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domingo, 2 de junio de 2019

DESMONTANDO A VALLS


DESMONTANDO A VALLS
JONATHAN MARTÍNEZ
No ha transcurrido ni una semana desde los comicios municipales y ya está alborotado el gallinero de los pactos de gobierno. En muchas ciudades, supongo que en la mayoría, la aritmética ha dejado un paisaje multicolor donde van a ser inevitables los acuerdos poselectorales. Es el momento de envainársela, de aparcar las bravuconadas de la campaña y tender manos y repartirse el pastel de las concejalías, de los asesores y otros merengues. Por si fuera poco, la empresa encargada del recuento de votos ha acusado un error informático al volcar los datos y algunas instituciones han permanecido varios días al borde del infarto.

Hay algunas ciudades como Madrid donde las alianzas parecen claras. La candidatura de Manuela Carmena se ha impuesto con una claridad apabullante, pero los 19 concejales de Más Madrid son insuficientes y la suma de los 8 ediles del PSOE no basta para garantizar la investidura. Al contrario, los 15 asientos de José Luis Martínez Almeida permitirían al PP gobernar la capital de España gracias a un hipotético acuerdo a la andaluza con los 11 representantes de Ciudadanos y los 4 de Vox. Muchos dan por hecho que se impondrá la solución trifachita. Los peones del falangista Javier Ortega-Smith son quienes decantarán la balanza.

Otras ciudades, en cambio, permiten un panorama de posibilidades mucho más variopinto. Es el caso de Barcelona, donde Ernest Maragall ha superado a Ada Colau por poco más de cinco mil votos. Tanto ERC como Barcelona en Comú contarán con 10 escaños. El PSC de Jaume Collboni alcanza 8 asientos frente a los 6 de Manuel Valls y Ciudadanos, los 5 de JxCat con Elsa Artadi y los 2 del PP con Josep Bou. Nada más conocerse los resultados, la alcaldesa saliente ha llamado a formalizar un pacto progresista junto a ERC y PSC. Artadi, al contrario, reclama a Maragall una coalición independentista al estilo del Govern. La complejidad del pacto barcelonés, en última instancia, pasa por un encaje de bolillos entre el eje izquierda/derecha y el eje nacional.

En medio de todo el tinglado, cuando la prensa ya lo daba por amortizado, Manuel Valls ha amenazado a Ciudadanos con una “ruptura total” si la formación de Rivera se embarca en alianzas con la extrema derecha de Vox. El ex primer ministro francés ya manifestó sus reticencias ante la negociación del gobierno andaluz. “No puede haber ningún compromiso con la extrema derecha”, decía Valls apenas un mes antes de que el PP, Ciudadanos y Vox formalizaran su matrimonio en la Junta de Andalucía. Ahora la advertencia ha sonado más categórica e incluso tiene un tono de ultimátum. Habrá quien desconfíe de su inocencia. Al fin y al cabo, la formación naranja hace ya mucho tiempo que ha tomado el carril del acuerdo trifachito y no parece exhibir demasiados escrúpulos al respecto.

Lo interesante de las declaraciones de Valls es que han abierto el paso a toda clase de sospechas y cavilaciones conspiratorias. Algunas teorías resultan disparatadas. Otras, sin embargo, se adentran con tino en el territorio de la política ficción y como mínimo nos permiten expandir el abanico de opciones poselectorales en el ayuntamiento de Barcelona. Una de las hipótesis más fascinantes plantea que existe una maniobra secreta para descabalgar a Ernest Maragall de la alcaldía. El objetivo último consistiría en alejar al independentismo del gobierno de la capital catalana. Como telón de fondo encontraríamos la vendetta de Miquel Iceta, que vio frustrado su acceso a la presidencia del Senado después del veto de ERC, JxCat y la CUP. Iceta ya ha adelantado que está dispuesto a “hacer lo que sea necesario para evitar que haya un alcalde independentista”.


Vamos al lío. La suma de ERC y los comunes no tiene mayoría. La suma independentista no tiene mayoría. La suma de los partidos del 155 no tiene mayoría. La suma de Colau con el PSC no tiene mayoría. ¿Qué combinación resultaría entonces mayoritaria? Una mixtura a priori imposible como la de Barcelona en Comú (Colau), PSC (Collboni) y BCN-Canvi C’s (Valls) sumaría 24 ediles. Mayoría. ¿Pero no resulta un tanto extravagante que el candidato de Ciudadanos garantice la investidura de Ada Colau, a quien los naranjeros acusan de “populista”? Pues bien. Mientras las teorías de la conspiración recorren las redes, Manuel Valls sale de nuevo a la palestra y ofrece su apoyo “sin condiciones” a la investidura de Colau. La prioridad, dice Valls, es que Barcelona “no caiga en manos del independentismo”. Apenas una hora más tarde, Ciudadanos enmienda la plana a Valls y asegura que su apuesta nunca sería Colau sino Collboni.

¿Y qué dice Colau? La alcaldesa insiste en un acuerdo con PSC y ERC. La idea es resucitar el espíritu del Pacto del Tinell y del viejo tripartito de Pasqual Maragall, Josep-Lluís Carod-Rovira y Joan Saura. Pero Colau sabe que esa aventura es agua pasada y que la sombra del 1-O y del juicio contra el procés entorpecen sus aspiraciones. Así que por una parte, anuncia que no mantendrá conversaciones con Ciudadanos. Pero por otra parte, tampoco hace una renuncia explícita a investirse con los votos naranjas. ¿Pero los ediles de Albert Rivera estarían dispuestos a investir a Colau? Pues resulta que solo tres concejales de BCN-Canvi C’s pertenecen a Ciudadanos. El resto, incluido el propio Valls, son independientes. Y resulta también que los tres votos de Valls son exactamente los que necesitarían Colau y Collboni para alcanzar la mayoría del pleno. Ni uno más ni uno menos. ¿No es fascinante?

Tal vez ahora podamos explicarnos el distanciamiento de Valls con respecto a Ciudadanos. Ni siquiera es necesario que se materialice su amenaza de ruptura. Bastaría con que sus tres concejales escenificaran una corriente díscola, progresista y desmarcada de la losa ultra de Vox. Este regate permite que sus votos sean más digeribles para un gobierno entre el PSC y los comunes. Sin negociaciones, sin apretones públicos de manos, sin contraprestaciones. Incluso podrá decirse que los tres ediles de Ciudadanos se opusieron a Colau y ambas partes mantendrán su antagonismo. Rivera saldrá indemne de este trance y tanto Iceta como Valls habrán conseguido su propósito de que el independentismo no se acerque al bastón de mando. Todo el mundo gana. Solo Maragall pierde.

Todavía en el territorio de la política-ficción, algunas voces apuntan a una maquinaria engrasada en la sombra. Tanto Valls como Iceta veranean en Menorca y en aquella isla han mantenido al menos un encuentro en el que se sopesaron diferentes posibilidades para el consistorio barcelonés. Otras voces ponen el punto de mira en los tentáculos del grupo Godó. De hecho, ya tenemos alguna columna en La Vanguardia que santifica el tridente Colau-Collboni-Valls. Parece que las mismas altas instancias que impulsaron la candidatura de Valls estarían dispuestas a aceptar el mal menor de Collboni o incluso de Colau con tal de que Barcelona no quede en manos de un alcalde independentista. Si estas suposiciones son reales, no tardaremos en leer titulares que hagan más digerible el trámite. Después de todo, Valls podrá presentarse como un viejo socialista francés que se desmarcó de Vox y que pone sus votos al servicio del constitucionalismo.

¿Existe una operación de Estado que utiliza a Manuel Valls como agente doble y ariete contra el independentismo? Por ahora, nos movemos en el territorio pantanoso de la ficción y las escenificaciones. En las componendas poselectorales hay algo de teatral y mucha ingeniería entre bambalinas. Sospechamos quiénes son los ingenieros pero tenemos que conformarnos con recomponer el puzzle a partir de unos pocos indicios. Dejar volar la imaginación y jugar con las piezas del tablero igual que un niño armaría sus muñecos de lego. En este laberinto de espejos que es la política institucional, solo nos queda aferrarnos a la intuición y a las suposiciones. No es mucho, pero como ejercicio intelectual resulta apasionante.

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