TEXTO
DE PRESENTACIÓN DE LA NOVELA "PÁJAROS SIN CIELO", DE Mª CANDELARIA
PÉREZ GALVÁN.
A
CARGO DE: VIOLETTA JOJO VERGE, DRA. FILOLOGÍA INGLESA ULL
AMOR A LAS PALABRAS
Cuando Laly (Candelaria) me ofreció
presentar su libro, mi primera reacción fue de aprensión, dado que no
sabía si podría conectar con él. Al leerlo, se disiparon todos los miedos y
dudas y solo pude decirle: “Me encanta. Tengo un amor enorme por las palabras,
y tú haces filigranas con ellas”. Es un
honor para mí poder presentar este libro, y hacerlo desde el corazón, pues
considero que, además de llamarse Pájaros sin cielo y contarnos una
bellísima historia sobre lo perdido y lo hallado, la obra refleja el Amor
incondicional de la autora por las palabras. Es sobre esto sobre lo que espero
poder hablarles en este rato que compartiremos.
Evidentemente, no vengo a contar la
historia en sí, sino a resaltar la belleza emanada de la sucesión de ideas que
solo se logra con la genuina forma de encadenar y articular las palabras.
Mediante un estilo personal, Laly es capaz de hacernos reparar no solo en la
narrativa que sirve de conducto de la historia principal sino asimismo en la
serie de meandros en los que se detiene para regocijo y embeleso del alma que
lee.
Antes de entrar a tratar la cualidad imaginativa
y expresiva de la autora, creo que debo referirme a la cuestión temporal
en la novela. Cualquier persona que se acerque a la historia quedará atrapada
por el dinamismo de su ritmo. La brevedad y concisión de cada capítulo recrea
la sensación de ligereza, una liviandad que se acelera aún más cuando este
ritmo se ve interrumpido por el hábito de los incesantes movimientos temporales
con los que la autora juguetea con la cometa del tiempo. Efectivamente, se
trata de personajes marcados por el recuerdo de circunstancias drásticas que
han permanecido latentes u ocultas a lo largo de su existencia. La huella de
dichos recuerdos se mezcla con la urgencia de un presente que no da tregua y
que se sucede inclemente para cuestionar los ecos del pasado. La capacidad de
vincular y desvincular continuamente el pasado del presente, el recuerdo de la
vivencia por un lado y lo inesperado del presente por otro, se ofrece como una
mano al lector, una mano que tomamos confiados para participar en el juego
temporal. Desde la seguridad que nos da la distancia y la posición lectora,
recogemos el guante solo para sentir que también, incluso desde esa comodidad,
nos puede tocar y atravesar esa misma corriente. En ocasiones quedamos cegados
por el centelleo, el fulgor repentino de una serie de voces sin cara, presentes
o pasadas que se solapan y que hemos de ir desplegando y separando con cuidado
para hacernos con los perfiles de los personajes y entender así su profundidad.
Igual que en una película antigua podemos percibir el enorme colorido de unos
protagonistas que vemos solo en blanco y
negro, aquí las voces que surgen y se apagan continuamente realzan los
siluetas únicas de dichos personajes.
Ya que hablamos de personajes,
hemos de decir que este es otro de los principales logros de la novela, la
maestría con que la autora es capaz de diseñar, discernir en cada gesto el
paisaje interior de estas personalidades. Laly puede reproducir sin ambages la
sensación de autenticidad psicológica en personajes tan diversos como verosímiles.
Esta cualidad proviene tanto de una experiencia vital profunda, como de una
imaginación prodigiosa a la que suma el conocimiento amplio de la complejidad
esencial del ser humano.
Le es igual de fácil meterse en la piel
de la emigrante (y cito): “que era toda discreción y silencio”, Mireya,
quien ha de adaptarse sistemáticamente a cada nueva circunstancia en su nueva
vida, como en la piel del hombre maduro que se niega a abrir su balcón al
mundo. La campesina Mireya viene a salvar su vida y la de su familia, buscando
el sustento; este deber elemental, casi primitivo de vivir para una misma se
transforma en ella en un dar de vivir a los demás, en un don que proyecta hacia
el resto de personajes que pueblan ahora su mundo. Mireya no puede ignorar el dolor
ajeno, ni siquiera el del perro Rucio que no le pertenece, como no ignora el
dolor propio; no puede dejar de sanar a los otros cuando ella misma se ha
sentido herida; y su empeño en desflorar los sentimientos de los demás no puede
sino crear nuevas historias.
Frente a la apertura esencial e
incondicional de esta mujer, la autora moldea a la perfección una silueta sin
fisuras aparentes, un personaje herméticamente cerrado, pertrechado en el
hábito de vivir tierra adentro. Es este, desde su infancia, Atilio,
Tilito, Tilo, quien va siendo descrito, definido, delimitado por el resto de
los personajes a lo largo de la novela. En el zarandeo temporal que la autora
les permite, todas estas voces suplantan la del propio Atilio, quien apenas se
permite hablar.
Espacio:
Si el título de la novela anuncia que
ciertos pájaros vuelan aun careciendo de cielo, los personajes que pueblan la
historia carecen igualmente de países. Ignoramos de dónde viene Mireya, de
dónde la incomprensión y el desplazamiento de raíz de los personajes; a pesar
de estar situada con precisión en la C/Petrel, la casa de Atilio, como él
mismo, resulta difícil de localizar: podría estar en cualquier país o ciudad,
pues para esta autora el espacio se deja a disposición de la imaginación. El estilo
costumbrista con el que se podría abrigar estos lugares: la casa, el país, la
ciudad, el campo nos es negado en favor de un espacio ambiguo, de desamparo, en
el que resalta, por contraste, el imponente balcón. Sin necesidad de mayores
descripciones, sabemos que será este el principal referente y símbolo del
protagonista. Razón del trauma de su infancia, el balcón sigue siendo el
precipicio al que se asoma cada día el hombre herido. Incapaz de volar, observa
la vida en la calle y el cielo.
La voz narrativa en esta novela magnifica, como haría un
cielo abierto, el vuelo de los personajes. Esta voz, sin cuerpo visible, va
tejiendo la historia como un tapiz en el que se entrelazan las referencias a lo
espiritual y lo profano, a lo anecdótico y lo reprimido, todo ello en un
lenguaje perfumado, que va dejando un aroma propio en la memoria de los
lectores.
Veamos algunos ejemplos de cómo Lali combina el lenguaje,
creando la sensación de simplicidad y familiaridad para hacernos partícipes del
encantamiento de los propios personajes:
“A ellas no les daba el tiempo ni las
caderas para cargar con los tormentos del alma” (a las mujeres como Mireya)
“Y le tiró besos y más besos que fueron
cayendo y esparciéndose sobre la tierra árida como tristes señuelos de pájaros
imposibles, a medida que el coche se alejaba”
“Atilio, exhausto ante aquella tropelía
de emociones…”
“pero Amaro y su hijo habían aprendido a
conversar sobre todo lo divino y lo humano a través de la gran metáfora del
mundo zoológico y botánico.”
“y con aquella mujer volcada en el
cuidado del perro, al que hablaba sin parar con su acento de música aflautada.”
“Llegó enseguida, como si lo hubiera
hecho sobre la rueda de un tiempo de inconsciencia.”
“Pero aquel sobrino, al igual que su
querido hermano, parecía estar habitado por el incómodo designio de la
desubicación.”
“Él nunca había salido del cerco de sí
mismo, y ahora tenía dificultades para volver”.
“Detestaba hacer daño; lo detestaba
tanto como hacer bien: una y otra cosa le parecían respuestas arcaicas a una
desazón primordial sobrellevada a golpes de pecho.”
“Tilito quería a su abuelo paterno. Y su
abuelo lo quería a él, aunque de esa manera raquítica con la que quieren
algunos hombres que se limitan a frotar el pelo de la cabeza de los niños, como
si temieran ser sorprendidos chapoteando en los aguazales de los afectos
mostrados.”
Como vemos, se trata de expresiones
que nos desarman por la enorme capacidad de conexión con un lenguaje popular
que la autora conoce a la perfección, como sabe cualquiera que haya conversado
con Laly. Ella, efectivamente, como poeta que es, ha apreciado siempre el
lirismo del habla popular, la retórica que sobrevive en las voces de la calle,
las filigranas que brillan en las conversaciones anónimas. La poesía íntima que
tan bien ha cantado la autora en alguna otra obra, como en su libro de poemas Arena
solidaria, o en su último El cazador de la inocencia, es regalada
aquí a la narración, y podemos apreciar tanto la musicalidad que recorre cada
una de las frases con diversas entonaciones y ritmos como el caudal retórico
que impregna la vida de estos personajes.
Solo me resta dar las gracias a la
autora por haberme brindado la posibilidad de disfrutar de su obra y de este
momento que hemos compartido.
Violetta
Jojo Verge
Dra. Filología Inglesa ULL
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