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lunes, 13 de mayo de 2019

PERIODISTAS Y CORRUPCIÓN


PERIODISTAS Y CORRUPCIÓN
POR ENRIQUE ARIAS VEGA
“Perro nunca come carne de perro” decía en su época el maestro de periodistas Manuel Martín Ferrand para explicar -que no para justificar- la falta de noticias críticas en el sector periodístico sobre los profesionales del gremio.


Todo esto viene a cuento por la polémica desatada al publicar un antiguo director de El Mundo, David Jiménez, un libro en el que se relatan prácticas corruptas de periodistas y de sus empresas, sobornados ambos por los poderes económicos y políticos. Lo triste del asunto es que de los grandes casos no da nombres -con lo que la sospecha se extiende sobre el conjunto de la profesión- y de aquellos otros más menguados, en que sí los da, lo hace sin prueba alguna de sus imputaciones.
Ya está, pues, el lío.

Descubrir a estas alturas que la corrupción no va sólo desde la política y la construcción hasta los masters universitarios o los sobrecostes de material quirúrgico, sino que pasa también por los medios de comunicación y sus profesionales no es nada novedoso. Delinquir resulta consustancial a la naturaleza humana, como lo atestiguan el relato de Adán y Eva y el posterior parricidio de Caín. O sea, que nada nuevo bajo el sol.

Lo que sucede es que el periodismo ha estado —hoy habría que hablar, también, de youtubers, influencers y demás fauna— en el epicentro de todo el tráfago de información y, por supuesto, de dinero.

Y no me refiero sólo a la pervivencia imposible de empresas de comunicación financiadas oscuramente por quienes se benefician de sus favores, sino al periodista de a pie: al que tenía que hacer pluriempleo tras la guerra, al que mejoró luego su estatus recogiendo bajo mano sobres en los que se le retribuían sesgadas informaciones -las misceláneas de noticias económicas y los ecos de sociedad eran dos secciones de auténtico chollo- y al que hasta ahora mismo, en nómina y más frecuentemente fuera de ella, viene favoreciéndose con créditos blandos, pisos de favor, tertulias pagadas como audiciones de música clásica, conferencias perfectamente prescindibles, etcétera, etcétera.

Esto es así y seguirá siéndolo mientras pongamos el foco de la corrupción sólo en quienes el periodista señala y no lo hagamos sobre él mismo. En Estados Unidos, adelantado en tantas cosas, resultan tan conscientes del problema que un tercio de los programas docentes de formación de los profesionales se refieren a la ética en el ejercicio del periodismo. En España, ninguno.

Así nos va.

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