CASADO EL EVANGELIZADOR
GERARDO TECÉ
Si Pablo Casado no
existiera, la derecha española, de nombre artístico “La Sincomplejos”, habría
tenido que inventarlo. Aunque bien pensado, Casado, como casi cualquier
político que mama teta de la sede –desde esa tierna edad en la que lo sano es
fumar porros y señalar a los políticos en lugar de abrazarlos y beber champagne
con ellos– no deja de ser un invento. El invento en sí es sencillo. De una sola
pieza. No hacían falta másteres, ni doctorados en Harvard provincia de Aravaca,
para salir ahí a hacer lo que se espera de un tipo que, como Casado, nunca
decepciona. Nadie le pide a Messi que sepa filosofar de fútbol, que tenga una
visión amplia, honesta y humanista sobre un deporte que es parte de la vida,
sino que haga lo que tiene que hacer: meter goles y hacer disfrutar a los
suyos. Ayer, el nuevo líder de la derecha española, salió al escenario con las
botas puestas a hacer lo que tiene que hacer. ¿Toca hispanidad? Pues a la
hispanidad que vamos. No ha habido momento más brillante en la historia de la
humanidad que aquel en el que descubrimos a aquellos indios que no se conocían
a sí mismos, explicó un Casado al que no le vieron ponerse rojo ni cuando puso
en duda la formación académica de Pablo Iglesias una vez pasada la tormenta de
su máster huevo kínder. ¿Miedo al ridículo? Ninguno. La Sincomplejos no usa esa
gasolina. ¿Pudor histórico? El pudor es de débiles y Casado no es débil, sino
un hombre fuerte, que creció mirándose al espejo de aquel tipo que se
consideraba un gran estadista a pesar de todos los pesares que trajo. Las
víctimas de los grandes hombres como Casado deben ser los débiles, nunca uno
mismo. Es una lección que Casado ha traído bien aprendida a la primera
división.
El discurso de
Casado va más allá de la vergüenza ajena que provoca un señor hecho y derecho
–muy derecho– hablando con desbordante ilusión sobre la grandeza de una España
imperialista, santa y evangelizadora. El mismo tipo que no recuerda la cuneta
aún caliente del abuelo de otros, está viendo a Cristóbal Colón salvar a
aquellos indios del infierno como si lo tuviera delante. Míralo, mira qué bien
hispaniza este hombre. El discurso de ayer de Casado no es el del imperialismo
español del XV y XVI en un día melancólico sino el del siglo XXI. Lo de América
vale para la España de hoy, llena de indios. La España que admira Casado es la
imperialista y se le nota. Esa España que uniformiza a base de hostias y
crispación es la suya. Esa que, si no puede acabar con el independentismo a
base de urnas, propone un 155 como dios manda, que evangelice a los indios del
norte del Ebro. Esa que llama kale borroka al movimiento independentista más
pacífico que se ha dado en Europa. El discurso que simplifica y crispa porque
sabe que el ADN imperialista suele vencerle a la razón y la honestidad. Lo dice
la Historia y Casado admira esa parte negra de ella. Tanto, que ha venido para
reproducirla. Que no olvide que la cultura del imperio, inevitablemente,
siempre acaba cayendo. Nadie quiere permanecer junto a quien usa la bota
militar política como argumento de unión
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