EL DINERO DETRÁS DE TRUMP Y LA
REVOLUCIÓN CONSERVADORA
POR JOSÉ LUIS CARRETERO MIRAMAR
Enfrentar esa
maquinaria exigirá imaginación, creatividad y un trabajo colectivo que va más
allá de la queja y desánimo y que exige la solidaridad de todos los excluidos y
explotados.
Las recientes
elecciones de medio mandato en Estados Unidos han colocado a Donald Trump y el
universo ultraderechista de la alt right (derecha alternativa) que le apoya
ante su primera gran prueba de fuego. Trump ha conseguido pasar la misma, aún
constreñido por la pérdida de la mayoría en la Cámara de Representantes, sin
ver mermada gran parte de su base electoral, conformada por una gran cantidad
de voto rural, así como por la hegemonía electoral en los Estados más
tradicionales y conservadores.
Se ha hablado mucho
sobre las razones sociológicas y psicológicas del éxito de Donald Trump en las
últimas elecciones norteamericanas, así como del ascenso de la ultraderecha,
construida a la imagen y semejanza de la alt right norteamericana en otros
lugares como Italia o Brasil. Es indudable la importancia al respecto de la
situación de crisis general del sistema capitalista y sus efectos generadores
de incertidumbre en grandes capas de la clase media o de la clase obrera
industrial mas tradicional. Amplios sectores de las clases populares, acosados
por una nueva miseria en expansión, buscan una salida ensayando el voto a
nuevos proyectos, sin saber muy bien cuál pudiera ser el resultado. La
despolitización general y los errores de la izquierda hacen aparecer como
viables caminos que en otros momentos hubieran resultado impensables. En todo
caso (y como han demostrado las elecciones de medio mandato en Estados Unidos)
este voto del descontento no tiene por qué ser fiel a ningún proyecto en concreto.
Los fuertes bandazos electorales de las multitudes que no ven una salida
plausible a una crisis cuya existencia incluso se niega por parte de las
élites, van a ser cada vez más comunes, en tanto no aparezca una alternativa
real y auto-organizada al caos creciente del Capital.
Sin embargo, se ha
hablado menos de los fuertes intereses económicos oligárquicos existentes tras
la nueva oleada ultraderechista que recorre el mundo. Se nos dice que Trump
expresa un descontento latente y sin cauces reales que transitar. Nada se nos
dice de los enormes flujos financieros, provenientes directamente de una parte
de las élites globales, que han sostenido sus campañas o que han nutrido la
Revolución Conservadora global de las últimas décadas, generando la base social
para sus discursos.
“Dinero oscuro”, un
reciente libro de la periodista norteamericana Jane Mayer, rastrea los
multimillonarios rastros del dinero de las grandes fortunas que han contribuido
a generar el universo ideológico y político de la nueva ultraderecha.
Centrándose en la acaudalada familia de hombres de negocios de la energía
conformada por los hermanos Koch y los distintos fondos que estos millonarios
petroleros han puesto en marcha para fomentar los principios ultraliberales,
derribar la conciencia de la necesidad de las medidas medioambientales de
control de la industria o influir directa o indirectamente en las campañas
electorales norteamericanas, Meyer nos hace un detallado recorrido genealógico
por los distintos instrumentos financieros usados por las mayores fortunas del
mundo para edificar la gran Revolución Conservadora que ahora empieza a dar sus
frutos.
Retengamos algunas
ideas centrales del libro de Meyer, porque son relevantes para analizar los
sucesos de nuestra actualidad. Las modificaciones legales en los mecanismos de
financiación de las campañas en Estados Unidos han permitido la generalización
de formas de encauzamiento indirecto de fondos a los candidatos que – además de
permitir desgravaciones de impuestos para los acaudalados donantes – se mantienen fuera del foco mediático y de la
contabilidad oficial. Además, la ultraderecha ha trabajado fuertemente sobre el
concepto de hegemonía de Gramsci, generando dinámicas centradas en lo que el
exponente francés de la llamada Nueva Derecha, Alain de Benoist, llama la
metapolítica: la acción cultural y simbólica sobre el conjunto de la población
que, mucho más allá de la propaganda electoral, permite obtener la hegemonía en
el discurso y construir un relato socialmente extendido entre la población.
Antes de la acción electoral, mucho antes de la campaña de Donald Trump, la alt
right ha desplegado campañas masivas, generosamente financiadas por las grandes
fortunas y desempeñadas por organismos con la apariencia de organizaciones de la
sociedad civil apartidistas, destinadas a poner en cuestión la sanidad pública,
a influir en los planes de estudios en la universidades, o a generalizar la
visión conservadora de la vida, conformando un movimiento social (el llamado
Tea Party) al que nunca le han faltado recursos económicos.
Institutos de
investigación como el Cato Institute, que financiaba programas ultraliberales
en la Universidad George Mason de Virginia, generando una dinámica cantera de
futuros economistas libertarios, o como la Hoover Institution de la Universidad
de Stanford, formaron una “cámara de eco” de las teorías ultraconservadoras de
los propietarios de Koch Industries y otras grandes fortunas. Organismos de la
“sociedad civil” como el Centro James Madison para la Libertad de Expresión
presionaron en los tribunales para conseguir mayores facilidades para la
inversión en política de los multimillonarios, obteniendo una resonante
victoria en la decisión del Tribunal Supremo, “Citizens United”, que favoreció
las posibilidades de influencia de las grandes multinacionales en las campañas
electorales. Movimientos “sociales” y
grupos “sin fines de lucro” como American Future Fund, el Center for Protection
of Patient Rights o Americans for Prosperity, generalizaban y expandían socialmente
las ideas básicas defendidas por la nueva ola ultraderechista.
American Future
Fund, por ejemplo, era un vehículo legalmente desvinculado de la lucha
electoral y que podía ocultar la identidad de sus donantes cuya misión era
“darle a los estadounidenses un punto de vista conservador y de libre mercado”.
En realidad era una tapadera: los esfuerzos por encontrar su oficina condujeron
a una oficina postal en Iowa. Recibía fondos de uno de los mayores productores
de etanol del país, Bruce Rastetter, pero la mitad de sus ingresos en 2010
provenían del Center to Protect Patient Rights, puesto en marcha por Sean
Noble, en nómina de los hermanos Koch, para enfrentar la reforma sanitaria de
Obama.
Por supuesto, estos
ingentes fondos no se han mermado después de la llegada de Donald Trump al
poder. Desde enero de 2017 a finales de 2018, 388 delegados de empresas del
S&P 500 han destinado 24 millones de dólares a financiar las elecciones de
mitad de mandato en Estados Unidos. Entre ellos, la hegemonía la tienen los
republicanos: 200 consejeros delegados que han contribuido con 7,5 millones de
dólares, frente a 149 CEOs y 2,6 millones para los demócratas. Destacan, en el frente republicano John Hess,
dueño de la empresa de gas natural Hess Corporation que ha donado cerca de
900.000 dólares y el magnate turístico, reciente acusado por acoso sexual,
Stephen Wynn, con cerca de 800.000. En el lado demócrata la lista la abre Reed
Hastings, CEO de la tecnológica Netflix, con casi 600.000 dólares.
Por supuesto, estos
últimos datos son una simple anécdota, el dinero llega de muy diversas formas y
con un caudal mucho mayor a las arcas republicanas. Sobre todo, construye
hegemonía cultural, relato, determina la agenda de lo que a los ciudadanos les
interesa, mucho más allá de la campaña electoral.
Enfrentar esa
maquinaria exigirá imaginación, creatividad y un trabajo colectivo que va más
allá de la queja y desánimo y que exige la solidaridad de todos los excluidos y
explotados.
Fotografía:
Reuters.
https://www.revistacrisis.com/debate-global/el-dinero-detras-de-trump-y-la-revolucion-conservadora
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