EL CONTROL DE DROGAS NO FUNCIONA: EL CONSUMO Y LA PRODUCCIÓN SE HAN
DISPARADO
NURIA JAR / AGENCIA SINC
La producción, el
tráfico y el consumo de estupefacientes no paran de crecer, como se ha
advertido en la reunión anual de la comisión de drogas de la ONU en Viena. Los
países están divididos entre los más y los menos punitivos. Numerosos expertos
alertan de que seguir castigando el consumo propio es un obstáculo que fomenta
los prejuicios y la discriminación.
Un 5,6 % de la
población mundial consumió drogas al menos una vez en 2016, según los últimos
datos de la ONU / Adobe Stock
Los restos de
marihuana en uno de sus bolsillos le arruinaron las vacaciones que pasaba en
una isla tailandesa, donde le paró un control de policía. Allí mismo le
retiraron el pasaporte, al cabo de unos días recibió una citación judicial y lo
metieron en un centro de internamiento a la espera de ser repatriado. Dos meses
después regresó a casa y siguió fumando porros, como había hecho desde el
instituto.
Esta historia
–real– muestra las diferencias entre España y Tailandia. Mientras que aquí el
consumo propio está permitido, en el popular destino del sudeste asiático la
sanción por tenencia de drogas es penal. Cada gobierno legisla a su manera. Por
ejemplo, el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, bautizado como el ‘Trump
asiático’, defiende la recuperación de la pena de muerte por posesión de
drogas.
En general, los
países más conservadores, populistas, autoritarios y con pocas garantías en
materia de derechos humanos se han inclinado históricamente por la
criminalización del consumo de drogas. Algunos ejemplos son Rusia, Irán,
Egipto, Pakistán y Arabia Saudí. En el otro extremo están los países más
abiertos a reformas y permisivos, como muchos estados europeos, Canadá y Uruguay.
A pesar de las
particularidades de cada región, tres convenciones de la ONU han dibujado el
sistema internacional de drogas para garantizar la disponibilidad de
medicamentos fiscalizados –como los opiáceos para tratar el dolor– y limitar
los fines médicos y científicos de estas sustancias.
Voces contra la
criminalización
Actualmente,
numerosas instituciones y ONG, como la Comisión Global de Políticas de Drogas
(GCDP), integrada por expresidentes de gobierno y de la que formaba parte el
difunto exsecretario general de la ONU Kofi Annan, denuncian que las políticas
actuales contra las drogas no funcionan. Las voces más críticas piden
descriminalizar el consumo y posesión para uso personal, y pasar de la
prohibición a una regulación gradual basada la evidencia científica y procesos
participativos.
“Hay más producción
y consumo de drogas que nunca, debemos pasar de la prohibición a la
regulación”, afirma Michel Kazatchkine, enviado especial del secretario general
de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre VIH y sida en Europa
oriental y Asia Central. Este médico y diplomático francés considera
“inaceptable” la prohibición actual de las drogas: “La brecha entre la
evidencia y las políticas ha matado a mucha gente”.
Kazatchkine forma
parte de la GCDP, que en su último informe de 2018 pone de manifiesto que “la
criminalización del consumo y posesión de drogas para uso personal se reconoce
cada vez más como un obstáculo y fomenta los prejuicios, el estigma y la
discriminación contra personas y comunidades”.
Esta semana se ha
celebrado en Viena (Austria) la reunión anual de la Comisión de Estupefacientes
(CND) de la ONU para revisar la situación. Los países miembros, cuyos altos
cargos gubernamentales se reunieron la semana pasada, continúan divididos entre
los que apuestan por la penalización absoluta y los que piden virar el modelo
hacia la descriminalización.
“Hay un
enfrentamiento claro entre los gobiernos más y menos punitivos”, comenta Marie
Nougier, responsable de investigación y comunicación del Consorcio
Internacional sobre Políticas de Drogas (IDPC), una red mundial formada por ONG
y profesionales de todo el mundo.
La conclusión de la
sesión ministerial volvió a poner en valor el respeto a la autonomía de los
Estados para promover “una sociedad libre del uso indebido de drogas”. Sin
embargo, las ONG insisten en que este objetivo es imposible.
“Los representantes
de la sociedad civil estamos aquí presentes para obligar a nuestros gobiernos a
rendir cuentas sobre decisiones que toman en Viena y que luego impactan sobre
el terreno”, cuenta Constanza Sánchez, politóloga de la Fundación ICEERS. “Los
grandes temas no se están hablando”, añade sobre estos encuentros, y pone como
ejemplo la penalización de la posesión de drogas y el cannabis: “Es el elefante
en la habitación”.
En enero, el comité
de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que asesora a la comisión de
drogas de la ONU, emitió una carta en la que revisaba la evidencia científica
sobre esta droga y sugería que el control sobre ella debería ser menos
estricto. No obstante, en Viena se ha pedido posponer hasta el encuentro del
año que viene la reclasificación del cannabis.
Más droga que nunca
Hasta 275 millones
de personas de entre 15 y 64 años, un 5,6 % de la población mundial, consumió
drogas al menos una vez en 2016, según el último informe publicado en julio de
2018 por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC).
El mismo año, la producción mundial de cocaína y opio alcanzó cifras de récord.
Además, el número de usuarios de marihuana sigue aumentando.
Sin embargo, la
droga que más mata es legal. Los opiáceos, analgésicos para tratar el dolor que
se venden con receta médica, fueron responsables de tres de cada cuatro muertes
por consumo de sustancias psicoactivas en el mundo, según datos del informe
mundial sobre drogas 2018 de la UNODC. De 2016 a 2017, la producción global de
opiáceos aumentó en un 65 % alcanzando las 10.500 toneladas, la estimación más
alta registrada por UNODC.
Los datos reflejan que
el aumento del consumo con fines no médicos se ha convertido en “una epidemia”
en Estados Unidos, donde cada día muere una persona por sobredosis de estas
sustancias, y abunda en el mercado negro de países africanos y asiáticos.
Según el informe,
“un creciente flujo de preparados farmacéuticos de origen incierto que está
siendo destinado a uso no médico, así como el consumo y tráfico de polidrogas,
está agregando niveles de complejidad sin precedentes al problema”.
Despenalizar el
consumo
El escenario y las
cifras actuales han hecho resurgir las voces que piden superar el
prohibicionismo. Algunos países apuestan por ello desde la década de los 1970 y
en los últimos 15 años muchos más se han sumado a esta tendencia de
despenalización del consumo. En cambio, los más críticos temen que se abra la
caja de Pandora y aumenten las adicciones.
Según los
partidarios de la despenalización, la criminalización ha supuesto una expansión
de enfermedades infecciones por VIH y hepatitis C, aumento de costes económicos
del sistema judicial, incremento de los niveles de violencia y consecuencias
estigmatizadoras sobre las personas, muchas de las cuales ya son víctimas de
abusos de derechos humanos.
Por ejemplo,
numerosos estudios demuestran que las minorías racializadas sufren más
persecución policial que las personas blancas, aunque no existan diferencias de
consumo, como el caso de la mayor encarcelación de afroamericanos por drogas en
Estados Unidos.
El informe
publicado en marzo de 2016 por el centro británico Release La revolución
silenciosa propone políticas de descriminalización, combinadas con inversiones
en servicios sanitarios y sociales, que contribuyan a que las personas que
consumen entren en tratamiento, mejoren los resultados de salud pública, se
reduzcan costes del sistema judicial por crímenes y se proteja a los
consumidores del impacto “devastador” de una condena criminal.
“Los datos muestran
que hay más perjuicios relacionados con la criminalización que la
descriminalización, que no implica más consumo”, advierten los expertos
independientes británicos.
El caso español
La posesión de
drogas nunca ha sido un delito en España, cuenta la abogada Amber Marks,
directora del Centro de Justicia Penal de la Universidad Queen Mary de Londres
(Reino Unido), en un artículo de La revolución silenciosa. En el caso de la
marihuana, el cultivo de plantas para consumo propio está permitido y en 1990
se admitió la adquisición colectiva para consumo de grupo.
Así nacieron los
primeros clubes sociales de cannabis, que han proliferado en los últimos años.
“En las últimas dos décadas el activismo, la autorregulación, las autoridades
municipales y las decisiones judiciales han conducido a una situación en la que
el cultivo y el consumo con fines no comerciales es una actividad arraigada
socialmente extendida y no supone un delito en España”.
Según datos de
2016, Marks calcula que hay unos 500 clubes de cannabis en la península, la
mayoría en Cataluña, seguida por el País Vasco.
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