MORIR EN EL INTENTO
ILKA
OLIVA CORADO
Por su condición de
indocumentados los migrantes en tránsito son expuestos al escarnio público
siempre y cuando exista una finalidad política en su movilización, tal es el
caso de la masa humana que migró de Honduras hace unas semanas en busca de
asilo en Estados Unidos. Misma que fue organizada con claro beneficio para el
partido Republicano en las elecciones intermedias de hace unos días. Como lo
hizo Obama con la crisis humanitaria de niños que viajaban solos en el 2014,
misma que utilizó para militarizar desde la frontera sur de Estados Unidos
hasta Honduras y para aplicar el Plan
Colombia desde México hasta Honduras.
Eso no quiere decir
que estas personas no tengan la necesidad de salir huyendo de su país, no para
buscar riquezas como muchos los señalan
sino para salvar sus vidas y buscar oportunidades de desarrollo.
Junto a esa
caravana van docenas más, invisibles, en las sombras, tanto de salvadoreños como de guatemaltecos,
no es una crisis humanitaria de hace unas semanas, es el resultado de las dictaduras
impuestas desde hace décadas en la
región centroamericana, es la consecuencia del asalto de bandas criminales
oligárquicas a los gobiernos centroamericanos. El genocidio migrante que se
vive en México viene como resultado de todo un plan orquestado por quienes
quieren desangrar a los pueblos, sea cual sea su procedencia.
Crisis humanitaria
ha existido en Latinoamérica desde la invasión española hace 500 años. Esto no
es una crisis humanitaria, esto es el resultado de la explotación del rico
hacia el pobre.
La migración
indocumentada de centroamericanos y mexicanos hacia Estados Unidos se da en un
contexto sociopolítico muy claro: la corrupción, la violencia
institucionalizada y la impunidad.
Conocemos las
causas y aun así nos atrevemos a utilizar a nuestra conveniencia la desgracia
de estos migrantes. Tal es el caso de la cantidad de “experimentos sociales”
que andan rondando en las redes sociales donde cualquiera opina desde la
confort de su estabilidad económica a través de la pantalla de un teléfono
celular o una computadora. Ricas son las tortillas de maíz, otra cosa es salir
a tapiscar la milpa.
Los criticamos si
en un momento de ansiedad, angustia, y
aturdimiento emocional explotan como hemos explotado nosotros en innumerables ocasiones; pero nosotros sí
podemos, ellos no, ellos no porque están expuestos al escarnio público donde
son juzgados por personas de doble moral que están dispuestas a denigrarlos.
Eso sin mencionar el periodismo rosa y amarillista que los utiliza para sus fines
inescrupulosos.
Tienen derecho a
explotar, a renunciar, a deprimirse, a escupir, a llorar, a insultar, como lo
hemos hecho nosotros también en algún momento de nuestras vidas, son humanos y
eso que estén de paso en un país o que lleguen a otro sin los documentos que
los visibilice en sus derechos no los coloca en menor posición que nosotros en
nuestro confort. ¿Qué pasaría si nosotros estuviéramos en sus zapatos? ¿Cómo
nos gustaría ser tratados?
Hay que tener alma
para entender lo que obliga a un ser humano a migrar en esas condiciones;
nuestra ira, nuestra cólera, nuestra furia no debería ser lanzada hacia ellos,
al contrario, debería hacernos reaccionar y salir de las redes sociales, de la
comodidad de un teléfono celular o una computadora y salir a la calle. Esa
energía que nos hierve en la sangre cuando uno de ellos explota con improperios
tan comprensible en su situación, debería hacerlos reaccionar y luchar por
crear un cambio en el sistema y que nuestros países no obliguen más a sus hijos
a migrar. Porque emigra la vida, la creatividad, la inteligencia, emigra la
alegría, la familia, la sociedad, las tradiciones, la cultura, la memoria,
emigra nuestra raíz que se desperdiga desamparada en la intemperie del olvido.
De nada sirve
pedirle a Dios en oraciones, cuando no hacemos nada por cambiar el sistema. De
nada sirve llorar en las redes sociales cuando no hacemos nada para que las
migraciones indocumentadas desaparezcan. De nada sirve criticar a un gobierno
como el de Estados Unidos tenga el presidente que tenga, si nosotros no hacemos
nada por cambiar los gobiernos en nuestros países de origen; para que nadie
nunca más tenga que migrar en esas condiciones. Es la tierra la que se abona,
la que se deshierba para sembrar y para
que esa siembra tenga frutos saludables. Si la raíz es mala hay que arrancarla
y es eso lo que tenemos que cambiar nosotros: cambiar el sistema de raíz.
Para que una
persona emigre así, primero tuvo que haber sufrido mucho, haber sido excluida
desde su nacimiento. Rechazada, oprimida, la gente no emigra solo por migrar.
La gente no arriesga la vida solo porque sí, porque quiere riquezas o porque le
han contado historias de tierras donde el dinero se recoge con palas. La gente
emigra así porque no hay salida y como único camino se van, a morir en el intento.
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