LO DE BORRELL NO TIENE UN PASE
JUAN CARLOS ESCUDIER
Era inevitable que
llegara el día en el que la CNMV impusiera a José Borrell una multa de 30.000
euros por el uso de información privilegiada en la venta de un pequeño paquete
de acciones de Abengoa, de las que era titular su exmujer Carolina Mayeur, un
día antes de que la empresa presentara un preconcurso de acreedores y sus
títulos se hundieran en Bolsa. Y era inevitable también que se pidiera la
dimisión del ministro de Exteriores, entonces consejero de la firma, porque su
maniobra, por más vueltas que se le dé, es impresentable e indecorosa y no
admite excusa alguna.
Parece ser que la
inteligencia de Borrell, esa especie de luz cegadora que hinca de rodillas a
sus adversarios y suscita grandes halagos que rompen por las costuras el ceñido
traje de su vanidad, tiene un agujero negro en la gestión de patrimonios,
incluido el suyo. Se vio hace un par de años cuando el ministro tuvo que
reconocer que había sido víctima de la estafa un chiringuito financiero, del
que había tenido conocimiento buceando por Internet, y que le birló 150.000
euros en un par de clics.
Tan sorprendente
como el engaño fue conocer las actividades de ConsorFX, que así se hacían
llamar estos supuestos gestores de trading, centradas teóricamente en la
intermediación en el mercado de divisas. Como se dijo aquí entonces la
condición de socialista no está reñida con ganar dinero, pero cualquiera
hubiera esperado de un cerebro tan privilegiado que encontrara formas distintas
a la de la especulación pura y dura con la compra-venta de monedas.
Las razones por las
que un señor tan instruido comete el error de deshacerse de 10.000 acciones de
Abengoa por un importe de 9.030 euros el día antes de que pierdan la mitad de
su valor quizás tengan que ver con esa vanidad que antes se citaba. ¿Iba a
consentir Borrell que su expareja sufriera un quebranto bursátil, aunque éste
fuera cuantitativamente insignificante, por unos títulos cuya compra él mismo
habría aconsejado y cuya gestión tenía encomendada? Antes insider que sencillo.
Las justificaciones
posteriores del ministro son inaceptables. Afirmar que si hubiera dispuesto de
información privilegiada habría vendido su propia cartera para evitar las
pérdidas que afrontó es reconocer que la ley está hecha para los demás y no
para alguien tan principal. Y argumentar que con su decisión de no recurrir la
sanción quiso evitar un conflicto de intereses en el Gobierno al ser el
Ministerio de Economía quien debería resolverlo no es sino un pretexto de quien
se sabe pillado en un renuncio.
La operación del
broker Borrell no es que fuera estéticamente dudosa por su “apariencia de
irregularidad”, tal y como ha explicado. Es que fue éticamente reprobable, con
independencia de la cuantía, como lo es que alguien sancionado por traficar con
una información de la que no disponían los miles de accionistas de Abengoa
permanezca sentado en el Consejo de Ministros.
De Borrell se
criticaba su mandíbula de cristal, una tara que le impedía soportar los
mandobles de la política sin tirar la toalla en el primer asalto. Parece que
con los años su maxilar se ha robustecido y ha fraguado como el cemento. Le
debía a su trayectoria algo más noble que esta resistencia, sólo explicable por
el hecho de que el cupo de dimisiones en un Gobierno con seis meses de vida ya
está cubierto. Su ejemplaridad cotiza muy a la baja.
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