POLICÍA POLÍTICA: OJALÁ FUERAN
SOLO CLOACAS
MIGUEL PASQUAU LIAÑO
Las llamadas
“cloacas del Estado” son legales. El reconocimiento de que con las reglas de
juego generales quedan puntos ciegos para la seguridad y la defensa del
sistema, forma parte del propio sistema, y por ello se admite legalmente la
existencia de un servicio de inteligencia sujeto a un control judicial muy
atenuado por la cobertura de la normativa de secretos oficiales, y de unos
fondos “reservados” de gestión opaca. Digamos que el sistema admite esta
“enmienda” parcial, como una especie de tributo de modestia, o un
reconocimiento de la propia debilidad. Las llamadas cloacas son en realidad un
enorme acto de confianza en el Gobierno, porque se trata de instrumentos cuyo
abuso sería muy difícil de detectar. Por eso, cada vez que un Gobierno las convierte
en un burladero para fines diferentes de los que las justifican, entramos en el
ámbito de una grave malversación de la democracia
Así ocurrió con los
gobiernos de Felipe González, que más allá de
investigar a fondo las entrañas de los ámbitos de apoyo a ETA (para lo
que sí tenían cobertura legal y mandato democrático), optaron por cometer
delitos graves (secuestros, asesinatos) en esa lucha contra el terror. Y así
ocurre cuando esos resortes se utilizan para investigar a los rivales
políticos, vulnerando sus derechos fundamentales. Si llegaran a confirmarse las
sospechas de que desde el Ministerio del Interior del Gobierno 2012-2016 se
estuvieron investigando a partidos independentistas absolutamente legales, y se
estuvo obteniendo ilícitamente información y fabricando pruebas falsas para
perjudicar a otro partido legal (Podemos), estaríamos ante uno de esos
escándalos que hacen caer a un Gobierno estrepitosamente y le ponen difícil
resurgir de sus cenizas, porque acumularía varios reproches insalvables: el uso
de fondos públicos para una finalidad partidista, la deliberada vulneración de
derechos fundamentales (en particular, a la intimidad) desde el poder público
por decisión política, y el empleo de servicios de información para una
finalidad ajena a la seguridad ciudadana, a la lucha contra el crimen y a la
defensa nacional. Con una circunstancia agravante, que antes he destacado: el
abuso de confianza, es decir, el empleo de instrumentos excepcionales
concedidos por una sociedad dispuesta a cerrar los ojos en la confianza (ciega)
de que van a ser empleados para usos legítimos. Desde mi punto de vista se
trata de algo enormemente más grave que la asquerosa corrupción económica, la
que sustrae dinero público para beneficio partidista o privado. Es más grave
porque lo dañado no es sólo el erario público, sino directamente la democracia.
Puede que la
explicación real, pero aún no dada, sea aún peor que lo que se está sugiriendo.
Es sólo una conjetura mía, pero no me parece un delirio. Me refiero a que quizás
el Ministerio del Interior ordenó o autorizó las acciones que están saliendo a
la luz creyendo estar cumpliendo fiel y cabalmente sus funciones. Piénsenlo. A
lo mejor no se trataba de ganar ventaja en la lucha partidista, ni de
simplemente mantenerse en el Gobierno poniendo obstáculos a posibilidades
alternativas, sino de algo peor y más inquietante: que desde el Ministerio del
Interior se hubiera entendido que la defensa del sistema exigía usar estos
métodos contra algunos partidos normalizados por las reglas constitucionales y
del juego democrático. Dicho de otro modo, que decidieron, por ejemplo,
vigilar/espiar a Podemos para… ¡defender al Estado!
Digo que esto sería
más grave aún porque denotaría que para el Gobierno de antes de ayer, o al
menos para la cúpula de su Ministerio del Interior, el sistema tendría unas
exigencias no formuladas en ningún texto que están por encima de los derechos
fundamentales, el pluralismo político, y la democracia, de manera que los
mecanismos excepcionales para proteger la democracia pudieran utilizarse para
preservar esas innombrables exigencias frente a la democracia misma. ¿No es
inquietante? Si el Gobierno escogió a aquellos partidos como objetivo (y no a
otros) “para defender el sistema” (de la secesión, del bolivarismo, del
comunismo, del populismo, pongan lo que quieran), en vez de para simplemente
seguir en el poder, entonces ya no se trata de un pecado mortal, sino de un
sacrilegio (confío en que recuerden las nociones del catecismo y aquella
clasificación de pecados): partidos que expresan el legítimo pluralismo
político son considerados, desde el poder, como fuerzas “antisistema”, peligros
para el Estado, y se les combate con armas específicas que el sistema reserva
sólo para la seguridad del Estado y para la defensa nacional (art. 1 de la Ley
11/1995, de 11 mayo). Si así fuera, el pluralismo político queda condicionado a
la ideología del Gobierno, la libertad de acción política queda delimitada no
sólo por la prohibición de cometer delitos sino también por confines
ideológicos, y la democracia expulsa por la puerta de atrás a opciones
políticas a las que deja entrar por la puerta que está a la vista. Como no se
puede instar la ilegalización de esos partidos, porque el sistema
constitucional no lo admite, se utilizan las cloacas para neutralizarlos. No
es, por cierto, aventurado pensar que no se trató de una iniciativa decidida
por mandos intermedios, porque el artículo 6 de la Ley 11/1995 reguladora de
los fondos reservados atribuye al ministro la responsabilidad de establecer las
normas internas que garanticen que el uso de estos fondos se realiza
“únicamente para financiar las actividades señaladas en el artículo 1”, es
decir, para “defensa y seguridad del
Estado”.
Quizás no se trate
de eso, y estemos sólo en el nivel de “pecado mortal” (que, les recuerdo, es
suficiente para la condenación eterna, sin derecho al purgatorio). Pero lo
terrible es mi sensación (ojalá equivocada) de que una parte no despreciable de
la ciudadanía estaría dispuesta al sacrilegio. Es decir, que en realidad no
llega a escandalizarse de que un Gobierno se defienda con fondos reservados,
espías y policía de manos libres, de otros partidos legales, por considerarlos
“peligrosos para el sistema”. Igual que muchos españoles deliberadamente
quisieron cerrar los ojos cuando las sospechas de un terrorismo de Estado
(GAL), puede que hoy muchos también prefirieran que no salieran a la luz los
abusos de esa supuesta policía política del Gobierno 2012-2016, como si el
problema no fuera que se hagan esas cosas, sino “que se sepa”. Lo del GAL fue
más grave porque asesinó, ciertamente, pero lo de ahora no iba de luchar contra
el terrorismo.
Un Gobierno tiene
facultad para investigar con fondos reservados y en secreto al terrorismo, a
servicios de inteligencia extranjeros, o a una macro-delincuencia que escapa de
las posibilidades de un Juzgado de Instrucción o de una policía reglada. Lo que
no puede es tratar como un riesgo para el sistema lo que es una parte del
sistema. Recuerden cuando Iglesias, en aquella rueda de prensa de difícil
olvido, se postuló como vicepresidente de un Gobierno de Sánchez con la
dirección del CNI, lo disparatado que pareció a muchos, temerosos de que
hiciera un uso político de esa institución. Imaginen a un ministro del partido
al que más odien o más teman con disponibilidad de fondos reservados. ¿No les
parece un asunto de la máxima importancia? ¿No deben extremarse las
responsabilidades políticas por cualquier desviación en ese terreno? ¿No
deberían haber supuesto una conmoción política las sospechas de lo ocurrido?
Los edificios
públicos deben ser espacios de neutralidad, y no deben ostentar signos
partidistas, pero ¿no tiene infinitamente más importancia la neutralidad
política de la policía? El abuso de los decretos-ley (o “decretazos”) es algo
que importa, pero ¿puede uno entregarse a discutirlo sin haber abordado antes
el escándalo del uso torticero de los fondos reservados? Discutir sobre la
exhumación del cadáver de un dictador está bien, pero ¿no habría que poner más
énfasis en la exhumación de la podredumbre de las cloacas?
Casado llegó a
decir hace algún mes que la admisión por el Gobierno de Sánchez de la figura de
un relator en las conversaciones que tenía planteadas con la Generalitat era lo
más grave que había ocurrido en la democracia desde el 23-F. Fue, naturalmente,
una exageración. Pero no sé si es tanta exageración decir que el espionaje
político del Ministerio de Fernández Díaz a partidos catalanes y a Podemos es
el suceso más grave que ha sucedido en la democracia española desde los GAL del
ministerio de Barrionuevo. Sin duda alguna merece una comisión de investigación
parlamentaria, una vez que el proceso judicial concluya, porque no sólo están
implicadas responsabilidades penales, sino la supervivencia del sistema
constitucional, tal y como normalizadamente se entiende. Imagino que, en
campaña electoral, además de sobre la posición española en el conflicto de
Venezuela y sobre el abortado intento independentista de Cataluña, se hablará
también en algún momento de cloacas del Estado. Cuando las alcantarillas
empiezan a oler mal, suele ser indicio de epidemia, y es posible que haya que
hacer obras en el subsuelo.
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