EL FASCISTA QUE TODOS LLEVAMOS DENTRO
ILKA
OLIVA CORADO
Para que un
fascista gane la presidencia de un país se necesitan millones de fascistas que
en tiempos de democracia acaben con la misma dándole su voto a un extremista de
derecha. Porque una cosa es una dictadura sangrienta y otra es que millones de
personas por su propia voluntad voten por un fascista y lo hagan presidente.
El nombre del
fascista es lo de menos, estamos rodeados de ellos, nosotros somos ellos: todos
tenemos un fascista en nuestras familias, amistades, conocidos, compañeros de
trabajo, en nuestra comunidad, nosotros mismos tenemos algo de fascistas. ¿No?
Veámonos en un espejo. Tengamos las agallas y la responsabilidad de
hacernos cargo de lo que somos y lo que
representamos: de lo que nutrimos. Porque nosotros y solo nosotros somos los
que mantenemos este sistema vigente.
Por solapar
cualquier tipo de violencia por mínima que sea, por alimentar estereotipos, por
ese ego que no nos cabe en el pecho, por el descaro de solapar en lugar de
denunciar y provocar un cambio, por pequeño que sea. Por cómodos y defender
nuestra pequeña burbuja de fantasía de
una holgada estabilidad y con eso arremeter contra quienes ponen el lomo
para que nosotros podamos joderlo todo con nuestras mentes colonizadas.
Somos machistas,
misóginos, patriarcales; somos racistas a morir, clasistas como solo nosotros
mismos, no hay quién nos gane, homofóbicos y; es muy fácil que con ese tipo de
mediocridad llegue un representante de la ultraderecha y nos encienda el odio de un chispazo y arrasemos con todo pensando
como buenos idiotas que los perjudicados serán otros.
Entonces señalamos:
la culpa es de los pobres que se dejan manipular por los medios de
comunicación: cuando sabemos que el obrero, el que trabaja de sol a sol ni a televisión
ni a radio llega, apenas tiene para comer un tiempo al día si bien le va.
Yo al oprimido le
perdono todo, porque no ha tenido una sola oportunidad en la vida y se ha
fajado buscándola, pero responsabilizo de un voto al fascismo a quien ha tenido
acceso a la educación, quien se ha formado un criterio propio y ha podido
discernir y que aun así vota para joder al
de abajo. Estas personas merecen cadena perpetua: por traidores e
inhumanos.
Explicaciones
científicas, psicológicas y políticas las hay,
somos buenos para culpar a otros. Ahí están quienes en el caso de Brasil
han culpado a los gobiernos de Lula y Dilma, ¿pero qué pueden hacer 15 años de
democracia ante 500 años de opresión? La lucha es monumental, en 15 años no se
logran resolver los problemas de siglos no de décadas. Esto es un proceso largo
en el que debemos contribuir todos. Tenemos que arrancar la raíz y la raíz es
un sistema patriarcal y misógino primordialmente.
¿Fallaron? ¿Y si
fallaron por qué hubo tanta vida en Brasil en 15 años? Lo que sucede es que
fueron mal agradecidos con quienes les dio de comer.
Culpamos a los
injerencistas, pero es que las injerencias pueden llegar pero si la gente no se
vende, si la gente tiene integridad y respeto y amor a su pueblo no hay quién les abra la puerta desde dentro para dejarlos pasar. La
culpa no es de los injerencistas, la responsabilidad absoluta es de quienes
desde dentro venden a sus pueblos. Dejemos de culpar Trump, es cómodo culpar
para desligarnos de nuestras responsabilidades. Trump es un mortal como
nosotros, de Bolsonaros están llenas las
calles.
Hasta que no nos
hagamos responsables de nuestros propios actos, de lo que solapamos y de lo que
nutrimos, Latinoamérica ni el mundo cambiarán. Hay un fascista en cada uno de
nosotros, unos son más visibles que
otros pero el ADN lo tenemos. ¿Qué haremos al respecto? ¿Seguir culpando a
otros? ¿A los medios de comunicación? ¿A los injerencistas? ¿A los pobres?
Pobres somos nosotros: en espíritu, agallas y cerebro.
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