PERIODISTAS Y CORRUPCIÓN
POR ENRIQUE ARIAS VEGA
“Perro nunca come
carne de perro” decía en su época el maestro de periodistas Manuel Martín
Ferrand para explicar -que no para justificar- la falta de noticias críticas en
el sector periodístico sobre los profesionales del gremio.
Todo esto viene a
cuento por la polémica desatada al publicar un antiguo director de El Mundo,
David Jiménez, un libro en el que se relatan prácticas corruptas de periodistas
y de sus empresas, sobornados ambos por los poderes económicos y políticos. Lo
triste del asunto es que de los grandes casos no da nombres -con lo que la
sospecha se extiende sobre el conjunto de la profesión- y de aquellos otros más
menguados, en que sí los da, lo hace sin prueba alguna de sus imputaciones.
Ya está, pues, el
lío.
Descubrir a estas
alturas que la corrupción no va sólo desde la política y la construcción hasta
los masters universitarios o los sobrecostes de material quirúrgico, sino que
pasa también por los medios de comunicación y sus profesionales no es nada
novedoso. Delinquir resulta consustancial a la naturaleza humana, como lo
atestiguan el relato de Adán y Eva y el posterior parricidio de Caín. O sea,
que nada nuevo bajo el sol.
Lo que sucede es
que el periodismo ha estado —hoy habría que hablar, también, de youtubers,
influencers y demás fauna— en el epicentro de todo el tráfago de información y,
por supuesto, de dinero.
Y no me refiero
sólo a la pervivencia imposible de empresas de comunicación financiadas
oscuramente por quienes se benefician de sus favores, sino al periodista de a
pie: al que tenía que hacer pluriempleo tras la guerra, al que mejoró luego su
estatus recogiendo bajo mano sobres en los que se le retribuían sesgadas
informaciones -las misceláneas de noticias económicas y los ecos de sociedad
eran dos secciones de auténtico chollo- y al que hasta ahora mismo, en nómina y
más frecuentemente fuera de ella, viene favoreciéndose con créditos blandos,
pisos de favor, tertulias pagadas como audiciones de música clásica,
conferencias perfectamente prescindibles, etcétera, etcétera.
Esto es así y
seguirá siéndolo mientras pongamos el foco de la corrupción sólo en quienes el
periodista señala y no lo hagamos sobre él mismo. En Estados Unidos, adelantado
en tantas cosas, resultan tan conscientes del problema que un tercio de los
programas docentes de formación de los profesionales se refieren a la ética en
el ejercicio del periodismo. En España, ninguno.
Así nos va.
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