EL GERMEN DEL FASCISMO
ILKA
OLIVA CORADO
Como un mal
hereditario en las nuevas generaciones se reproduce con facilidad porque son generaciones desvalidas, dejadas a
la intemperie, carcomidas que como bagazos son lanzadas a las urnas, a las calles, a la vida.
La ONU condenó el
franquismo y prohibió el ingreso de España a su sistema por sus principios
ligados al fascismo.
Infestadas de ese
gen que acaba con el cerebro en un parpadear, estas generaciones no conocen de
primaveras, han vivido invernando en cuartos oscuros desde siempre, no conocen el
calor del sol ni la alegría del trinar de las aves, son incapaces de sentir
algo que esté fuera del margen de su radar de fascistas. Inclusive no saben que
lo son, porque carecen de raciocinio.
Estas generaciones
son como bultos apilados que cargan y descargan en sus lomos los obreros del
mundo, como bloques de cemento, como quintales de hierro que forman columnas en
las que se sigue cimentando el germen del fascismo. No tienen vida, no huelen
el olor de las flores y no sienten el dolor del otro y mucho menos su propio
hedor.
Estructuralmente el
fascismo está en las aulas escolares, como moho en las paredes, en el lenguaje
del docente, en los libros de universidad, en el mensaje subliminal de los
anuncios televisivos, en la línea de espera de un hospital público, en las
manos del médico. Estructuralmente está en el arquitecto que diseña mansiones
en la colinas, en la sentencia de un juez, en las decisiones de la Corte
Suprema de Justicia, en los barrotes de una cárcel, en las pasillos de un
centro de detención para menores.
Está en los
derechos negados, en los árboles que se arrancan para que jamás regrese la
primavera y sigan invernando en cuartos oscuros las generaciones que son
alimentadas por el germen del fascismo. Una malnutrición que crea seres humanos
insensibles, egoístas, perezosos, machistas, racistas, homofóbicos, arrogantes
y cachurecos que a la menor oportunidad tratan de eliminar a como de lugar a
quien represente un peligro para su cautiverio e intente abrir las puertas de
esos cuartos oscuros y les muestre la frescura del viento, el calor del sol y
la neblina de las madrugadas.
A quien se atreva a
mostrarles los colores del arcoíris, de los árboles en otoño, el aleteo de las
mariposas, la suave brisa del mar. El palpitar de un corazón feliz, la sonrisa
de los niños, a quien los invite a sentir los abrazos curadores de los abuelos.
Por dicha, siempre
están los inadaptados, los locos, los soñadores. Por suerte siempre están los
atrevidos, los necios, los imprudentes que se lanzan de cabeza al vacío sin
recurso alguno más que el de un corazón libre. Son ellos los que milenariamente
han nutrido la resistencia, y es la
resistencia la que sigue embelleciendo las primaveras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario