PILAR BAEZA SOÑADA POR
VICTORIA KENT
JOSÉ ÁNGEL HIDALGO
Funcionario de
prisiones, escritor y periodista
Esta semana de
reivindicación feminista se celebra el aniversario del nacimiento de Victoria
Kent (1898-1987), la primera mujer al frente de la siempre delicada Dirección
General de Prisiones, cargo que ostentó durante la II República. Parlamentaria
brillante y polémica, fue ella, con el antecedente memorable de Clara
Campoamor, la que prestó un decidido vigor administrativo a la larga (y todavía
sin culminar) lucha por hacer de la cárcel una institución humanizada.
Todas sus
disposiciones estuvieron motivadas por su obsesión de hacer que el
internamiento no solo fuese un tiempo para sufrir un inevitable castigo (el
encierro), sino una oportunidad para rehabilitar al penitenciado: para ello
siempre defendió como imprescindible la dignificación del cuerpo de
funcionarios, por ejemplo, algo que parece que todavía hoy se olvida.
Pero lo que quiero
contar tiene que ver no solo con que merece la pena refrescar la memoria sobre
Victoria Kent estos días, por supuesto que sí, sino que este aniversario
significativo coincide con una noticia que sin duda ha puesto a prueba el
legado de esa singular mujer recogido en el artículo 25 de la Constitución: Las
penas privativas de libertad (…) estarán orientadas hacia la reeducación y la
reinserción social.. , epígrafe hermoso y fundamental que eleva a una altura
estratosférica el texto de la Carta Magna, pues nos indica a los españoles
nuestra obligación de respirar hondo y ensanchar el espíritu, mirar generosos
hacia adelante y perdonar.
Es un esfuerzo
ímprobo, perdonar, vaya que sí, pero la ley de leyes nos conmina a ello, y la
noticia de que Pilar Baeza, una mujer que cumplió condena por inducción al
asesinato, lidera una lista electoral luchando abiertamente para ser alcaldesa
de Ávila, sacude con fuerza estos días las conciencias, la mía también. ¿Por
qué ese estupor e inquietud? Pues porque al mismo tiempo que todos recordamos
el hermoso mandato constitucional antes citado, heredero del empeño decisivo de
Victoria Kent, nos inquieta también pensar en el dolor renovado que sin duda
padecerá la familia de la víctima de aquel crimen.
He de decir que
Pilar Baeza es una mujer que me admira por su templanza, determinación y
coraje: abrirse en canal al escrutinio público (¡en España!) después de haber
pasado por prisión es un índice fiable de la pasta de la que uno está hecho.
También ha sido valiente Podemos, pues respaldándola con énfasis se somete
también a ese escrutinio despiadado por una decisión que, siendo
constitucionalmente irreprochable, pocos se la jugarían arrendándole la
ganancia (electoralmente hablando).
Por el ejercicio de
mi trabajo sé de primera mano lo que le cuesta al que pasa años en un módulo volver
a enfrentar una vida en libertad. Reinventarse después de sufrir un largo
encierro no es solo una cuestión práctica de recuperar el tiempo perdido,
afectiva, intelectual y materialmente hablando, sino que la circunstancia del
internamiento es una lacra mórbida y oscura, prácticamente imborrable, que
debilita la confianza del ex presidiario hasta extremos patológicos. El estigma
le acompañará por mucho tiempo: ha de ser fuerte, muchísimo, para superar el
rechazo implacable, para aguantar la mirada acusadora una vez deje atrás el
refugio que, paradójicamente, es para muchos la cárcel.
El penitenciado
sabe que la ley le permite reinsertarse, y la institución carcelaria le brinda
los medios para lograr ese objetivo (los que buenamente puede), pero sabe también
que, una vez ponga los pies afuera, no faltará quien esté dispuesto a
prevalecerse de esa circunstancia para dañarle: Pilar Baeza es el ejemplo, pues
basta con poner su nombre en Google para darse cuenta de la dimensión del reto
al que se enfrenta: la ferocidad mediática con la que se está recordando el
delito por el que ya ha pagado, si bien puede ser hasta comprensible, no deja
de poner a prueba las costuras de ese hermoso artículo constitucional que en
esencia habla de dar una segunda oportunidad al que ha caído.
Pienso que si
Victoria Kent hizo tan grandes y hermosas cosas fue porque su deseo último era
que un día, alguien como Pilar Baeza pudiera salir a la calle tras cumplir una
dura condena sin que ni su cuerpo ni su espíritu estuvieran hechos añicos, que
pudiera reintegrarse con la autoestima suficientes como para hacer todo lo que
la ley no le prohibiera una vez pagada su deuda: aspirar a ser alcaldesa de
Ávila, por ejemplo.
De Victoria Kent
fueron decisiones como instalar calefacción en las prisiones en la medida de su
exiguo presupuesto, retirar grilletes, disponer que los infames jergones fueran
sustituidos por humildes colchones, decretar la libertad de culto, conceder
permisos de salida a los reclusos… y
permitir la entrada a la prensa en las penitenciarías. Con ella se abrió la
primera cárcel de mujeres (Ventas) con cuartos de baño entre otras cosas, y un
departamento especial para madres con hijos pequeños.
Todo esto se puede
escuchar de su propia voz en la magnífica entrevista que Joaquín Soler le hizo
en 1979 para TVE, en su programa A fondo, y que se puede ver íntegra en este
enlace (es un excepcional testimonio de historia viva de la República):
Estoy convencido de
que Victoria Kent hubiera sentido una enorme satisfacción ante la circunstancia
difícil y complicada, pero llena de significado social, que hoy afronta Pilar
Baeza. Lo hubiera vivido sin reservas como sueño que se cumple, un éxito
rotundo de la institución penitenciaria en su primordial labor de reinserción.
Y la hubiera
animado sin reservas, a pesar de la ferocidad mediática, a presentarse a la
alcaldía: está en su derecho, ¿no? Pues
que la vote libremente quien le venga en gana.
¡¡Feliz semana de
reivindicación feminista!!
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