LÓPEZ OBRADOR NO DESVARÍA
JUAN CARLOS ESCUDIER
El Gobierno español
ha reaccionado como una virgen ultrajada a la carta que el presidente de
México, Andrés Manuel López Obrador, ha dirigido al Rey para que pida perdón
por los excesos y abusos cometidos durante la conquista y la colonización,
ahora que se cumplen 500 años de la llegada a aquellas tierras de Hernán
Cortés, al que aquí llegamos a venerar como un héroe y al que allí se le
considera un auténtico salvaje. La respuesta de Moncloa ha utilizado un
argumento muy similar al que algunos
emplean para eludir el franquismo –algo así como olvidemos el pasado y miremos
al futuro- y a punto se ha estado de afirmar que los descendientes de Moctezuma
quieren ganar ahora la guerra que perdieron hace cinco siglos.
Podría pensarse que
la exigencia de López Obrador es un disparate porque es evidente que no es de
recibo exigir cuentas a un país por los atropellos y matanzas que se cometieron
en su nombre cuando reinaba Carolo, pero es que no se trata de eso en absoluto.
Lo que se pretende es aprovechar la efeméride para realizar una reparación histórica a las
comunidades indígenas, sometidas a la opresión y el exterminio no sólo en los
tiempos en los que en España no se ponía el sol sino también después de la independencia,
un sojuzgamiento que incluye a yaquis, mayas y también a los miles de chinos
que se usaron como esclavos y que fueron torturados y asesinados, víctimas de
las políticas racistas de los gobiernos mexicanos posteriores a la Revolución.
En definitiva, no se trata de reescribir la historia sino de efectuar un
ejercicio de catarsis para cerrar las heridas que aún se consideran abiertas.
No es, por tanto,
un desvarío porque, de serlo, habría que juzgar como loco al propio Papa –al
que también se le ha hecho llegar una carta similar- porque en su estancia en
Chiapas, en febrero de 2016 pidió perdón a los indígenas por la exclusión y el
menosprecio al que históricamente fueron sometidos. “Muchas veces, de modo
sistemático y estructural, los pueblos indígenas han sido incomprendidos y
excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, su
cultura y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes
del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las
contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de
conciencia y aprender a decir: ¡perdón! El mundo de hoy, despojado por la
cultura del descarte, los necesita”, proclamó el pontífice.
No puede ser un
desvarío porque, de serlo, habría que pensar que el Rey no estaba en sus
cabales cuando en noviembre de 2015 se dirigió a la comunidad sefardí, con
motivo de la ley por la que se concedía la nacionalidad española a los
descendientes de los judíos expulsados de España en 1492, para agradecerles que
hubieran hecho prevalecer el amor sobre el rencor y expresarles lo mucho que se
les había echado de menos. “Regresa formalmente al tronco común de la nación
una de sus ramas que, en su día, fue tristemente separada”, dijo Felipe VI en
aquel acto de reparación.
Los que sí
desvarían son los que entienden la petición de López Obrador como un desafío
diplomático y lo atribuyen a la educación del presidente, imbuido de la desazón
identitaria de aquellas generaciones de mexicanos que en el laberinto de
soledad que dibujó Octavio Paz se negaban a aceptar que eran hijos de la gran
chingada, de aquella Malinche amante de Cortés, del mestizaje.
El Gobierno
mexicano no quiere compensaciones económicas por el saqueo sistemático y por el
etnocidio, sino contribuir a una reparación moral que sus propias autoridades
están dispuestas a conceder a quienes no han dejado de sufrirlo. No es
deshonroso asumir la factura pendiente con la comunidad indígena ni reconocer
la crueldad de aquel viejo imperialismo que todas las potencias europeas han
reproducido, con el agravante de que los suyos no tuvieron lugar hace cinco
siglos sino que hoy mismo siguen manifestándose.
Nadie pretende
criminalizar a España porque eso sería tanto como criminalizar a México. Basta
leer los informes de la relatora de Naciones Unidas para contemplar la realidad
indígena actual, una población sometida a todo tipo de acosos y amenazas,
cuando no a una violencia extrema por oponerse, por ejemplo, a la construcción
de un gasoducto. Se pide un acto de honestidad para que en cada aniversario
haya realmente algo que celebrar de una “gesta” que ni fue, como sostiene ahora
Pablo Casado, el hito más importante de la humanidad tras la romanización, ni
debe ser motivo de flagelación colectiva. Parece de justicia.
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