UNA AMARGA REALIDAD
ALGUIEN, CON SUMO
CRITERIO, UN DÍA, NOS DEJÓ DICHO:
“ LA VERDAD OS HARÁ LIBRES"
Rafael ZAMORA MÉNDEZ
Apoyándome en tan
sabia afirmación, me dispongo a contarles algunos de los muchos sufridos
momentos que, allá, en mi remota niñez, desfilaran entre los acogedores muros
de un benéfico y acogedor internado.
Todo ello acaecía
en el transitado tiempo de unos muy dificultosos años, textualmente atiborrados
de apesadumbradas penurias y abstinencias nutritivas, funestamente saturados de
dramáticas e increíbles fatales consecuencias familiares.
Una vez finalizada
nuestra fratricida Guerra Civil con las muy cargantes Cartillas de Cupones,
marcando sin piedad sus escuetos racionamientos, promovían a formar aquellas
tremendas largas colas de desorbitados plantones humanos, tras la pretendida
búsqueda de lograr alcanzar la codiciada porción de algún trozo de mal horneado
pan, la mayoría de las veces, hasta elaborado con viejo y rancio maíz.
En el extenso
comedor del repleto Centro, ubicado en espaciosas mesas, a la hora del frugal
almuerzo nos sentábamos, ávidos de recuperar algunas de las precisas fuerzas
vitales, capaces de poder hacernos estudiar o, de agotarlas por completo,
jugando todos descalzos al fútbol, suministrándole alucinantes puntapiés a unas
empedernidas pelotas que ufanamente, solíamos crear a base de enrollar
encajadas tiras secas que extraíamos de ciertas abandonadas plataneras
cercanas.
Los más avezados
compañeros, sin más, se constituían en Jefes de Asistencia, siendo los absolutos
encargados de dosificarnos la presentada ración de gofio que, en hondos platos
de aluminio, tentativamente lucía, para ser distribuido entre un concierto de
inquietantes bocas, todas ellas, en despierto acecho vigilante, tras la
expectativa de recibir su ajustado reparto proporcional.
Tales eras los
inmensos deseos de consumirlo, la imperiosa gran necesidad de nutrir al canijo
y vacío estómago que, algunos de mis recordados amigos, para conseguirlo,
tuvieron la chiflada y demencial ocurrencia de aumentar cada una de las dos
cucharadas asignadas, agregándole buena parte de un arrinconado ASERRÍN que, a
escondidas, pudieron repescar asaltando los molidos escombros del mismo,
casualmente descubiertos en una anexa carpintería.
En tales condiciones anémicas, los domingos y
festivos, formando sendos grupos en doble fila, de parte a parte, atravesábamos
la ciudad, porque...resultaba ser de ley, el emprender unos enormes paseos sin
fin, capaces de dejarnos rematadamente mucho más decaídos y exhaustos.
Por otro lado,
teníamos las tajantes órdenes de procurar lucir parte de nuestras indigentes
galas individuales disponibles, exponiéndolas a los fisgones transeúntes, las
petulantes vestimentas que, tozudamente, solíamos muellemente perfilar, bajo el
presionado peso de cada una de aquellas tiesas y duras colchonetas, atiborradas
de penetrante pajiza estropajosa.
Si las corrientes
alpargatas de marras, se lustraban a impulsos de sacudir fuertemente una contra
otra, para quitarles de encima la sucia polvareda, con los los propios zapatos,
sucedía la simple práctica de utilizar sobre ellos, la buena ración de unos
líquidos y ecológicos salivazos.
Recuerdo haber
visto a un jactancioso compañero, portando con vanidosos placer, unos “medios”
valiosos calcetines de lana, los cuales, llevados a la cruda realidad, venían
ciertamente a ser tan sólo, la “medias “partes superiores de los mismos,
cubriéndole los tobillos, ya que, la correspondiente tela de las transpiradas
plantillas, como triturado bizcocho gratinado, a perpetuidad... se le habían
volatizado.
Estas han sido
simplemente una somera parte de toda una triste realidad, reseñada hoy con
azorada emoción, con bastante pena y sin ninguna gloria, por el que en el ayer,
fuera un necesitado interno adolescente.
Muchos de nuestros
fervientes Lectores, podrían pensar que, tales peripecias, han sido tan solo
unas burdas patrañas inventadas, exageradas fantasía o un simple ejercicio
literario, falto de sólida base y natural cordura.
Nada menos cierto
y...buena prueba de ello es que, a estas culminadas alturas de mi senectud, me
tropiezo con algunas de aquellas amistades y me aseguran que, ¡todavía siguen
conservando en el cóncavo cielo del paladar, el endiablado acerbo de aquel
integrable gusto pernicioso a triturada tea, con el provocativo sabor de
adhesiva y seca resina que, ni siquiera, a ninguna desventurada víctima
desfallecida, por nada de este caprichoso mundo, sería capaz de pretender
recomendarles!
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