HABLEMOS DE LAS PENSIONES DE
UNA PUÑETERA VEZ
JUAN CARLOS ESCUDIER
Dicen que las
pensiones han entrado en campaña, y lo han hecho gracias a Daniel Lacalle, el
gurú económico de Pablo Casado, que como el escorpión de la fábula lleva la
gestión de fondos –privados obviamente- en su naturaleza. El caso es que
Lacalle se ha metido en un jardín amazónico con una entrevista en la que parece
sugerir que la solución a las pensiones es recortarlas entre un 20% y un 40%,
aunque luego ha reculado para decir que lo que él defiende es el modelo sueco,
un mix público-privado que aplicado directamente a España supondría meter un
tajo a los futuros jubilados del 40%. Se
agradece la precisión.
Resulta difícil de
entender en cualquier caso que en un país con 9,71 millones de pasivos, o si se
prefiere el 26% del electorado, el asunto de las pensiones no estuviera en la
mesa de la campaña como un florero perpetuo, pero se ve que hay temas más
importantes como el derecho a portar armas al ir a pasear el perro, el aborto
neardental, o el estado de sitio en Cataluña porque el de excepción se queda
pequeño.
Entre las promesas
de revalorización con el IPC que algunos prometen -y que posiblemente
incumplan- y los ardides de otros para disimular su intención de mutilar las
prestaciones, la sociedad exige un debate a fondo que conjure el miedo que se
ha instalado entre los futuros beneficiarios del sistema, a los que en los
últimos años se les ha pedido que se resignen y disfruten mientras puedan de
las vistas del apocalipsis. Ese es el horizonte que hoy contempla cualquiera
que se asome al agujero anual de 18.000 millones que arroja la Seguridad
Social, contra la que -como alguna vez se ha dicho aquí- se ha cometido un
crimen que se nos ha presentado como un vulgar accidente.
No ayuda en
absoluto la desidia de unos políticos que tiraron por la borda dos años de
trabajo de la comisión del Pacto de Toledo y, con la excusa del adelanto
electoral, fueron incapaces de sacar adelante sus recomendaciones. Aplazar lo
inaplazable es un disparate, como lo es mantener en penumbra un asunto sobre el
que todos deben retratarse para comprobar si sus recetas son asumibles, amargan
o están sacadas directamente del cuento de la lechera.
La gente tiene
derecho a saber primero cómo se ha llegado a la situación actual y a pedir
responsabilidades por una estrategia deliberada de desvalijamiento de la
Seguridad Social, resultado obvio de aminorar sus ingresos y multiplicar sus
desembolsos. Se vació la hucha de las pensiones, que en sus mejores momentos ofreció
réditos de hasta 3.000 millones anuales; se obligó al sistema a financiar las
regalías gubernamentales, desde bonificaciones a empresas a tarifas planas de
cotización; se trasladaron a sus cuentas quebrantos que no le pertenecían para
que otros organismos públicos como el de Empleo cuadraran sus balances; y se
aderezó el cóctel con una devaluación salarial que ha impedido que el aumento
de cotizantes aporte mayores ingresos. Mienten quienes explican que todo ello
fue causa de la crisis porque en sus años más duros y virulentos ni hubo
déficit ni fue necesario recurrir a las reservas.
A partir de aquí,
urge conocer si lo planteado hasta el momento, tal que liberar a la Seguridad
Social de gastos que no le corresponden, redistribuir los porcentajes de las
cotizaciones sociales, ampliar el cálculo de la pensión a toda la vida laboral,
acercar la edad real de jubilación a la edad legal, financiar vía impuestos
determinadas prestaciones, obligar a los autónomos a cotizar por sus ingresos
reales o hacer que los robots paguen impuestos, entre otras medidas, es
suficiente para reequilibrar las cuentas.
Finalmente, los
partidos están obligados a ofrecer sus alternativas, porque lo que no se puede
pretender es que asistamos a un bombardeo constante sobre la supuesta
quiebra y a escuchar esas predicciones
geriátricas de 2050, donde se nos dice que seremos el país más viejo del mundo
tras Japón con 77 pensionistas por cada 100 habitantes, sin que nos echemos a
temblar. Dígase si es inevitable suscribir un plan de pensiones privado como
plantea Lacalle y nuestros benefactores de la banca y si tendremos que
resignarnos a malvivir con pensiones de miseria. Explíquese por qué se demoniza
a la inmigración, cuando posiblemente esté en sus manos y en sus aportaciones
una de las salidas del laberinto. Detállese cómo se piensa dar un impulso a los
salarios, cómo se pretende fomentar la natalidad más allá de obligar a las
mujeres a ver ecografías semanales o qué impuestos hay que aumentar para
sostener el sistema. Y hágase todo ello sin infantilizarnos, sin edulcorarlo,
sin tomarnos por idiotas.
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