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jueves, 9 de mayo de 2019

LAS ESCALINATAS DE MONCLOA


LAS ESCALINATAS DE MONCLOA
GERARDO TECÉ
Me gusta pensar que alguien que cayó en coma en octubre de 2016, con Pedro Sánchez recién expulsado a patadas de la política, despertó esta misma semana y al encender la tele se lo encontró ahí, en lo alto de las escalinatas de La Moncloa. Sin un rasguño. Sánchez, el que no arde. Rompedor de pronósticos. Padre de carambolas. Protagonizando, como Pedro por su casa, la ronda de contactos para la formación del nuevo Gobierno –su segundo– con la soltura de un Borbón recibiendo en La Zarzuela. Cualquier día se tropieza, los planetas se alinean y su cara acaba en las monedas de euro.



El próximo Gobierno no se decidirá con una ronda de reuniones como la de esta semana, sino con cenas y llamadas de teléfono que no serán televisadas. La escenificación de estos dos días de reuniones sólo sirve para eso, para escenificar. Lo cual, por desgracia, lo es casi todo en política. Escenificar posiciones de poder. Pedro, encima de las escaleras, el resto buscando su sitio.

La ronda de contactos se inauguró con Sánchez recibiendo al Pablo equivocado, según millones de votantes que piden un Gobierno de izquierdas tras el 28A. Casado llegó a la que estaba convencido de que sería su próxima casa, llamando al timbre del traidor, felón y okupa, hoy señor presidente Sánchez. Llegó como el que aparece a medianoche, cabizbajo, pidiendo sofá o cama supletoria donde resguardarse de una mala racha. Pedro Sánchez se encargó de acogerlo y tratarlo con un cariño envenenado, el de recordarle al país que es Pablo Casado y nadie más el líder de la oposición. Su líder de la oposición. Sánchez le ofreció a Casado tratamiento preferente frente a Rivera. Una reunión más larga, una sala más grande donde comparecer ante los periodistas, una mejor sonrisa profident en la escalinata. En política, cuando tu líder de la oposición te funciona, no quieres cambiarlo por otro. Puesto a gobernar, parece que Sánchez ha decidido que también va a conducir las posiciones a la derecha.


Casado jugó su papel, que no era otro que el de aparecer por aquellas escalinatas para demostrarle al país que no se ha ido a dar clases a Harvard como le pedían algunos en su partido, sino que sigue dedicándose a lo de la política. Sin la gasolina y el mechero, únicas herramientas que le conocíamos para manejarse en el oficio, pero ahí sigue. Agarrado a esa teoría de las segundas oportunidades. Aznar la tuvo, Rajoy también, yo la merezco ahora, se reivindica Casado al frente de unas siglas del PP cuya única perspectiva de futuro son Pedro Presidente.

Con Casado desarmado, el espacio político de los mecheros y la gasolina se queda para Albert Rivera. Rivera fue a la Moncloa a disputarle al malherido líder popular el sillón de la oposición. Pero qué dices, si has quedado tercero, le repiten desde PP y PSOE sin conocer que a Rivera no lo mueven los números, sino ese espíritu liberal de libro de autoayuda que te invita a que las matemáticas no frenen tus sueños. Se puede ser líder de la oposición tras quedar tercero. ¡Vamos! Impossible is nothing, como dijo Churchill. Para vestirse de líder de oposición Rivera escenificó serlo. De ninguna manera vamos a apoyar la investidura, repitió una y otra vez Rivera, como si con una vez no bastara, como si su palabra no tuviera valor en España. Tras la negativa rotunda a Sánchez, Rivera jugó el papel de hombre de Estado –el otro papel necesario para parecer un líder de la oposición– ofreciendo los escaños de Ciudadanos para aplicar el 155 en Cataluña “si fuera necesario, que yo creo que lo es”. Por algún motivo, en España ya no escandaliza que el argumento jurídico para suspender una autonomía sea que a Rivera se lo pide el cuerpo.

“Si en algo nos hemos puesto de acuerdo, es en que vamos a trabajar para ponernos de acuerdo”. Es el titular que dejaron los cinco minutos de comparecencia de Pablo Iglesias tras más de dos horas de reunión con Sánchez. La parte contratante de la primera parte insistió también en que la parte contratante de la primera parte tendría toda la paciencia, prudencia y buena voluntad del mundo de cara a estas negociaciones. Se refería sin decirlo –en eso consiste la prudencia– a los desplantes y maniobras que están por venir por parte de un PSOE dispuesto a gobernar en solitario. Es decir, Pablo Iglesias sabe que de las estrategias maximalistas de otros tiempos –me voy a ir pillando esta cartera y esta otra– sólo saldría beneficiado a un Sánchez que no es el mismo que le confesaba a Évole la verdadera cara de la política. Ahora tiene de su lado a los poderes económicos y mediáticos que lo quieren ver gobernando en solitario. Es decir, gobernando sin darles dolores de cabeza. Esos poderes no han aparecido por las escalinatas de La Moncloa durante estos dos días porque no necesitan escenificar nada. La única escena importante en los próximos tiempos será ver qué tratamiento les dará Sánchez cuando aparezcan por allí sin cámaras ni fotógrafos. De si les da la mano o si les hace una reverencia, dependerán los próximos años. 

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