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martes, 22 de enero de 2019

SOBRE MANOLO DÍAZ GARCÍA Y SU NOSTALGIA DEL OLVIDO


SOBRE MANOLO DÍAZ GARCÍA Y SU NOSTALGIA DEL OLVIDO
ANTONIO ARROYO SILVA


Y PIENSA HOY

Y piensa hoy
qué mirarán los ojos
que él ya no mira, dónde
la pupila
vivísima,
tanto amor que había,
la diáfana feria del vivir
de aquellos días,
los volteados lienzos enemigos.

Qué gran panadería, tahona,
qué útil molleta:
mejor no vimos nunca.
Todo se amasa aquí:
humilde panadero, la levadura
corre, finge
deshacerse
entre sus manos, se va y traiciona.
el viejo fruto del rescoldo.
Aún queda. Probad.
No está en sazón
pero probad.
Será su propia sangre
la masilla y robaréis
con él
lo que anda lejos, aquello del principio.

Baltasar Espinosa.
Poesía Canaria Última
Ediciones El Museo Canario, col. Mafasca.
Las Palmas 1966.

Permítaseme la licencia de partir de esta maravilla poética de un autor galdense muy joven entonces, en 1966, ahora ya en el recuerdo y casi en el olvido. Permítasele al que escribe que también tenga nostalgia de un olvido, ya que poetas como Baltasar Espinosa deberían estar no solo en los libros, sino en la memoria colectiva del pueblo que los vio nacer y, por ende, de toda la humanidad.
No obstante, la licencia que les pido no es gratuita, pues en ella veo claramente reflejada la vida de Manuel Díaz García y, cómo no, de su libro de poemas que acaba de salir a la luz, Nostalgia del olvido.
Es bien sabido por todos ustedes el oficio de Manolo: panadero. El pan, las panaderías, los panaderos son temas muy recurrentes en la poesía contemporánea. Recuerden aquella enorme antología de Juan Carlos Mestre, La bicicleta del panadero, aparte del poema que vengo citando.
Manolo, al menos en su libro que le conozco, también anda en bicicleta y no precisamente en el sentido peyorativo o erótico de tal expresión, sino, al contrario, haciendo referencia a algo muy necesario para el oficio de panadero y el de poeta: la humildad y la honestidad.
En lo que se refiere a Nostalgia del olvido: «Todo se amasa aquí:/ humilde panadero, la levadura/corre, finge / deshacerse/ entre sus manos, se va y traiciona – dice el joven poeta del pasado Baltasar Espinosa al poeta recién estrenado del presente–. Ciertamente, aquí nuestro panadero-poeta todo lo amasa en este libro con la levadura traicionera de su dolor por la pérdida de un amigo, de cuyo nombre no quiere acordarse o pretende que nosotros, los lectores, no nos acordemos, pues a Manolo le es imposible nombrar el vacío que le ha dejado en su interior. Y esa nostalgia de querer olvidar es el puente que lo une a ese recuerdo, como Miguel Hernández cuya «Elegía a Ramón Sijé» une al poeta a su amigo Ramón, a pesar de todo lo que los separaba: el espacio, el tiempo, la muerte, la vida, las ideas contrarias que llevaron a la confrontación y el magnicidio a todo un país.
Pero no es la guerra el tema central de Nostalgia del olvido, donde Manuel Díaz García no se atreve ni a pronunciar la palabra elegía, sino se trata de una voz que: «Susurra, tímido, el olvido al recuerdo, / este sonríe con malicia:/ se sabe victorioso…// Está lleno de dolor». O aquello del poema IV: «Nos separó la vida, / paciente espero a la siguiente/ quizás seas tú, entonces, / quien clave en mi espalda un puñal». Aquí apreciamos ese tono hernandiano que aparece en la elegía citada, aunque las causas de esa separación y posterior muerte de Ramón Sijé y del amigo de Manuel Díaz García sean bien distintas: aquí está la muerte como lugar de imposible encuentro para ambos poetas.
No sería arriesgado decir que Nostalgia del olvido es un solo poema dividido en cien fragmentos. Manuel apuesta por el fragmentarismo no por seguir una moda poética o intelectual, sino porque la vida es así, añicos. Y, cómo no, la memoria (y el olvido) son fragmentos que vienen y van, se esconden en el silencio e irrumpen en la llanura de una página en blanco, pero nunca en forma de respuestas o aseveraciones, sino como manifestaciones de una duda o de un desasosiego.
La poesía contemporánea siempre parte de esa duda que en Nostalgia del olvido, felizmente cobra cuerpo en forma de nostalgia. Nostalgia por la pérdida de una habitación, de una pieza oscura de la infancia, como diría el poeta chileno Enrique Lihn; pero, sobre todo, nostalgia por ese olvido. Ese hecho perdido en lo más hondo del pozo de la conciencia del poeta. El peor dolor que podemos sentir (seguimos ahora el poema «Lo Fatal» de Rubén Darío) es no saber la causa de esa herida («Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,/y más la piedra dura, porque esa ya no siente,/pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,/ni mayor pesadumbre que la vida consciente»), pues afecta a la psiqué del sujeto lírico, como una suerte de esquizofrenia no psicosomática, sino, en este caso, fundada en el centro del poema.
«Pero mirad el pan, / el viejo fruto del rescoldo. / Aún queda. Probad. / No está en sazón/ pero probad. / Será su propia sangre/la masilla y robaréis/ con él/ lo que anda lejos, aquello del principio». Vuelvo al poema de Baltasar Espinosa que nos sirve de lazarillo por estos meandros que serpentean por las páginas entre la memoria y el olvido, entre las distintas maneras, distintos registros que Manuel Díaz adopta, concibe y admira en la creación poética: desde lo analítico a lo sintético, desde el paralelismo al cubismo y la poesía visual. Aquí también están presentes los otros poetas, como Federico García Lorca, Miguel Hernández, Neruda… También la memoria histórica y prehistórica, el pasado cercano de los represaliados del franquismo y el lejano de la cultura guanche que aún bulle en ese Juncalillo de las Medianías donde Manuel vive y se gana el pan. No me detengo más en estos aspectos ya magistralmente analizados por Ángel Sánchez. en el prólogo de Nostalgia del olvido. Me quedo con el pan de los poemas de Manolo y con el pan nuestro de cada día, ambos recién salidos del horno. Los probamos y, unas veces, nos resultan amargos y otras veces con él robaremos lo que anda lejos, aquello del principio.
Y ahora, para terminar, qué mejor manera que las palabras de Manuel Díaz García: «Te esperé/ detrás de las horas y los días, / detrás de los meses y los años, / detrás de las montañas y los daños, / hasta que un día de espera/ que prometía/ llegó hasta mí una voz extraña/ y me dijo: ALEA IACTA EST».
La suerte está echada; pero la suerte no es el azar, amigos lectores.

Antonio Arroyo Silva
Gáldar, 12-12-2018.

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