie de colección de reproches. Algo más parecido a un desahogo delante del abogado del divorcio tras toda una vida de infidelidades que a una boda, que era a lo que, en principio, estábamos invitados.


Mientras el país entero observaba cómo el posible Gobierno de coalición se iba a cámara lenta por el retrete, la parte del país con tendencias progresistas y manías personales como temer al fascismo también acababa en el váter. En este caso, con el estómago cortado a lo Albert Salmonella. Normal después del discurso de las derechas. La lista habitual de grandes éxitos –etarras, bolivarianos, golpistas todos– servía para recordar cuál es la alternativa al Gobierno de coalición. Puede ser que las intervenciones de Casado y Rivera fueran, en ese sentido, lo más pedagógico de las primeras 24 horas de investidura. A Rivera el parón veraniego parece haberle cundido. Sabiendo que su papel en el debate era el de intentar ser más oposición que Casado –es decir, más derecha, más ruido, más histrionismo–, había llevado preparados un par de recursos, de esos que siempre le funcionan para salir en el periódico. El que repitió más machaconamente fue el de “la banda”. La banda es la nueva forma acuñada por la Agencia de Publicidad Albert Rivera SL para definir a todo partido sobre la faz de la tierra que no pertenezca a la España buena. Es decir, banda es todo aquello que no se llame PP, C’s o √ox. Aitor Esteban (PNV) no quiso desaprovechar la oportunidad de recordarnos que, a pesar de su aspecto de ortodoncista en la Clínica Indautxu, es el mejor frontman del hemiciclo. “Cuando lo miro a usted, señor Rivera, yo también imagino una banda, de mariachis”. Cuando España se atora consigo misma, tienen que venir los enemigos de la patria, los rompespañas, a darnos el golpecito necesario para que la cosa pase.

La primera votación ha acabado como sabíamos que acabaría. Con el PSOE solo. La paloma no ha bajado de los cielos para traerle a Sánchez la mayoría absoluta ni el cupón premiado ni nada que se le parezca, pero un gesto de Podemos en el último minuto se convierte en noticia. El partido de Iglesias ha decidido abstenerse en esta primera votación y no es poco para como estaba el patio del Congreso. Minutos antes se especulaba con que el voto sería NO. De hecho, el voto telemático negativo emitido desde casa por Irene Montero confirma el cambio a última hora al que no llegó a tiempo la número dos. Con este gesto de la abstención, cuentan desde Unidas Podemos, pretenden demostrar que siguen dispuestos a negociar con el PSOE hasta el último minuto la formación de un Gobierno de coalición que sólo nos deja ya una incógnita: ¿le interesa al presidente Sánchez que eche a andar? De momento estamos ante el primer caso del candidato de Schrödinger, el cual parece querer ser presidente y no al mismo tiempo. El jueves, más. Dos días por delante con la sensación de que Podemos ha aguantado el pulso y que ese clima de indignación por el bloqueo morado, con el que el PSOE contaba, no aparece por ningún lado. El jueves sabremos cómo afecta esto a la negociación y a la solución del estancamiento. Dos días de Sanchismo son una eternidad.

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