UN TRIUNFO PARA LA BANCOCRACIA
ANA BERNAL-TRIVIÑO
El Supremo ha
encabezado uno de los mayores descréditos posibles. Ha hecho más política que
justicia y, a la vez ha tirado por los suelos su propia credibilidad, con el
consiguiente daño a la democracia. No es la primera vez. Ya lo hizo con las
cláusula suelo hasta que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea falló a
favor de la ciudadanía y contra la banca.
En nuestro país,
parece, se lleva más proteger a esta última. Y es fácil activar la alarma solo
informando de la bolsa, cuando la prensa nos hace creer que viene el fin del
mundo.
Concentración de
activistas antidesahucios frente al Tribunal Supremo, durante la reuinión del
Pleno de la Sala Tercera para estudiar el impuesto de las hipotecas.
EFE/Rodrigo Jiménez
Concentración de
activistas antidesahucios frente al Tribunal Supremo, durante la reuinión del
Pleno de la Sala Tercera para estudiar el impuesto de las hipotecas.
EFE/Rodrigo Jiménez
El 19 de octubre,
al día siguiente del fallo del Supremo a favor de los consumidores, El País
mencionaba que “la bolsa castigaba a las entidades con caídas”. ABC titulaba
con un “batacazo de la banca tras las sentencia de las hipotecas”. La Razón
publicaba que la banca perdía más de 5.500 millones en Bolsa tras el fallo del
Supremo. El Mundo decía que los bancos estaban en “shock” y que el fallo
“hundía su cotización”. Cinco Días anunciaba que las hipotecas se encarecerían
tras la sentencia del Supremo y que los bancos se habían “desplomado”. El
Economista advertía que el desplome en la bolsa había dejado al Íbex al borde
de mínimos. Y Expansión señalaba el “varapalo a los bancos” y que las entidades
financieras pedían a los jueces “una mayor seguridad jurídica”. Lo dicho, el
fin del mundo. Fue lo mismo que ocurrió con las cláusula suelo y ningún banco,
tras la decisión del TJUE, ha quebrado. Al revés, siguen con ganancias.
Casualmente, parte de esa prensa que no informaba del impacto de la medida,
sino que exageraba su alcance, hace unos años fueron los “afortunados” con
envolver sus portadas al completo con una publicidad del Banco Santander.
En menos de 24
horas, la justicia que siempre decimos que es lenta, fue rápida y sagaz y dejó
en suspenso el fallo por su “enorme repercusión económica y social”. Y hasta
hoy. Ayer, el editorial de ABC insistía en “la presión de la izquierda y de
determinados sectores sociales” y, para provocar un ablandamiento por parte de
la ciudadanía, advertía que “los bancos no son solo sus consejeros y
directivos, también sus millones de accionistas y las pequeñas y medianas
empresas que necesitan financiación para sus negocios”.
Resulta realmente
bochornoso ver a una parte de la prensa ajena a que el derecho a la vivienda
está por encima de todo y que, si tanto queremos parecernos a Europa, que el
cliente no asuma este impuesto como ocurre en Reino Unido, Alemania u Holanda
nos haría más justos y avanzados. En esos países también hay pequeñas y
medianas empresas, y no han quebrado sus bancos por no cobrar el impuesto.
Cobrar lo que en otros países ni existe, o es bastante menos, sí que tiene una
“repercusión económica y social” en nuestras vidas. Y si queremos ir a la raíz,
repercusión económica y social es lo que sufren familias cada día. Repercusión
económica y social fueron aquellas víctimas de desahucios que ni la justicia ni
los bancos dieron la protección que necesitaban a tiempo. Quizás hay que
recordar que en este país hubo gente que se suicidaba cuando la policía
golpeaba en al puerta de sus casas para desahuciarlos.
De fondo, volviendo
al Supremo, está el culebrón de la propia sala. Ya en 2015 José Manuel Sieira,
denunció “desviación de poder” de su sustituto, Luis Díez-Picazo Giménez, y se
entendió como una “maniobra del presidente del tribunal, Carlos Lesmes”.
Precisamente Díez-Picazo, quien cambió ayer el sentido de su voto al saber que
había un empate.
Recuerdo que hace
poco la banca ya ganó también. Y a lo grande.
Fue hace unos meses, cuando el Presidente del Gobierno propuso un
impuesto a la banca para poder cubrir el coste de las pensiones y… la idea
terminó bajo la alfombra. La banca, aplaudiendo. Como hizo cuando fue rescatada
a lo grande, saliendo a 1.305 euros por cabeza entre la ciudadanía. El negocio
redondo, cuando España ha dado por perdido el 75% del rescate.
«La Constitución
solo ordena que se proteja a los consumidores, no a los bancos», recuerda
Martín Pallín, magistrado emérito del Tribunal Supremo. Dice el artículo 128 de
la Constitución que “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea
cual fuere su titularidad está subordinada al interés general” y que “se
reconoce la iniciativa pública en la actividad económica”, pudiendo mediante
ley (…) “acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés
general”. Y no deja de producir sonrojo viendo cómo la banca, aunque sea de
pensamiento, domina en la sombra de este país.
Esto forma parte de
la bancocracia que señalaba Eric Toussaint, quien pedía la socialización del
sector bancario ante los abusos, y denunciaba cómo el pago de la deuda pública,
el rescate de los bancos y la reducción del déficit presupuestario nos ha
llevado al día de hoy, en contra de los derechos sociales y económicos de la
ciudadanía. Quienes creemos en el Estado de Derecho llevamos ya varias
decepciones profundas del que, se suponía, era un poder independiente. Y las feministas
hemos señalado varias veces ya las injusticias del propio Tribunal (sin que
pocos se rajen las vestiduras), demandando formas de control de este. Tras lo
visto, la duda de cualquier persona será legítima.
La justicia
española tuvo opción de hacer justicia, y lo único que ha demostrado es
injusticia y un descrédito apabullante. A veces da la sensación de que juegan
con nosotros al Monopoly. Quizás, como ocurrió con las cláusulas suelo, el TJUE
nos hará sentir de nuevo ser la vergüenza de Europa y en el Tribunal Supremo
varios tendrá que esconder la cabeza bajo tierra.
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