DESPIDIENDO A UN AMIGO
Rafael ZAMORA MÉNDEZ.-**
La palabra AMOR,
nos hace pensar en dos que no quieren ser dos, sino uno, para avistarse
mutuamente y vislumbrar adheridos en una misma dirección.
Precisamente, en el
matrimonio existen esos dos competentes surcos, fundados exclusivamente para
celosamente atesorar la misma semilla.
Casi siempre, sin
uno esperarlo, de repente se reciben algunas determinadas malas noticias, que
enormemente nos afectan, apabullándonos tajantemente por completo.
Quien fuera nuestro
cercano, moralizante, afectuoso magnífico paciente vecino y buen amigo, HIGINIO MORALES, ubicado en la calle ”El Teatro”, de la Villa de
Valverde, en el EL HIERRO, a los 86 abriles, se ha despedido de nosotros,
abandonando de una vez por todas los punzantes padecimientos que con ejemplar
resignación, por tantas atravesadas malas épocas aguantara sobre la
desventurada faz de este sorpresivo mundo.
La naturalidad,
apego, lealtad y desprendido trato, fueron unas muy personales prendas humanas
que, a todas horas, caballerosamente, supo practicar y que, sin hipócritos falsos adornos, en primera fila,
descollaban en cada una de sus variadas
actividades,( comerciales en su
hacendosa lozanía y benefactoras en el excedente de su existencia).
Un servidor, en
plena juventud, mantuvo una cierta
loable amistad, con su industrioso padre, del mismo nombre, que, por aquel
entonces regentaba un modesto Bar.
Su inconsolable
esposa, para mí, cariñosamente llamada “PINITO”,
con la la que
siendo niña todavía, confraternizara, fue una entregada muchachita que tenía
embelesados a sus asignados padres, Doña MERCEDES y Don ELADIO
CEJAS, sobre los que inclinó sus mayores atenciones laboriosas, cuidadosos y mimosos desvelos,
algo que nunca dejó de seguir ejerciendo
con inaudito desprendimiento, sobre su desaparecido marido.
Desde “NACIÓN
CANARIA”, vaya un emotivo abrazo de sentida condolencia, para ella, para sus
inconsolables descendientes, HIGINIO, MAYEYE y CARLOS; para todos los
relacionados miembros de su muy afligida
FAMILIA, con la acérrima promesa de que, mientras sigamos pisando tierra
firme, recordaremos a este noble ser que, con su desaparición, nos ha dejado un
lacerante vació... muy, ¡pero que muy difícil de volver a rellenar!
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