MÁS ALLÁ DEL FOLCLORE
ILKA
OLIVA CORADO
Si tan solo
tuviéramos dos dedos de frente y con esto la capacidad básica de raciocinio, entenderíamos
que los Pueblos Originarios lo son todo y que nos debemos a ellos, así
hayamos llegado a la cúspide de la educación superior o de la falsificación: pues
somos seres plásticos y de apariencias.
Prioridades para muchos de nosotros que creemos que somos otro paisaje
que está muy lejano de la raíz de la cepa de donde venimos.
Si tan solo la
infinidad de lecturas de libros de autores famosos que solemos fanfarronear en
redes sociales nos sirvieran de algo. Si tan solo la infinidad de destinos
turísticos y viajes en primera clase que solemos presumir en redes sociales nos
sirvieran de algo. Si las maestrías, si los doctorados nos sirvieran de algo
más que para el codeo con gente que también como nosotros se cree otro paisaje.
Si sirviera de algo
el buen gusto por la comida fina y las bebidas lujosas que solemos presumir en
redes sociales, nuestro buen tino para gritar a los cuatro vientos que nuestra
economía es estable que nos podemos dar lujos que otros no. Lujos en un mundo
de plástico y apariencias muy lejano al de los Pueblos Originarios.
Si todo eso
sirviera para algo sabríamos que estamos perdidos, que nos lanzaron al culo del
abismo y que seguiremos rodando sin parar en un vacío sin fin donde las masas
amorfas que conformamos se convierten en
alcornoque. Que somos las madejas, las
marionetas, los hilos que otros mueven para su conveniencia, creándonos una
ilusión fantasmagórica de lo que es el progreso.
Y creemos que ellos
que nos tienen carro, que no tienen lociones finas, que no tienen carreras
universitarias, que no comen en restaurantes cinco estrellas, que no viajan en
primera clase, que no toman vacaciones alrededor del mundo, que no sonríen para
quedar bien, que no fingen para encajar, que no se codean para obtener, que no
se aventajan a los demás, que no meten zancadilla para ganar, que no
fanfarronean un plato de comida y que
desconocen el mundo de las redes sociales, el
de las pretensiones y el del qué
dirán: son los incultos y manipulables.
Creemos que las
etiquetas son las que nos hacen, entonces vamos por la vida como: licenciados,
doctores, politólogos, que no sé qué y que no sé cuánto y que cúcara mácara… Y
somos el colmo de la ignorancia, porque si las etiquetas nos sirvieran de algo
sabríamos que estamos cagados, que nunca fuimos, que somos producto de un
sistema de clases que nos ha manejado a su antojo. Sabríamos que esos pueblos
que nosotros solo vemos como el folclore lo son todo. Sabríamos que ninguna
universidad nos enseñará tanto como la sabiduría de esas manos milenarias, de
esos labios que comparten de generación en generación pócimas, leyendas,
sistemas sociopolíticos, conocimiento ancestral que ninguna educación superior podrá igualar nunca. Porque antes de las
universidades, de los automóviles, de los aviones, de las invenciones de este
mundo de apariencias y de compra-venta, ya existían los Pueblos Originarios.
Si tuviéramos la
humildad, el agradecimiento, el entendimiento y el corazón abierto
aprenderíamos mucho de ellos porque no hubo, no hay y no habrá gente tan capaz,
humilde, inteligente, honesta y solidaria como la de los Pueblos Originarios. Y
de éste lado, en este paisaje lejano, muy lejos de la cepa, donde estamos
nosotros los mediocres y fanfarrones,
donde pululan los títulos, las etiquetas, las fotografías con filtros,
la barbaridad de las redes sociales, nunca tendremos el nivel de conciencia, de solidaridad, ni de conocimiento que tienen
los Pueblos Originarios.
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