LA ULTRADERECHA NO ES TONTA
JUAN CARLOS ESCUDIER
Dando por
descontado que la derecha gobernará en Andalucía, la exigencia de Vox de
derogar las leyes de violencia de género como condición a su apoyo a la
investidura del candidato del PP sólo puede entenderse como una maniobra
propagandística que, por el momento, está consiguiendo el resultado esperado.
Todos los focos apuntan hacia Abascal y su Twitter, todos los medios le dedican
sus titulares y todo el mundo habla de esa extrema derecha que de tonta no
tiene un pelo.
El objetivo último
no es, por tanto, cambiar lo que ni siquiera está en la mano de sus socios sino
retratarles y, de paso, presentarse como la fuerza imprescindible sobre la que
debe pivotar cualquier acuerdo, ya sea al sur de Despeñaperros o en el conjunto
de España. Da igual que la pretensión sea inviable además de repugnante, porque
de lo que se trata es de demostrar que la sartén sólo tiene un mango que está
en su mano, al igual que ciertas partes pudendas de sus futuros coaligados en
grave riesgo de estrangulamiento.
La elección de esta
pretendida línea roja para prestar sus votos no es, en absoluto, casual. Es un
baldón para Ciudadanos, que ahora proclama su inquebrantable compromiso con la
lucha contra la violencia machista pero que hace tres años sostenía
razonamientos similares y hasta empleaba un lenguaje idéntico al de Vox. “En
cuanto a la ley actual contra la violencia de género e intrafamiliar, en
Ciudadanos pensamos que debe ser modificada
para acabar con la asimetría penal por cuestión de sexo y la ineficacia de la
propia ley”, rezaba textualmente el programa con el que concurrió a las
elecciones generales de 2015. En definitiva, propugnaba eliminar el agravante
del Código Penal cuando era el hombre el que agredía a su pareja o expareja,
aunque más tarde el propio Rivera intentara corregir el tiro explicando que su
idea era igualar las penas por arriba.
Consigue además
presentar a los populares como cómplices necesarios de lo que Vox denomina
dictadura de género y marca su propio territorio, desembarazándose de la imagen
de ser una extremidad amputada del PP que Casado pretende injertar de nuevo,
primero con unos puntos de sutura apresurados y más tarde, si la ocasión lo
permite, reconstruyendo su partido Frankenstein previo paso por el quirófano.
La idea de que Vox
vería con complacencia el pacto de PP y Ciudadanos y su reparto de consejerías,
y que comprometería su apoyo a la componenda a una distancia higiénica que no
les contaminara de ultraderecha no es que fuera ingenua; es que era una
estupidez colosal. Así que ahora, metidos en el laberinto y tanteando a ciegas
sus paredes, la única salida que les queda es sentar a Vox a la mesa y dejar
que las cámaras inmortalicen el momento.
Para la derecha sin
complejos de Casado y para la derechita veleta de Rivera no cabe otra
alternativa. Los primeros han vendido la piel de un cambio político en España a
cuenta de Abascal y necesitan, claro, que el oso les ceda el abrigo. A los
segundos les sería imposible explicar que Andalucía deba votar de nuevo con el
peligro de que el PSOE retenga el poder, cuando su desalojo –decían- era un
imperativo democrático, una regeneración inaplazable y no se sabe cuántas cosas
más, pese a que la semana anterior eran sus socios de Gobierno. Tragarán porque
no les queda otra. Que con su pan se lo coman.
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