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viernes, 5 de octubre de 2018

UNA AMARGA REALIDAD


UNA AMARGA REALIDAD
ALGUIEN, CON SUMO CRITERIO, UN DÍA, NOS DEJÓ DICHO: 
“ LA VERDAD OS HARÁ LIBRES"
Rafael ZAMORA MÉNDEZ
Apoyándome en tan sabia afirmación, me dispongo a contarles algunos de los muchos sufridos momentos que, allá, en mi remota niñez, desfilaran entre los acogedores muros de un benéfico y acogedor internado.
Todo ello acaecía en el transitado tiempo de unos muy dificultosos años, textualmente atiborrados de apesadumbradas penurias y abstinencias nutritivas, funestamente saturados de dramáticas e increíbles fatales consecuencias familiares.
Una vez finalizada nuestra fratricida Guerra Civil con las muy cargantes Cartillas de Cupones, marcando sin piedad sus escuetos racionamientos, promovían a formar aquellas tremendas largas colas de desorbitados plantones humanos, tras la pretendida búsqueda de lograr alcanzar la codiciada porción de algún trozo de mal horneado pan, la mayoría de las veces, hasta elaborado con viejo y rancio maíz.

En el extenso comedor del repleto Centro, ubicado en espaciosas mesas, a la hora del frugal almuerzo nos sentábamos, ávidos de recuperar algunas de las precisas fuerzas vitales, capaces de poder hacernos estudiar o, de agotarlas por completo, jugando todos descalzos al fútbol, suministrándole alucinantes puntapiés a unas empedernidas pelotas que ufanamente, solíamos crear a base de enrollar encajadas tiras secas que extraíamos de ciertas abandonadas plataneras cercanas.
Los más avezados compañeros, sin más, se constituían en Jefes de Asistencia, siendo los absolutos encargados de dosificarnos la presentada ración de gofio que, en hondos platos de aluminio, tentativamente lucía, para ser distribuido entre un concierto de inquietantes bocas, todas ellas, en despierto acecho vigilante, tras la expectativa de recibir su ajustado reparto proporcional.
Tales eras los inmensos deseos de consumirlo, la imperiosa gran necesidad de nutrir al canijo y vacío estómago que, algunos de mis recordados amigos, para conseguirlo, tuvieron la chiflada y demencial ocurrencia de aumentar cada una de las dos cucharadas asignadas, agregándole buena parte de un arrinconado ASERRÍN que, a escondidas, pudieron repescar asaltando los molidos escombros del mismo, casualmente descubiertos en una anexa carpintería.
 En tales condiciones anémicas, los domingos y festivos, formando sendos grupos en doble fila, de parte a parte, atravesábamos la ciudad, porque...resultaba ser de ley, el emprender unos enormes paseos sin fin, capaces de dejarnos rematadamente mucho más decaídos y exhaustos.
Por otro lado, teníamos las tajantes órdenes de procurar lucir parte de nuestras indigentes galas individuales disponibles, exponiéndolas a los fisgones transeúntes, las petulantes vestimentas que, tozudamente, solíamos muellemente perfilar, bajo el presionado peso de cada una de aquellas tiesas y duras colchonetas, atiborradas de penetrante pajiza estropajosa.
Si las corrientes alpargatas de marras, se lustraban a impulsos de sacudir fuertemente una contra otra, para quitarles de encima la sucia polvareda, con los los propios zapatos, sucedía la simple práctica de utilizar sobre ellos, la buena ración de unos líquidos y ecológicos salivazos.
Recuerdo haber visto a un jactancioso compañero, portando con vanidosos placer, unos “medios” valiosos calcetines de lana, los cuales, llevados a la cruda realidad, venían ciertamente a ser tan sólo, la “medias “partes superiores de los mismos, cubriéndole los tobillos, ya que, la correspondiente tela de las transpiradas plantillas, como triturado bizcocho gratinado, a perpetuidad... se le habían volatizado.


Estas han sido simplemente una somera parte de toda una triste realidad, reseñada hoy con azorada emoción, con bastante pena y sin ninguna gloria, por el que en el ayer, fuera un necesitado interno adolescente.
Muchos de nuestros fervientes Lectores, podrían pensar que, tales peripecias, han sido tan solo unas burdas patrañas inventadas, exageradas fantasía o un simple ejercicio literario, falto de sólida base y natural cordura.
Nada menos cierto y...buena prueba de ello es que, a estas culminadas alturas de mi senectud, me tropiezo con algunas de aquellas amistades y me aseguran que, ¡todavía siguen conservando en el cóncavo cielo del paladar, el endiablado acerbo de aquel integrable gusto pernicioso a triturada tea, con el provocativo sabor de adhesiva y seca resina que, ni siquiera, a ninguna desventurada víctima desfallecida, por nada de este caprichoso mundo, sería capaz de pretender recomendarles!

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